Crónicas épicas a metro y medio. Acto 3

 

El de la ingeniería civil

 
Moradores del blogoplancton:

 No estoy orgulloso de lo que voy a contar a continuación, pero lo que es, es y lo que fue, fue. Es largo, pero sé que os gusta.

 De nuevo situamos los acontecimientos en el parque que había al lado de mi casa por aquel entonces durante un tórrido verano de finales de los 80 (¡qué gran década!). Hasta ahora creo que no he dicho que en dos esquinas de dicho parque, justo en el borde de la explanada central del mismo, había sendas fuentes. Las fuentes, para todo el que haya perdido su infancia jugando a la consola o sexando pollos, son el punto estratégico más importante de un parque y este detalle es de vital importancia para los juegos de estrategia militar como los “Gijoes” ([yiyóus]) o el super-rescate (una versión personalizada del rescate que acababa siendo como el Monopoly porque nunca se acababa). Las fuentes te permitían beber después de darte 4 carreras, llenaban los globos de agua y otras armas mojadoras y, en definitiva, el que controlaba las fuentes controlaba el juego. Alejandro lo sabía, Aníbal lo sabía, y ahora lo sabéis vosotros (quien reconozca la cita tiene un gallifante).

 Las fuentes, por lo tanto, se usaban constantemente durante el verano por toda la chiquillería del barrio. Eventualmente, durante estos meses en cuestión, el desagüe de una de ellas se atrancó, y de tanto usarse el agua empezó a rebosar y a fluir por el suelo hacia la cuesta que había en el borde del parque, derramándose toda ella hasta la acera. La erosión del flujo de agua provocó en pocos días un pequeño cauce por el que corría un chorrito de agua, como un riachuelo en miniatura de agua sucia. Y aquí entramos en escena los tres mosqueteros: Marcos, Lucas y un servidor. Aburridos de lo que fuese que andáramos haciendo en ese momento nos sentamos en la cuesta, junto al chorrillo de agua, y como quien no quiere la cosa, Lucas empezó a amontonar arena en el chorro para impedir el paso del agua. Lo hacía mientras hablábamos de otra cosa, pero yo no podía parar de mirarle. Pese a sus esfuerzos, el agua llenaba enseguida la pequeña presa y se desbordaba, resultaba desafiante detener el líquido así que, a lo tonto, nos pusimos los tres a construir una presa con arena y barro. La presa se llenaba poco a poco hasta llegar a acumular bastante agua, hasta que finalmente acabó por ceder a la presión, vaciándose.

 El juego nos gustó, y nos pusimos a hacer otra más grande, y así pasamos la tarde. Lo que empezó siendo un entretenimiento estúpido fue cobrando vida propia. En pocos días cada uno de nosotros hacía una presa por separado a lo largo del chorro y jugábamos a ver cuál aguantaba más. El problema era que el chorrito era insignificante para nuestros delirios ingenieriles y no se nos ocurrió otra cosa que turnarnos para mantener el grifo de la fuente abierto y dejarla correr. De esta forma, el chorrillo que rebosaba del desagüe se convertía en un nada desdeñable chorro, un desafío para todo diseñador de embalses. Las presas cada vez eran más grandes y resistentes, con una estructura de elaboración creciente. Teorizábamos sobre los materiales más adecuados, sobre las mejoras que aportaba emplear palitos como armazón y muchas cosas más. En poco tiempo otros niños se unieron a nosotros y por las tardes se podían ver hasta 5 ó 6 presas en serie en el mismo chorro, que de tanto usarse ya tenía un cauce muy definido. Ver cómo, a pesar de nuestros esfuerzos, una presa se llenaba a rebosar hasta que se desbordaba era un espectáculo emocionante. Al principio sólo eran unas gotas de agua debidas a una filtración o algo así, pero si no se remediaba a tiempo el flujo era imparable y acababa por destrozar el trabajo de toda una tarde (aunque a veces también lo provocábamos nosotros sólo por el gustazo de verlo).

 Todo era alegría y felicidad. El espectáculo asombraba a grandes y pequeños y muchos adultos miraban con curiosidad todo el tinglado que teníamos montado allí. Sin embargo, cierto reducido número de adultos-cognazo miraba con desagrado el hecho de que nos turnáramos para mantener abierto el grifo de la fuente a pesar de que no hubiera nadie bebiendo alegando no-se-qué de que si el agua es un bien escaso y otras cosas por el estilo. Había un señor en cuestión (al que en un alarde de originalidad habíamos apodado cariñosamente “el Caraculo”) que era especialmente reacio a que malgastáramos el agua cristalina del canal de Isabel II en un plan hidrológico local. Este señor tenía un hijo de nuestra edad al que estaba enseñando a montar en bici sin ruedecitas para nuestro descojone, pues ya dominábamos el arte de caerse de una bici sin apenas rasguños. Siempre pensé que en el fondo su hijo se moría de ganas de unirse a nosotros y que le enseñáramos a hacer presas con doble capa impermeable y armazón de palitos (las mejores). Sólo había que mirarlo para darse cuenta que bajo esa mirada de desconfianza y desaprobación había un ingeniero en potencia, pero me estoy desviando de tema.

 La cosa es que el Caraculo siempre que nos veía en acción nos daba la charla y amenazaba con llamar a la policía. Lo normal es que el Caraculo se rindiera y no llevara a cabo sus amenazas, retirándose con su hijito y la bici rechinando los dientes. Debo decir que a mí me incomodaba bastante todo eso, es decir, no es que sus palabras me importaran un pimiento precisamente, pero en el fondo de mi conciencia una vocecita decía que todo aquello era de ser mal ciudadano. Una lástima que esa voz no pudiera traspasar el rugir de las aguas cuando una presa se desbordaba arrasando a las poblaciones de hormiguitas indefensas que había debajo. ¿Os acordáis de la escena de la presa que se rompe en “Superman”?… pues eso.

 Hasta aquí la historia no pasa de anécdota, pero una tarde al acudir al parque había una sorpresa esperándonos: el cauce del chorro estaba bloqueado por un inmenso montón de arena. Resulta que estaban de obras en el chiringuito del parque y los obreros habían dejado la arena necesaria justo sobre el chorro, así que ya os podéis imaginar que no estamos hablando de un montoncito de arena, no, sino de una auténtica montaña. Cuando vimos aquello se nos desencajaron las mandíbulas. ¡Qué era aquel derroche de materia prima! No tuvimos que decirnos nada para saber a qué nos íbamos a dedicar toda la puñetera tarde: nos pusimos manos a la obra para construir la presa más grande que había visto la historia, un proyecto faraónico, vamos que ni la presa de Asuán y la M-30 juntas.

 Con todo nuestro ahínco conseguimos lo que nos proponíamos y comenzamos a turnarnos para mantener el grifo abierto constantemente. También hicimos algunas presas previas para poder ir acumulando agua mientras terminábamos la Presa. A las pocas horas todo estaba listo y abrimos las compuertas intermedias para que se fuera llenando todo. ¡Qué espectáculo! ¡Qué de curiosos y de mirones acudían a admirar nuestra insuperable obra! Sin duda éramos la envidia de todo el parque. Ya sé que con el tiempo tienden a exagerarse las cosas, pero no quiero que perdáis de vista que realmente estamos hablando de MUCHA agua, del orden de mil litros (dos bañeras). Y en esto, según llega el atardecer y la Gran Presa se aproxima a sus niveles máximos de capacidad, aparece el Caraculo. Ni os imagináis la cara que puso el buen hombre, blanco como una tiza se quedó, en serio, de piedra; cuando pudo reaccionar ni siquiera nos dijo nada, sino que se llevó a su hijo con la bici a beber a la otra fuente mirándonos con cara desafiante. Yo empecé a sospechar que aquello no iba a acabar bien. El nivel del agua, lodosa y marrón, subía y subía cada vez más y la Presa aguantaba la presión como una campeona mientras nosotros tres saltábamos de la emoción. ¿Cómo hubiese acabado la historia de no ser por el Caraculo? Nunca lo sabremos porque al poco tiempo se empezaron a oír las sirenas de la policía.

 Al principio uno no se cree que aquello vaya con él, pero cuando ve aproximarse a los agentes de la ley y aparcar junto al parque, pues uno se acojona, pero de verdad. Evidentemente no íbamos a dejar eso así: la parte más divertida de hacer presas era ver cómo se destruían, así que en un último acto desesperado Marcos y yo nos subimos al borde del embalse y lo abrimos. El agua empezó a salir a toda presión, con mucha más fuerza de lo previsto. Nos despedimos de ella entristecidos, viendo como una riada de agua y barro alcanzaba la carretera en pocos segundos y seguidamente salimos corriendo a escondernos en las cuevas de los setos.

 No nos pillaron, no, pero estábamos tan acojonados que nos quedamos ahí metidos, elucubrando sobre lo que nos podría pasar si nos encontraban durante demasiado tiempo (cárcel fijo), hasta que se hizo de noche y nuestros padres empezaron a preocuparse. No era la primera vez que tenían que bajar a buscarnos llamándonos a grito pelao, pero en aquella ocasión nos hicimos mucho los remolones y tardamos en salir. La bronca de turno no pasó de lo previsible, nosotros teníamos otras cosas en las que pensar. De regreso a casa miramos de reojo en lo que se había convertido nuestra Gran Presa: unos restos de barro donde antes estaba la montaña y toda la cuesta del parque y la carretera de enfrente llena de arena y agua. El fin de un sueño hecho realidad.

 Volvimos a jugar a las presas, pero ya nunca fue lo mismo.

 
TELÓN

 Reflexiones:¿Mi oposición al Plan Hidrológico Nacional tiene algo que ver con el agua que derroché en el pasado?

¿Qué influencia tuvo nuestro juego en el actual estado de los embalses madrileños?¿Qué diría Esperanza Aguirre si lo supiera?

¿Por qué el hijo del Caraculo nunca se atrevió a dejar la bici a unirse a nosotros?

¿Qué casualidad del destino hizo que los obreros pusieran el montón de arena justo en el recorrido del chorro? ¿Qué pensarían al día siguiente cuando viesen que el montón de arena se había esfumado?

¿Por qué las presas con base de barro y cubierta de arena aguantaban mejor la presión del agua?

 
Preguntas sin respuesta, me temo

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5 comentarios en “Crónicas épicas a metro y medio. Acto 3

  1. Amigos del blogoplancton:

    Perdí esta entrada en la mudanza a wordpress desde bitácoras pero he conseguido recuperar el texto gracias al «caché» de Google. Aquí pego los comentarios originales de forma manual (se puede seguir comentando):

    Lo primero, te diré que la cita que haces no sé de dónde es, pero hay una en los Simpsons, en el capítulo de Bart el general en el que el dueño de la tienda de armas dice: «Los griegos lo sabían, los cartagineses lo sabían y ahora lo sabes tú».
    Después de leer tu historia me han venido a la mente los recuerdos de los niños en el parque haciendo presas, aunque yo nunca participé. Yo fui de aquellos que en la playa hacían un agujero enorme e intaban hacer una presa, pensando que cuando llegasen las olas no destrozarían todo el esfuerzo mío y de mi hermano, aunque un verano tras otro los agentes geológicos externos nos demostraban que ni todo el tesón de dos críos puede vencer a la Madre Naturaleza.
    Supongo que los obreros dirían unos cuantos tacos al ver lo que hicisteis a su montón, pero depués pedirían más material con el consiguiente retraso y aumento en la factura.
    biosfofo | 29-06-2006 17:49:28
    El gallifante es tuyo, estaba parafraseando a los Simpsons para variar, tomándome una licencia, claro.
    Sobre la historia en sí, pues es curioso que hasta que no me hice más mayor no fui consciente de la putada que tuvo que suponer lo de hacer desaparecer el montón de agua ¡pero en serio que mereció la pena!
    Rafa | 29-06-2006 23:31:28
    Buenisimo, me he reido mucho rafa.
    GON | 30-06-2006 00:18:06
    Ains, la delincuencia juvenil…
    Ahores | 30-06-2006 00:54:54
    Venga venga, que seguro que todos tenemos capítulos similares en nuestras infancias. ¿nunca habéis escuchado con miedo las sirenas de la policía después de haberla armado gorda?
    Rafa | 01-07-2006 11:08:59
    Solo un comentario a lo de la cita. Como la mayor parte de las cosas un poco fuera de tono de los Simpsons, la cita de los griegos y cartaginenses viene de más atrás. Lo dijo (en l peli homónima el general Patton respecto a la invasión de Sicilia por Siracusa. Por cierto, estupenda película, aunque el tío fuera un fascista.

    ¿Me he gandao el gallifante con chorreras?
    Yossarian | 06-07-2006 11:43:09
    ¡Gallifante adjudicado Yossarian!
    Rafa | 06-07-2006 19:57:46
    Estoy anononanadada. Así que, Ciudadano M no se nace. ¡Qué sorpresa! Pero confiesa, ¿como se siente uno sabiéndose un Caraculo de mayor?
    Tranquilo. Yo creo que nací Carculo y por eso no tengo tanto material para hacernos pasar tan buenos ratos
    Belenius | 19-09-2006 12:16:46
    Eso ha sido un golpe bajo Belenius.
    Rafa | 20-09-2006 10:08:46

  2. Pingback: Crónicas épicas a metro y medio: Preludio « Diario de un copépodo

  3. Yo creo que las tres esta es la mejor. Yo creo que hay una serie de comportamientos que son casi instintivos en la infancia.
    Como el alimoche de Rde laFuente que veia una piedra y un huevo de avestruz y sabia que hacer.
    Yo creo que la atracción por el fuego, jugar con piedras y hacer presas debe tener una base biologica.

    Si hay que dejar desatendido un monton de arena, es conveniente taparlo con un plastico. Por las inclemencias y por los niños, jaja.
    Creo que un monton de arena de mas de 500kg costo a un conocido unos 50e.

  4. La semana pasada he hecho mis propias experimentaciones hidrogicas en la huerta.

    Todo el mundo sabe que hace falta agua en la huerta, pero mucha menos que a veces hay que eliminar el exceso de agua…

    He estado haciendo unas zanjas para que drene el agua cuando llueva. He tenido ciertas complicaciones. Tenia que esquivar un llave de riego y uno no se imagina las cosas que se encuentra a 40cm bajo tierra. Un trozo persiana, un tubo de silicona, una especie de alfombrilla de coche.

    Lo bueno es que tenia manguera para escabar ciertas cosas viene muy bien. No se de donde sacan el agua, pero aunque es de manantial tiene bastante presion.

    Un chavalin se lo hubiese pasado bien, aunque la mayoria era bastante esfuerzo para un niño.

    Hay ciertas cosas que casi son geneticas en los niños. les gusta a casi todos.

    Jugar con fuego.
    Jugar con tierra, piedras, escabar y demas
    Caminar por lo alto de los muretes.
    Practicar punteria.
    Ostras estoy escribiendo casi el mismo comentario que la otra vez.

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