Valle del Rift en Etiopía central. Se destacan los lagos visitados en el viaje y la situación de Arba Minch y el Parque Nacional de Nechisar
La llegada al valle del Rift fue un momento esperado. Llevábamos ya un buen trecho de viaje por la sección norte del Macizo Etíope cuando enfilamos hacia el sureste desde Addis Abeba. Es imposible no dejarse llevar un poco por la emoción del título que ostenta este valle como «cuna de la humanidad», aunque ello responda más bien a la fortuna caprichosa de haber encontrado multitud de fósiles de homínidos. La cosa es que tras cada loma, tras cada repligue del horizonte, esperábamos encontrar alguna vista que nos certificase que habíamos llegado. Y así fue.
No es que sean grandes fotos pero se capta la idea. En esta zona (a la altura del lago Ziway), el valle es lo suficientemente estrecho como para ver las montañas que hay al otro lado, de las que nos separaba la el Rift propiamente dicho. Las vistas no son especialmente impresionantes: no es un gran desnivel ni un caída abrupta, más bien interesan por lo que sabemos que es en realidad: este valle apacible es una cicatriz tectónica, una grieta creciente por donde la corteza terrestre se rasga. En otros puntos del valle hay conos volcánicos, e incluso donde se tomaron las fotos que os he enseñado había obsidiana en el suelo (un vidrio volcánico ligado a erupciones) y esa misma noche me pareció ver en el lago Langano piedras que flotaban. No me engañaban los ojos: se trataba de pumita (o piedra pómez). Algún día un brazo de mar cubrirá este valle y las montañas que se divisan a lo lejos formarán parte de una de las islas más grandes del mundo: la formada por la placa somalí.
Pero volvamos al presente: a día de hoy el Valle del Rift etíope es un destino excelente para conocer la flora y fauna del lugar. El fondo de la fosa, bastante llano y con una altitud de unos 1200-1500 metros, disfruta de un clima algo más fresco que en el tórrido valle del Omo, y está recorrido por un rosario de pequeños lagos endorreicos, mucho más pequeños que los que hay en la sección meridional del mismo valle (Turkana, Victoria, Malawi,…) pero merecedores de atención, sin duda alguna.
Como el clima de la zona sigue siendo cálido y sujeto a estacionalidad pluviométrica, encontramos por aquí una vegetación similar a la del capítulo anterior, con las acacias dando perfil a la sabana y familias típicamente paleotropicales (combretáceas, caparáceas, apocináceas y toda la pesca).
Acacia abyssinica, junto con la del capítulo anterior, una de las pocas especies de acacia que, creo, se puede identificar más o menos sin problemas por sus inflorescencias blancas y sus legumbres marrones y planas
Esta otra acacia, por ejemplo, ni idea
Rumex nervosus, poligonácea con actividad antihelmíntica, o sea, que se puede usar contra parásitos intestinales
Carissa edulis, apocináceas y toda la pesca
Euphorbia candelabrum, una suerte de cardón canario gigante, y un arbolillo que me quiere recordar muy lejanamente a un Celtis pero que no estoy seguro (se aceptan sugerencias)
Uno de mis indicadores favoritos de estar en el África subsahariana es la actividad de los tejedores (género Ploceus), los diversos pájaros amarillos que llenan las acacias con nidos de muy compleja construcción (de ahí les viene el nombre). Hay muchísimas especies en todo el continente.
Macho de tejedor (Ploceus sp.) junto a su nido
Tejedores había visto ya en Sudáfrica y Madagascar, pero lo que nunca había tenido ocasión de ver son dos variantes de estos pájaros inconfundibles. El primero vino en la forma de unos nidos muy particulares, que tenían una entrada muy larga a modo de embudo. El misterioso autor quedó desvelado en unos días: se trataba del hogar del Anaplectes rubriceps, o tejedor cabecirrojo.
Inconfundible arquitectura del nido del tejedor cabecirrojo (Anaplectes rubriceps). aunque estrechamente emparentado con los tejedores típicos (Ploceus), está emplazado en su propio género monoespecífico
La otra variante la pusieron los ruidosos gorriones tejedores. Como su nombre indica, han debido dar algún que otro dolor de cabeza a los ornitólogos, y se les ha clasificado tanto en los paséridos como en los ploceidos (su propio nombre genérico: Plocepasser, da testimonio de esa esquizofrenia). Parece ser que son realmente gorriones con hábitos tejedores. Eso sí, en lugar de nidos colgantes, los construyen encima de las ramas, pero igualmente forman colonias populosas.
Gorrión tejedor (Plocepasser mahali) y fotos de sus nidos
Visitar los lagos del Rift permite, muy notablemente, ver aves. Muchas aves. El primer contacto con las aves acuáticas fue un fugaz paseo por las orillas del Langano.
Amanecer en el Langano
Grupo de avefrías espinosas (Vanellus spinosus) y un martín pescador pío (Ceryle rudis) entre las aves mañaneras que buscaban alimento en el lago
En el lago Awasa, el más pequeño de todos, sí que hubo algo más de tiempo incluso para hacer un recorrido en barca a algunos lugares de interés. Es un buen lago para observar aves acuáticas, especialmente en los alrededores de la lonja, donde van a ponerse las botas con los restos de pescado y se dejan ver muy de cerca.
Lago Awasa
Un pelícano, posando, (Pelecanus onocrotalus) y cormoranes (Phalacrocorax carbo lucidus)
Pareja de ibis sagrados (Threskiornis aethiopicus)
Todo un icono de la avifauna africana: la cigüeña marabú (Leptoptilos crumeniferus)
Una curiosidad: el avemartillo (Scopus umbretta). Se trata de un pariente de los pelícanos, muy común en el trópico africano y famoso, al parecer, por construir el nido más grande de todas las aves
Y ya que hablamos de pesca, hay que recordar que muchos de los habitantes de la zona se ganan la vida gracias a esta actividad. Generalmente salen en barcas y pescan con redes, al menos en el Langano y el Awasa. La pesca en el lago Chamo está sujeta a algún tipo de regulación, aunque vimos «pescadores ilegales» (según el guía) en alguna ocasión. La pesca puede además ser una actividad de riesgo, sobre todo porque algunos valientes salen en canoas que flotan de milagro y no hay que olvidarse de que en muchas zonas de estos lagos hay cocodrilos. La ictiofauna de estos lagos era algo que me interesaba conocer. Los que seáis aficionados a los acuarios recordaréis que en los lagos del Rift meridional, y muy especialmente en el lago Malawi, hay una diversidad única y deslumbrante de especies de cíclidos; de hecho la radiación de esta familia de peces en los lagos del Rift es objeto de estudio de muchos biólogos evolutivos al suponer un ejemplo único de especiación en simpatría. Creo que en los lagos etíopes no se dan ese tipo de cíclidos, pero aún así, el pescado más consumido procedente de los mismos pertenece a esa misma familia y siempre hace gracia reconocer las típicas formas de la aleta dorsal y anal, tan reconocidas en los acuarios, en peces destinados al consumo humano. Normalmente se les llama «tilapias», pero por mi experiencia creo que ese es un nombre que se aplica de forma muy general a cíclidos de este tipo, así que no estoy seguro de a qué género pueden pertenecer. El pescado más apreciado de estos lagos es la famosa perca del Nilo (Lates niloticus), introducida aquí al igual que en otros lagos africanos y que supone una amenaza para la diversidad local, pero que es el objeto de deseo de los pescadores porque se paga a buen precio.
Pescando tilapias
Y para no alargarme demasiado vamos a pasar ya a la que resultó ser la zona más interesante de este área: el lago Chamo y el Parque Nacional de Nechisar, que se encuentran cerca de la ciudad de Arba Minch, casi a caballo de los lagos Chamo y Abaya. En esta zona hay tres puntos de interés y supuso uno de los grandes éxitos del viaje: el bosque de «los 40 arroyos», cerca de la ciudad, el recorrido en barca por el norte del lago Chamo y la excursión a pie por las Llanuras de Nechisar.
Croquis de la zona, en mi cuaderno de campo
El bosque de los 40 arroyos, muy cerca de Arba Minch y del estrecho brazo de tierra que separa los lagos (conocido como «el puente de Dios») fue toda una sorpresa. Se trata de un bosque de perennifolios muy bien conservado, con un dosel denso y multitud de lianas; un tipo de bosque que no esperaba encontrar en un área de lluvias estacionales y cuya presencia quizá responda a la abundancia de agua durante todo el año. Un paseo por este bosque merece mucho la pena.
El bosque de los 40 arroyos. Entre otras cosas había Cordia africana, Ficus sicomorus y Coffea arabiga
Pareja de tocos de Decken (Tockus deckeni); los tocos son la versión africana de los tucanes neotropicales
Un babuino (Papio anubis). Es un primate muy común en todo el país, pero esta foto me gusta especialmente por la iluminación
Para llegar al plato fuerte del parque, las Llanuras de Nechisar (sólo con ese nombre ya merece la pena el desplazamiento) hay que atravesar el Chamo desde los alrededores de Arba Minch en dirección este hasta la orilla opuesta. De nuevo es una ocasión estupenda para hincharse a ver aves.
Colonia de pelícanos en el lago Chamo
Jacana (Actophilornis africanus) y garcita azul (Butorides striata)
Garza goliat (Ardea goliath), junto a pelícano, y pigargo vocinglero (Haliaeetus vocifer) junto a garza
Pero la guinda de la navegación la pusieron un par de bichejos de tamaño considerable.
Cocodrilos del Nilo (Crocodylus niloticus), algunos de ellos con una más que respetable envergadura, tomando el sol en la orilla. Bastante impresionantes
¡Hipopótamos! (Hippopotamus amphibius), una grata experiencia verlos de cerca. En general los hipopótamos prefieren pasar en el agua las horas con más insolación, al parecer porque su piel es bastante sensible al sol. Es más frecuente verlos en tierra firme al amanecer y al atardecer. Me contaron además que existe cierto tránsito de hipopótamos entre los lagos Abaya y Chamo: ambas poblaciones están en contacto, pues muchos animales recorren el estrecho brazo de tierra que separa ambos lagos
Finalmente, desembarcamos cerca de las Llanuras de Nechisar (cerciorándonos previamente de que no hubiese cocodrilos) y dimos una pequeña caminata por la zona, una preciosa sabana poblada con algunos de los herbívoros más célebres del continente.
Vistas del Nechisar con el lago Chamo al fondo
Grupo de hembras de kudu mayor en la lejanía (Tragelaphus strepsiceros)
Gacela de Thomson (Eudorcas thomsonii), reconocible por la banda oscura del costado
Gacela de Grant (Nanger granti), que carece de la banda negra en el costado
Gacelas y kudus
Y para cerrar este episodio, os dejo con las fotos de cebras; sólo unas pocas, porque hice docenas. La cosa fue un poco como sigue: nos emocionamos muchísimo al ver algunas junto al sendero, nos íbamos acercando y las tías no se iban, pasamos a sólo unos metros y lo más que hicieron fue retirarse unos pasos prudenciales y seguir a lo suyo. Nos hartamos de ver cebras, literalmente. Recuerdo estar intentando hacerle las fotos a los kudus y no paraban de cruzarse cebras frente al objetivo («putas cebras», farfullé apenas 20 minutos de haber babeado por ver a las primeras). Qué pronto se acostumbra uno a lo bueno.
Cebras a tutiplén (Equus quagga)
Pues eso es todo de momento. Os veo en el Macizo Etíope.
…
La naturaleza de Etiopía contada para europeos
1. Introducción
2. Valle del Omo y alrededores
Excelente! Espero impaciente al capítulo que trata sobre la montaña etíope, que parece lo más genuino y diferencial que tiene el país.
Salud!
Me encanta la foto de los pelícanos (¡parece que están en plena operación agosto!) y, en plan curiosidad, la de su pariente, el avemartillo. Nunca había visto. Gracias por las fotos y las explicaciones, menudo curro. Y qué pena leer que también la perca dichosa ha sido introducida allí para deleite de pescadores y desgracia de sus convecinos acuáticos…
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Trachus: estás en lo cierto, son unas montañas muy singulares y las dejo para el final también en parte porque fue lo que más me impresionó.
Mortiziia: me alegra que te guste, gracias por comentar.
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