¿Qué tatuaje me hago?

No me gustan los tatuajes. No tengo ninguno. No me van ni los anillos, ni los pirsins, ni las cadenitas ni nada de eso, pero ante todo en esta vida hay que ser previsor:

¿Qué ocurriría si unos extraterrestres me abdujeran y quisieran marcarme usando una pintura dérmica que, en un alarde de buenrrollismo galáctico, me permitiesen distribuir como a mí me diese la gana para que no traumatice mi vida y arruine el experimento biológico de suelta y recaptura del que sería objeto?

Si no os habéis planteado nunca esa pregunta no sé a qué estáis esperando.

Hasta ayer no tenía respuesta, y creo que era uno de los motivos de mi insomnio crónico, pero al fin he dado con la solución. Surgió espontáneamente como la única respuesta posible al dilema superando todas mis pegas al tema del tatuaje. La gran putada es que un tatuaje es para toda la vida, y como la vida se caracteriza fundamentalmente por el cambio, no hay ninguna garantía de que lo que ahora te gusta o te sienta bien vaya a seguir siendo así para siempre. En primer lugar, te lo haces en la juventud y puede que quede genial, supersexy y todo eso, pero a los 80 tacos seguro que ya no queda tan bien. Eso también es importante a la hora de pensar el motivo del tatuaje, tienes que imaginarte cómo le sentarán los años, cómo se irá desdibujando y volviéndose fofo. Si no fuese por eso yo quizá me decantase por un motivo natural, por un animal raro y preferentemente extinco, como un anomalocárido, por ejemplo, que a la vez que reivindicas el Cámbrico, pues parece un monstruito de ciencia-ficción. No sé, es un motivo con el que yo me sentiría cómodo en mi piel si no tuviese claro que con el tiempo quizá me harte de él. Además en una ocasión conocí a un tío que décadas antes había tenido la misma idea que yo y tenía tatuados varios invertebrados extintos y, francamente, el resultado era poco estético.

Podría optarse por un tatuaje «tribal», de esos que no representan nada en concreto, o bien con motivos arabescos en plan Alhambra, y aunque puede ser una buena solución (porque incluso deformado puede mantener una armonía geométrica) no es que me parezcan muy estéticos y además están sujetos a las modas. ahora se llevan tatuajes de ese tipo igual que en verano está de moda llevar los pantalones por los muslos enseñando los calzoncillos y en invierno lo que está mandado es irse pisando los bajos de los pantalones hasta el desgarro llevando consigo toda la porquería, humedad y chicles pisados que haya en el suelo, pero ¿quién sabe lo que se llevará en 2046? ¿Y si los tatuajes que molan en ese momento son de círculos concéntricos? Llevarías el estigma de los tortuosos comienzos del siglo XXI en la piel para siempre.

A la conclusión a la que llego es que lo único que uno puede tatuarse sin peligro de que se pase de moda o que pierda su valor por deformarse son los mensajes escritos. ¡Pero ojito! Todos sabemos que es una imprudencia tatuarse el nombre de la persona amada, que nunca se sabe y si luego pasa algo es una putada de las gordas. Podría optarse por ponerse el nombre de la madre, el padre o algo así (que no se corre el riesgo de que cambie con el tiempo) pero, reconozcamos que es una horterada y que en caso de frenesí sexual es capaz de aniquilar la líbido de cualquier sex-machine. Cuando hablo de tatuarse un mensaje, evidentemente, tiene que tratarse de algo trascendente. Para llevar puestas chorradas ya están las camisetas: «Demasiado sexo nubla la vista» «Sex instructor, first lesson free»(siempre siento tentaciones de preguntarles por el cursillo a los que llevan esta camiseta en particular, a ver si así se les pasa la tontería), «Luke, yo soy tu padre»,… etc Estas camisetas están muy bien para hacer el tonto un rato, pero llevar un tatuaje de este estilo es desaprovechar la noble aspiración de eternidad que tiene implícita. Una alternativa es tatuarse un símbolo relacionado con la ideología personal, pero pasa como con las parejas, que nunca se sabe hasta cuándo pueden durar (y además uno nunca estará seguro de que no aparezca la Policía del pensamiento y que dicho tatuaje te pueda poner en un compromiso).

Supongo que en casos desesperados merece la pena hacerse tatuajes para evitar olvidar cosas, como lo que sabes del asesino de tu mujer cuando sufres una carencia de la memoria a corto plazo, o cuando quieres salvar a tu hermano de la silla eléctrica aunque para ello tengas que llevarte por delante la vida de docenas de otras personas, cometer robos, liberar a criminales peligrosos, arruinar la carrera de veinte profesionales, provocar un cambio de gobierno e intimidar a cientos de personas inocentes, sí, supongo que ese es un buen motivo para hacerse un tatuaje.

¿Qué me queda, por lo tanto? ¿Existe algo que me pueda tatuar que no se deforme, que sea eterno, que sea elegante y que no pueda ponerme en un compromiso? ¿Qué sería capaz de exhibir casi con orgullo que a la vez sea una constante a lo largo de toda mi vida con absoluta certidumbre, y que a la vez me sea ventajoso porque me recuerde constantemente una realidad que no debe ser olvidada?

Ayer la respuesta se me apareció como una evidencia:

Las leyes de la Termodinámica

que expresadas elegantemente en forma conjunta quedan de la siguiente manera:

dU-TdS+PdV > 0

donde U es la energía interna, T la temperatura absoluta, S la entropía, P la presión y V el volumen. Aséptico y a la vez imprescindible me recordaría constantemente la inexorabilidad del paso del tiempo, la imposibilidad de que ocurran los milagros, el valor intrínseco del trabajo, la necesidad de conservar los ecosistemas y muchas otras implicaciones que el ser humano olvida.

Pues eso, si vienen los extraterrestres con su pintura dérmica, estaré preparado…

¿Y vosotros? ¿Habéis pensado ya en el vuestro?