Después de haber recorrido desiertos espinosos, bosques de baobabs y llanuras interminables, nuestro viaje por la naturaleza de Madagascar llega a su punto culminante. En la franja oriental de la isla, los vientos alisios chocan con las montañas descargando enormes cantidades de agua durante todo el año y permitiendo que se desarrolle el bioma tropical por antonomasia donde se derrocha vida en todas sus formas: la pluvisilva.
Al igual que en el resto del país, lo que originalmente debió ser una franja continua de selva impenetrable hoy está gravemente deforestado. Sin embargo, aún quedan bosques bien conservados en algunos enclaves montañosos. Durante mi viaje pude visitar tres parques nacionales en la zona de pluvisilva montana (Mantadia, Andasibe y Ranomafana), todos ellos de grandísimo interés. Me quedé con las ganas (otra vez será) de visitar alguna de las pluvisilvas de tierras bajas, donde al parecer el desarrollo forestal es aún más espectacular.
Geográficamente estas pluvisilvas son algo atípicas ya que, como decía, se deben más a las lluvias orográficas que a su posición cercana al ecuador, pero por lo demás las características que definen estos bosques (temperaturas altas y estables y precipitación muy abundante a lo largo de todo el año) son exactamente las mismas, si bien en su versión montala las pluvisilvas son algo más frescas y cobra mucha importancia la niebla y la «lluvia horizontal«. (click en todas las fotos para ampliar)
En este momento lo que me gustaría transmitiros es qué se siente en el interior de una pluvisilva. Lo de poner la coletilla «para europeos» en las series de este tipo es precisamente porque la mayoría de los naturalistas europeos no tenemos la oportunidad de visitar lugares como este, o al menos no muy frecuentemente. Además, las pluvisilvas vienen a ser un poco como la meca de los aficionados a la flora y la fauna, el «no va más» de la diversidad, al menos en nuestras fantasías. Muchas de las sensaciones ya las habréis oído antes: las pluvisilvas son muy incómodas. Hace calor y una humedad sofocante, subir cuestas pequeñas te hace sudar como un pollo, llueve constantemente y de forma intermitente; sin el chubasquero te empapas y con él te cueces. El suelo laterítico resbala mucho cuando está mojado (o sea, siempre), en muchas zonas es un auténtico barrizal y acabas rebozado en él. Por suerte, Madagascar no tiene animales de los que haya que tener cuidado (venenosos, etc), aunque de la nada empiezan a salir diminutas sanguijuelas que se te suben por el cuerpo. No hacen nada, pero son un poco incordio.
En resumen, una pluvisilva es el lugar donde preferiría hallarme en este mismo momento en lugar de estar con mi pijama y mis zapatillas calentito.
Esto no es todo, claro, un naturalista no va a una pluvisilva de paseo, ¡hay que ver cosas! ¡Hay que observar, tomar notas, consultar guías, hacer fotos! Y aquí es donde empieza la fiesta. Desde el punto de vista botánico, la sensación que tuve fue la del aprovechamiento absoluto del espacio, de que el grado de solapamiento entre distintos organismos era insuperable. En un lugar sin factores limitantes ambientales de temperatura y humedad las plantas lo ocupan todo. No hay resquicio vacío ni espacio sin aprovechar, es como una ciudad abarrotada en todos sus estratos, todos sus niveles y todos sus escondrijos. Por supuesto, hay árboles (de hasta 40 m), pero también hay lianas (impresionantes), epífitos, epífilos, etc. Plantas dándose codazos entre ellas por la luz, subiéndose unas a otras sin parar. Y sí, bajo el dosel se está todo muy oscuro. Tú no lo notas, pero el sensor de la cámara sí, y mucho. Entiendes también eso que has leído mil veces sobre el suelo porque ¡prácticamente no hay! Es una capa arcillosa en la que enseguida empiezas a ver una densa maraña de raíces por todas partes, se intuye un bosque subterráneo igualmente intrincado, parece que hay más madera que tierra ahí abajo porque la descomposición es tan rápida que no hay capa de materia orgánica.
Epífitos, lianas y epífilos en la pluvisilva malgache
A todo esto hay que añadir la sensación de ser un completo ignorante sobre todo lo que se ve. A fuerza de preguntar al guía acabas rescatando el nombre de algunos géneros familiares de árboles (los omnipresentes Ficus, las ya familiares Ocotea, y otros que te suenan de oídas como Pittosporum, o Psychotria). Otros son más conocidos, aunque sólo sea por las plantas de interior. Pongo aquí un reducidísimo elenco.
Impresionante ejemplar de Asplenium nidus epífito, del tamaño de una mesa camilla, y un helecho arborescente del género Cyathea
Si da siconos es fácil: un Ficus. Total, sólo hay 850 especies. Estos concretamente se los comían los lémures marrones.
Bonita orquídea al parecer del género Sinorchis
Además, querría destacar un par de especies. La primera seguro que muchos la conocéis: la «palma» del viajero (Ravenala madagascariensis), que en realidad es una estrelitziáce. Es la planta más conocida de Madagascar, inmediatamente reconocible por esa disposición en abanico de sus enormes hojas y uno de sus símbolos nacionales (presente tanto en el escudo del país como en el logo de sus líneas aéreas). Es en estos bosques donde tiene su hábitat natural y es muy fácil encontrarla creciendo en casi cualquier parte aunque también está muy extendida por toda la isla por su uso como ornamental.
Ravenalas, en su medio natural y como árbol ornamental en un pueblo, con vista en detalle de los frutos.
La otra especie es el bambú gigante de Madagascar (Cathariostachys madagascariensis), de crecimiento muy característico (a menudo formando grandes arcos) y tremendo desarrollo, capaz de crecer según me contaron, hasta cuatro centímetros diarios en determinados momentos del año. Lo menciono porque es el alimento fundamental de ciertos lémures. Localmente forma extensas masas monoespecíficas.
Bambú gigante de Madagascar
Lo que digo para las plantas, sin embargo, no vale para la fauna. ¿Dónde están los animales? ¿Y esa diversidad aplastante de insectos? ¿Y ese centro de riqueza de camaleones? ¿Y los lémures? La pluvisilva es silenciosa casi todo el rato, excepto por el sonido de la lluvia, y es especialmente difícil encontrar animales, aunque por supuesto están por ahí. El naturalista europeo se espera una especie de edén zoológico y se sorprende ante la aparente y paradójica vacuidad de la pluvisilva. Es entonces cuando agradeces que para acceder a los parques nacionales malgaches sea obligatorio alquilar los servicios de un guía (muy competentes, tengo que decir), y no sólo porque sin ellos la visita sería mucho menos productiva, sino porque probablemente te perderías a los cinco minutos.
Invertebrados de la pluvisilva. Una araña del género Nephila y un insecto palo
Otro glorioso invertebrado endémico de las pluvisilvas malgaches, la mariposa cometa (Argema mittrei), con veinte centímetros de envergadura alar.
Fue precisamente conociendo las pluvisilvas donde descubrí la gracia de las visitas nocturnas. No sé si alguna vez habéis estado en un espacio natural en el que se organicen este tipo de visitas, pero para mí eran nuevas y resultaron ser además muy productivas. La noche es el momento ideal, por ejemplo, para localizar anfibios, que inician su actividad al anochecer. En Madagascar sólo las ranas consiguieron colonizar esta isla, pero están descritas 240 especies, nada menos, y se sospecha que pueden ser muchas más. Todas ellas excepto dos (probablemente introducidas por el hombre) son endémicas.
Boophis tephraeomystax y Mantidactylus sp., ambos son géneros endémicos de Madagascar y Mayotte. Se acaban localizando gracias a sus reclamos sonoros.
También es durante la visita nocturna cuando es más probable encontrar camaleones. Están inactivos por la noche y su piel es más pálida que durante el día (ya que no necesitan camuflaje), por lo que con ayuda de una linterna se les puede descubrir con relativa facilidad para los guías. Para el novato es mucho más difícil de lo que parece. Si en el oeste el género más habitual es Furcifer, veremos que en la zona oriental se lleva la palma el género Calumma, que incluye algunos de los camaleones más grandes y más pequeños del mundo.
Gigantes y enanos: el camaleón de Parson (Calumma parsonii) y el diminuto Calumma nasutum
Pero esto es sólo el principio, claro. Como sabemos, Madagascar es un centro de diversidad de este tipo de reptiles, y la cantidad de especies que se pueden ver es tremenda.
Calumma gastrotaenia, C. oshaughnessyi, C. crypticum y C. brevicornis. Ahí queda eso
Más reptiles espectaculares, ahora de la familia de los gekónidos:
Uroplatus phantasticus, una diminuta maravilla de la evolución, el apoteosis de la cripsis. Incluso cuando alguien te lo señala sólo ves una hoja seca.
Phelsuma quadriocellata, espectacular gecko diurno que se puede ver en zonas antropizadas. Como nuestras salamanquesas pero con un extra de glamour.
En cuanto a las aves, si bien la época de mi viaje no era la mejor para observarlas en la pluvisilva, se pueden ver muchas y muy interesantes, pero un asunto distinto es fotografiarlas: entre la escasez de luz y la densidad del follaje apenas conseguí alguna foto decente.
Cucal de Madagascar (Centropus toulou) encaramado a un helecho arborescente en Andasibe.
Y por fin, llegamos a los lémures, que en la pluvisilva son legión. Tengo que decir que tuvimos mucha, muchísima suerte durante nuestras visitas y pudimos disfrutar de un buen número de lémures, muchos de ellos raros y difíciles de ver; nueve especies, nada menos, que pude observar y fotografiar en su hábitat natural entre los tres parques. Empiezo con los nocturnos:
Lémur ratón de Goodman (Microcebus lehilahytsara). Una especie rarísima descrita en 2005, tan sólo conocida del parque de Andasibe y uno de los primates más pequeños del mundo
Familia de lémures lanudos (Avahi laniger) sorprendidos durante su descanso diurno. Los avahi son los únicos lémures nocturnos que viven en grupo y son de la familia de los índridos (la de los sifakas)
Las pluvisilvas son también el hogar de un género concreto de lémures diurnos (Hapalemur), o lémures del bambú, que han hiperespecializado su dieta hasta el punto de depender totalmente del bambú gigante (Cathariostachys) que mencioné antes. Distintas especies pueden solapar su área de distribución, en ese caso, cada una de ellas se alimenta de una parte concreta del bambú. Lógicamente, su supervivencia depende directamente de la buena salud de las poblaciones de esta enorme gramínea.
Esta imagen es lo mejor que pude retratar al raro y esquivo lémur dorado del bambú (Hapalemur aureus). Se alimenta en un 90% de brotes tiernos y bases de las hojas de esta planta. Su área está muy restringida y la IUCN lo considera en peligro de extinción (EN).
Este es el lémur gris del bambú oriental (Hapalemur griseus), come tanto hojas como la médula de los tallos maduros. La IUCN lo considera vulnerable (VU).
Sin salir de la familia de los lemúridos aún se pueden mencionar un par de especies de lémur marrón. Una de ellas la recordaréis de los bosques occidentales de Madagascar (Eulemur rufus), el otro, sin embargo, es propio del norte u este de la isla.
El versátil lémur marrón de frente roja (Eulemur rufus) y el lémur marrón común (E. fulvus), esta última foto me la presta Alfie
Y llegamos a los reyes de la pluvisilva: los índridos diurnos. En estos bosques viven varias especies, a cual más espectacular, de sifakas emparentados con los que veíamos hace dos capítulos. Sus costumbres y hábitos de vida son similares, aunque estos suelen ser más grandes.
El sifaka de Milne-Edward (Propithecus edwardsi), de precioso pelaje chocolatado y ojos rojos, vive restringido a las pluvisilvas del centro-este de Madagascar. Vimos un pequeño grupo en Ranomafana, y una de las hembras llevaba una cría a la espalda, posición que ocupan a lartir del mes y pico de edad.
Sifaka de Milne-Edward con cría a la espalda que nos miraba con curiosidad desde lo alto del dosel. En peligro de extinción según la IUCN.
En Mantadia, por otra parte, después de una buena caminata en una pluvisilva primaria espectacular, nos topamos con un grupo de sifaka diademado (Propithecus diadema). Algunos de ellos posaron para nosotros y dieron saltos espectaculares en nuestras narices. ¡Increíble! En este caso una hembra también tenía una cría, pero esta se sostenía en el vientre, que es su posición habitual desde el parto hasta que pasan del mes de vida. Al igual que la especie anterior, se considera en peligro de extinción por la IUCN.
Sifakas diademados. Casi, casi son mis lémures favoritos.
Y, queridos lectores, tomemos aliento para la guinda final que tenía reservada. Un encuentro especial con uno de los animales más increíbles de la tierra, una maravilla de la evolución, un superviviente y un símbolo de la conservación de estas pluvisilvas.
Con todos vosotros: el indri (Indri indri)
Me faltan palabras para describir este fabuloso primate y la impresión que me ha causado. Es el lémur vivo más grande que existe, y habita en las últimas pluvisilvas vírgenes de Madagascar. Aunque carece de la cola que caracterizan a los sifakas, posee esas patas traseras desproporcionadamente largas típicas de los índridos. Ver a un indri dar un salto de casi diez metros de un árbol a otro es algo que no te esperas de un animal lento en sus movimientos y dedicado casi en exclusiva a comer hojas y sestear en las alturas del dosel, regalándote si acaso alguna mirada de indiferencia mientras te empapas bajo la lluvia.
Los indris viven en grupos como otros sifakas, aunque por su gran tamaño necesitan áreas muy extensas de ramoneo y dichos grupos no suelen ser muy numerosos (2-5 individuos). Está considerado en peligro de extinción como otros lémures, pero a diferencia de ellos, los indris nunca han podido mantenerse en cautividad. A los pocos días de cautiverio dejan de alimentarse y mueren. Esto de alguna forma ensalza el valor único de esta joya zoológica: sólo es posible encontrar indris en las pluvisilvas de Madagascar, y su destino está absolutamente determinado por el de estos bosques gravemente amenazados.
Hay otro rasgo que acaba de perfilar el encanto irresistible de este animal, uno especialmente emotivo. Los lémures normalmente se limitan a emitir sonidos guturales, pero el indri es el único que canta. Durante sólo unos minutos al día, cada grupo familiar de indris entona una llamada de delimitación territorial que puede oírse a varios kilómetros y que normalmente es respondida por otros grupos.
Indri, cantando
Pues bien, durante nuestra visita al parque de Andasibe, dimos con un grupo de indris (los de la foto), y a los pocos minutos de nuestra llegada, iniciaron su canto en nuestra presencia.
Esos escasos minutos fueron uno de los momentos más emocionantes que he experimentado en toda mi vida, unos sonidos como venidos de otro mundo, absolutamente extraordinarios que me conmovieron.
Quizá sea sólo una cosa mía, pero me gustaría intentar compartir ese momento con vosotros, ya que por suerte uno de los «dromedarios» grabó unos instantes de este canto y desde que empecé a planear esta serie quise que fuera la gran traca final.
Ponéos en situación: lleváis algunas horas pateando por el bosque. Como decía antes, llueve, hace calor, hay sanguijuelas, el suelo es un barrizal y hace un buen rato que no se deja ver ni un triste pájaro. Pascal, el guía, os pide que le sigáis campo a través una vez más cuando ya parece que hay pocas esperanzas y, ahí están, por fin, los indris. Después de meses de preparativos es una satisfacción enorme poder verlos, ahí están, indiferentes, comiendo bajo la lluvia, como lo llevan haciendo desde hace miles de años, mucho antes de que el ser humano llegara a Madagascar, como lo hacían los extintos lémures gigantes. Parsimoniosamente se acercan ramas y comen con tranquilidad, alguno salta dejándoos boquiabiertos. Pensáis en el camino recorrido, lo que ha costado viajar desde Madrid a las pluvisilvas malgaches, los únicos lugares del mundo donde viven estos fenómenos. Y entonces, sin previo aviso empieza el espectáculo.
(Poned los altavoces a tope si estáis solos, pero avisados quedáis de que el canto es bastante «intenso»)
Se me sigue poniendo el pelo de punta.
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«La naturaleza de Madagascar contada para europeos»
1. Introducción
2. El bosque espinoso semiárido. Las megafaunas extintas
3. El bosque tropical caducifolio
4. El interior y las tierras altas
5. La pluvisilva montana
6. Información práctica
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Esta entrada fue reconocida por el blog Experientia Docet como merecedora de su premio a la excelencia en la divulgación científica.
Dios cómo te curras los posts, de verdad…
La mariposa cometa es la más bonita que he visto nunca.
(Me voy a la cama, mañana me lo leo en profundidad)
Ahora mismo tengo una extraña sensacion entre la envidia y la admiración…
Mira que no llevarte un salabre para ver que coletea por esos rios…
Pena que en los comentarios no se pueda poner audio, porque te pondría una tremenda ovación. Tus posts sobre Madagascar son bastante más entretenidos y muchísimo más didácticos que las revistas de viajes, y encima gratis, que más se puede pedir…
Como tu has dicho… se ponen los vellos de punta de escuchar ese maravilloso canto… madre mía… tiene que haber sido maravilloso haberlo escuchado en directo, inmerso en ese paraíso que es Madagascar. Gracias por compartir estas vivencias con nosotros! ;)
Me ha molao el canto del Indri. Más de uno, con eso, monta una sinfonía o graba un disco de jazz. Muy chulas las fotos y explicaciones también.
Qué pasada. La emoción que describes con los indris se me hace familiar, aunque yo la haya vivido en condiciones mucho más favorables. Esos escasos momentos en que eres plenamente consciente del placer que te desborda, que da sentido pleno a la palabra «felicidad». Esos momentos que no quieres que acaben nunca, que adhieres a tu persona para siempre. Esa sensación de que el pecho no es lo suficientemente grande como para albergar unos pulmones, que a su vez no son lo suficientemente grandes como para albergar todo el aire que les quieres meter dentro…
Una pregunta personal: ¿se te escaparon unas lagrimillas? Lo pregunto por mis propias experiencias…
Gracias por compartir esto con desconocidos como yo.
No me extenderé mucho porque estas crónicas se resumen en una única palabra: gloriosas.
Coincido con los demás, te curras unos post simplemente geniales. Nunca tuve queja de mi profe de Botánica en primero de carrera, era majísima, y consiguió que me interesara (y me interesa) lo relacionado con Botánica, a pesar de encontrarme ahora en Micro (donde tuve otro profe muy bueno), pero es que dando clases, tienes que ser espectacular. He leído esta entrada con avidez, como hacía tiempo que no leía un texto científico-biológico. De mayor quiero ser como tú!
Increíble. Que sobreviva toda esta diversidad en este mundo pisoteado; que visitarla esté al alcance de quien quiera planteárselo; y que hayas recogido esta crónica cuando cualquiera se hubiera conformado con contemplar, boquiabierto, tanta maravilla.
Joe, la verdad es que despues de leer lo que has escrito de Madagascar todavía me quedan dudas de que esto no sea un promocional de «Avatar II» !! Que de bichos/plantas raras!!
¿ es que no hay simples gorriones por allí ?
Pd: Es broma, claro. Excelente serie de apuntes sobre LA ISLA.
Sencillamente, ¡Muchas gracias!
Muchas gracias a todos por comentar. Ya habréis notado que para mí esta serie en general y este post en particular eran especiales, de estas cosas que no puedes guardarte para ti solo.
@Xema: todo no puede ser, tampoco me llevé la máscara de buceo, que el equipaje tiene que ser ligero. Ya quelo comentas, la ictiofauna de Madagascar es previsiblemente, muy pobre en comparación con la africana, pero vi que los pescadores llevaban como botines cíclidos tipo tilapia (y así las llamaban, de hecho), e incluso me zampé alguna que otra durante el viaje.
@Mecacholo: observar fauna salvaje es una satisfacción enorme aunque estés en el jardín de tu casa, y muchos de nosotros lo sabemos, pero sí, para mí Madagascar era un sueño que increíblemente se ha hecho realidad (no he contado, ni creo que lo haga, lo cerca que estuvo este viaje de cancelarse). El «momento indri» fue la guinda final, a unos días del regreso y no hubo lagrimillas, pero sí un nudo en la garganta y los pelos como escarpias.
Es un privilegio ser lector de este blog. Lo digo como lo siento, un auténtico privilegio.
Y no te digo más cosas sobre tu gran capacidad como divulgador y lo que podrías hacer con ella, porque sé que no te gustan. (Efectivamente, esto en retórica se llama paralipsis).
Muchas gracias.
Un cordial saludo.
Gracias César, con saber que te ha gustado me quedo contento.
Lo merecía: se ha concedido el «Premio ED a la excelencia en la divulgación científica» a esta entrada.
¡Enhorabuena!
Como representante del equipo de redacción de «Diario de un copépodo» agradezco sinceramente el reconocimiento.
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