Si hay algo que hace de la Etiopía un enclave único en todo el continente, ese algo son sus montañas. La extensión del Macizo Etíope (ME) el corazón volcánico atravesado por el Rift, no tiene comparación en ningún otro país del África subsahariana; en última instancia, toda singularidad etíope nos lleva una y otra vez a él: sus paisajes, la abundancia de agua, los niveles de endemicidad, la particular mezcolanza biogeográfica y la dinámica de la demografía humana a lo largo de la historia. Al ME a veces se le denomina «altiplano», sin mucha razón, pues de mesetario tiene más bien poco (su relieve es muy irregular como consecuencia de la intensa acción erosiva de un clima tan lluvioso) pero si quisiéramos hacer un promedio, su altitud estaría alrededor de los 2000 metros (sin olvidar que alberga algunas de las cotas africanas más altas, por encima de los 4000).
La montaña africana tropical (el bioma afromontano) tiene un atractivo especial, pues al elevarse sobre una región por lo demás bastante llana, da lugar a ecosistemas frescos, con agua y nieblas abundantes, rico y diverso en flora y fauna, pero muy fragmentado debido a la propia naturaleza volcánica y dispersa del relieve. Por eso a veces se habla de este punto caliente de biodiversidad como «el Archipiélago Afromontano«, reflejando que los conos volcánicos que se erigen magníficos y solitarios miles de metros por encima de las sabanas son como islas de verdor y humedad en un océano con una aguda estación seca.
El Kilimanjaro, en Tanzania, nos sirve para ilustrar la naturaleza «isleña» del bosque afromontano. El cinturón agraciado con niebla y lluvias frecuentes disfruta de las mismas condiciones que el Macizo Etíope. Pensemos también en los Virunga y los «gorilas en la niebla» de Dian Fossey. Miles de metros por debajo, la sabana sería un «océano seco».
Este peculiar archipiélago abarcaría todas las grandes elevaciones del suroeste de Arabia y del Este de África hasta alcanzar, para algunos autores, ciertas montañas costeras sudafricanas (como ya comentamos en esta santa casa a mi regreso del Cabo). Puesto que ya había estado en la otra punta del bioma, reconozco que albergaba cierta intriga por comprobar por mí mismo cómo de similares serían ambos ambientes. En retrospectiva puedo decir que las montañas de Knysna son sólo un pálido reflejo del esplendor que puede tener el «afromontanismo» en sentido estricto, aunque las afinidades son evidentes. Desde mi limitada experiencia también estoy de acuerdo en destacar las dos cualidades singulares del ME respecto al resto de formaciones afromontanas: su gran extensión y la abundancia de elementos boreales, es decir, de grupos de animales y plantas de Eurasia que han colonizado estas montañas tropicales aprovechándose de un clima no muy distinto del que disfrutarían más allá del Sáhara en sus enclaves habituales. Es ese mestizaje único entre lo puramente africano y los inmigrantes del norte, repetido una y mil veces, lo que hace de estas montañas un escenario irrepetible.
Un antílope en un enebral. Sólo en Etiopía (más detalles al final)
La paradoja del ME es que pese a ser la mayor extensión potencial de bosque afromontano del mundo (con seguridad en el pasado debió estar cubierto por interminables arboledas), también es la que más superficie forestal ha perdido. La abundancia de agua, la fertilidad de sus suelos y un clima benigno, libre de malaria y otras enfermedades, han hecho del ME destino preferente de la especie humana en la región desde hace milenios, y en última instancia han permitido que Abisinia fuese lo que fue y sea lo que es hoy en día. Del bosque afromontano original no queda prácticamente nada, con la excepción de lugares privilegiados, por ejemplo el bosque de Harenna, cerca del Parque Nacional de Bale. Por lo tanto, el visitante tendrá que saber leer entre líneas, encontrando supervivientes de la flora y fauna original entre los cultivos y los parques urbanos, para interpretar lo que fue el glorioso pasado de la Etiopía afromontana y comprenda el valor inmenso que tienen los bosques que han conseguido llegar a nuestros días.
Un colobo (Colobus guereza) contemplando cómo se disipa la niebla tras otra jornada de lluvia en el bosque de Harenna
Lógicamente, el ME no es homogéneo, y dependiendo de nuestra ubicación encontraremos distintos cultivos. En el caso de los cereales, los más comunes son el tef (Eragrostis tef; endemismo etíope y en gran parte la base de la alimentación local) y la cebada (Hordeum vulgare), aunque en Etiopía se cultivan también centeno o sorgo. Por su importancia económica, también toca hablar del café (Coffea arabica), que ya hemos dicho que tiene su origen precisamente en este sistema montañoso y desde el que se exportó primero a Arabia y luego al resto del mundo. Como no podía ser de otra manera, en los lugares muy antropizados encontraremos también puñeteros eucaliptos.
Pasto cerca de Debark, con algunas acacias supervivientes y poblado cerca de Lalibela rodeado de un campo de cereal
Recorrer la mayor parte del ME lleva asociada la duda de qué plantas de las que vemos son, en efecto, un recuerdo de la vegetación original y cuáles simplemente son ruderales y cuneteras asociadas a los cultivos. A menudo la respuesta puede estar entre medias. Un ejemplo de algo intermedio podría ser Senna spp., unas cesalpinoideas muy llamativas y frecuentes que se ven en caminos y barbechos.
Senna sp.
En los parques urbanos se pueden encontrar a veces árboles como Cordia africana o Ficus sycomorus que estaban presentes en la vegetación original, pero no siempre es fácil saber si ese es el caso o si estamos ante plantas introducidas.
Sin duda la mejor parte del «naturalismo urbano» en etiopía es disfrutar de una riqueza de aves impresionantes sin ninguna dificultad para fotografiarlas.
Los nectarínidos, entre los que encontramos la suimanga variable (Cinnyris venustus), son una de las visiones ornitológicas más habituales en África, y de ellos siempre se destaca su convergencia ecológica con los colibríes del Nuevo Mundo. El agapornis abisinio (Agapornis taranta) por su parte, es un endemismo etíope.
Cordon-bleu de mejilla roja (Uraeginthus bengalus), frecuentísimo en las ciudades (sólo el macho tiene la mancha roja que le hace tan llamativo), y barbudo etíope (Lybius undatus)
Ver volar y hacer piruetas al papamoscas del paraíso (Terpsephone viridis) es todo un espectáculo. Un grupo de capuchinos de bronce (Lonchura cucullata) coincidieron con nosotros en una visita a Gondar
Macho y hembra de Lagonosticta senegala, un llamativo pinzón urbano
En nuestro viaje tuve ocasión de pasarme además por parques nacionales y áreas no urbanas ni cultivadas del macizo. Allá por donde fuésemos la constante era la lluvia (agosto cae en plena estación húmeda). Creo que en ningún otro sitio he visto llover tanto, tan frecuentemente y con más mala leche. No hubo un solo día de los que pasáramos en esta región del país que no lloviera al menos una vez, y algunos de los chaparrones fuero realmente épicos.
Inolvidable barrizal en el Parque Nacional de Simien. Llovió tanto que este camino quedó totalmente impracticable durante tres días. Un par de camiones se quedaron inmovilizados generando una caravana de más de doce vehículos que se quedó en el sitio hasta que retiraron parte de los lodos y el barro se secó un poco. Esta imagen corresponde a cuando trajeron una grúa para intentar, sin éxito, habilitar el camino
La importancia hidrológica del ME está fuera de toda duda, no en vano en él tiene su nacimiento el Nilo Azul, en las proximidades del lago Tana. Esta fuente del Nilo es la que aporta la mayor parte del caudal que llega hasta Alejandría, dejando al Nilo Blanco los honores de su mayor longitud. Una gran parte de la región septentrional del ME acaba drenando en el Nilo Azul, y además hay otros ríos que salen de las fronteras etíopes y de los que dependen muchas personas para su subsistencia. Etiopía tiene una gran responsabilidad en lo que respecta a los recursos hídricos propios y ajenos.
Aunque no lo parezca, esta torrentera de barro es el comienzo de uno de los ríos más caudalosos del mundo. Cerca del lago Tana hay unas cascadas muy famosas que en la época de lluvias llevan mucho sedimento
El mayor de los muchos lagos etíopes es el Tana, ubicado en el ME. Este lago es muy distinto a los del valle del Rift: no es endorreico, sino que drena a la cuenca del Nilo, y en plena época de lluvias sus orillas estaban a menudo inundadas. Contiene algunas islitas y penínsulas donde la vegetación está algo mejor conservada que en cultivos aledaños y se puede intuir qué pinta tenía todo el rollo afromontano.
Península de Zeke, en el lago Tana. Alberga una iglesia de Bet Maryam, que tiene gran interés artístico por sus pinturas, y los alrededores se conservan más o menos boscosos. En ellos se pueden ver cercopitecos verdes (Chlorocebus aethiops)
Y como quien no quiere la cosa, un varano descansando en una roca cerca de ese mismo lugar
Pero trasladémonos allá donde el bosque afromontano conserva su esplendor, en Harenna, al sur de la meseta del Sanetti (de la que hablaremos en el último capítulo) a una altitud de entre 2500 y 3000 metros, una ladera con nieblas constantes y lluvias copiosas. Tuvimos la oportunidad de recorrerlo con libertad algunas horas (sin scout armado que nos diera la lata, quiero decir) y fue una de las mejores experiencias del viaje. Aunque recordaba a otros bosques tropicales montanos que he visitado, Harenna parece acercarse en su fisionomía más a los bosques de niebla que a las pluvisilvas montanas: sin suelos lateríticos y con árboles de alturas algo más modestas que, por ejemplo, las pluvisilvas montanas de Madagascar. Los epífitos (tanto musgos como helechos y angiospermas) son legión.
Imágenes del bosque de Harenna
¡Epífitos a tutiplén!
Entre las especies arbóreas dominantes de este bosque encontramos géneros como Schefflera, Dombeya, Hagenia, Ocotea, Podocarpus, Myrsine o Galiniera. Algunos de ellos los conocía de mi paso por Sudáfrica, otros sólo están presentes en el «núcleo duro» del afromontanismo. Además, localmente era abundante el bambú (creo que la especie es Yushania alpina) del que depende una especie de mono endémica de estas montañas (Chlorocebus djamdjamensis), que sin embargo no tuvimos la suerte ade avistar.
Arriba, las características hojas palmaticompuestas de Schefflera, que reconoceréis en algunas plantas ornamentales del mismo género. Abajo, una hoja de Dombeya torrida (creo) y un detalle del tallo de Yushania alpina
Una de las plantas que más atrajo mi atención en esta zona fue el drago afromontano (Dracaena afromontana) -izquierda-. La presencia de dragos aquí sirve para ilustrar un ejemplo de la llamada Rand Flora, un conjunto heterogéneo de plantas que se distribuyen de forma aparentemente caprichosa alrededor del continente africano: desde los archipiélagos macaronesios y el Mediterráneo hasta el este y sur de África, dibujando una forma como de interrogación. En el caso de los dragos, hay que recordar su presencia espectacular en la isla de Socotra, formando genuinos bosque. No existe aún una respuesta definitiva que explique el origen de la Rand Flora, aunque posiblemente haya distintos patrones implicados según indican los estudios que hay publicados hasta la fecha. En mi opinión, los dragos africanos no son tan bonitos como los macaronesios, todo hay que decirlo.
Entre las delicias botánicas encontradas también quiero añadir la presencia de unos viejos conocidos de los bosques húmedos africanos: los helechos de cristal (himenofiláceas) que crecían en unos taludes de Harenna y cuya observación con la lupa de campo es todo un espectáculo. Sus diminutas frondes están formadas por una lámina de una sola capa de células fotosintéticas, cuya transparencia y delicadeza le merecen ese nombre. Además, aquí pude observar otro fenómeno que también disfruté por primera vez en Sudáfrica: el de las hepáticas epífilas (briófitos capaces de vivir simplemente adheridos a la superficie de las hojas de árboles y arbustos, algo que sólo es posible en lugares de abundante humedad y precipitación).
Helechos de cristal y una hepática epífila creciendo sobre una hoja
No vimos demasiados animales en el bosque: ni la hora ni las condiciones eran muy propicias. Dejaré caer, pese a todo, a una pareja de gansos egipcios y a los esquivos antílopes jeroglíficos de Menelik que se dejaron ver en las zonas más abiertas.
Gansos egipcios (Alopochen aegyptiaca), con su inconfundible antifaz rojo. El antílope de Menelik (Tragelaphus scriptus meneliki) pertenece a una subespecie endémica del Macizo Etíope
Aunque Harenna es, quizá, la quintaesencia del bosque afromontano etíope, no hay que dejar escapar que se trata de un ecosistema heterogéneo en el que se engloban distintas variantes. Para terminar el capítulo de hoy quiero incluir aquí el bosque que hay en los alrededores de Dinsho, al otro lado de la meseta del Sanetti, bastante distinto a Harenna, pero muy interesante. En él hay dos especies de árboles claramente dominantes en cuya coexistencia se refleja esa afinidad doble de las montañas etíopes: con África y con Eurasia. La primera es el enebro africano: Juniperus procera, la única especie del género que llega a adentrarse tímidamente en el hemisferio sur, pero que por lo demás es un género de coníferas holártico (eurasiático y norteamericano. Es un árbol que a primera vista sorprende encontrar en la montaña tropical, y pese a todo en sus formaciones abiertas y monoespecíficas de zonas más antropizadas nos da cierto dejà vu a los enebrales y sabinares del páramo castellano.
Juniperus procera. No es Soria, es Etiopía
La otra especie es Hagenia abyssinica, una rosácea africana típica del Macizo Etíope. Sus troncos son inconfundibles, y cuando está en flor las copas se ponen rojas. Se trata de un componente endémico afromontano, por eso la combinación con los enebros resulta única en el mundo. Es de estos ecosistemas que bastaría una foto bien hecha para decir sin lugar a dudas en qué zona del planeta estamos.
Hagenia abyssinica
Muchas plantas del bosque de Dinsho estaban en flor durante nuestra visita, por lo que resultaban más fáciles de identificar. La mezcolanza florística es realmente llamativa.
Hypericum revolutum, otro género perteneciente a la Rand Flora y una de las especies dominantes de la vegetación afromontana de Dinsho. Acanthus sennii es un endemismo etíope
Pradera plagada de Kniphofia foliosa, perteneciente a un género de asfodeláceas común en toda África
Al contrario que en Harenna, en Dinsho el tiempo acompañó y nos pusimos las botas a ver animales.
Los babuínos demostraron su versatilidad ecológica al presentarse aquí, por encima de los 2500 metros de altitud. Esta ranita pertenece al género Ptychadena, muy frecuente y diversificada por todo el continente
Dinsho es un lugar estupendo para hartarse a ver facóceros (Phacochoerus africanus)
Ver a estos mamíferos tan «africanos» en un enebral, como decía al principio, resultaba fascinante todo un estímulo para la imaginación del naturalista, que expande sus entendedaras biogeográficas con lo que observa delante de sus narices. El paroxismo de este bosque mestizo llega al toparte con los antílopes: una verdadera gozada. Además de algunos avistamientos de antílope de Menelik, disfrutamos de dos especies de gran belleza y escasa timidez.
La primera es el antílope bohor (Redunca redunca), una especie común en toda África central y de «amplio espectro» ecológico que nos regaló algunas escenas curiosas.
Antílopes bohor (Redunca redunca)
La otra fue el niala de montaña (Tragelaphus buxtoni), un animal para el que me faltan las palabras por la gran impresión que me dejó. En este caso de trata de un endemismo de la montaña etíope, en peligro de extinción, y del que quizá sólo existan 2500 ejemplares. Pese a su gran tamaño y aspecto inconfundible fue, posiblemente, el último de los antílopes vivos descritos por los zoólogos, retrasándose su descubrimiento formal nada menos que hasta 1910 (lo que nos da una idea de lo remotas e inaccesibles que fueron estas montañas para los occidentales hasta no hace mucho). Se trata de un antílope, además, de tamaño más que considerable, y la torsión espiral de la cornamenta del macho nos revela que está estrechamente emparentado con los kudus de la sabana. Su interés cinegético y el deterioro de su hábitat no se lo está poniendo fácil, pero en el entorno del Parque Nacional de Bale, el niala de montaña cuenta con un protección efectiva y se dejan ver con asiduidad, por lo que pudimos disfrutar de algunos momentos inolvidables.
Niala de montaña (Tragelaphus buxtoni)
Sin embargo, Etiopía aún tenía más sorpresas que dar. Si bien el ME no defraudó y dejó bien claro que su singularidad no era inmerecida, ya os adelanto que lo que realmente me enamoró de la naturaleza etíope estaba aún más alto, en las cumbres y mesetas por encima de los 3000 metros. Allí os espero en la próxima entrega.
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La naturaleza de Etiopía contada para europeos
1. Introducción
2. Valle del Omo y alrededores
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Fantástica entrada. Gracias de nuevo por la didáctica y las fotos maravillosas.
Solo por FYI y por poner la nota paleo, te dejo este link (espero que tengas acceso, si no dime y te mando paper): http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0277379106003349 con un interesante artículo del grupo donde colaboré en Gales sobre cómo el lago Tana se desecó durante el último evento Heinrich (eventos fríos y secos durante el periodo de deglaciación que dio comienzo hace 18K años).
Lo interesante es que esa desecación es sincrónica con el la del Lago Victoria de manera que Nilo «blanco» y «azul» habrían permanecido menos caudalosos en un momento de desarrollo de civilizaciones crítico.
Muchas ganas de volver en algún momento…gracias Cope!
Las «grua» que comentas no es una Motoniveladora?
Cerca de esa zona pero en Kenia creo que hay una montañas parecidas. Creo que no llueve mucho, pero la condensación es tremenda un misionero hace infractucturas para llevar agua a 200k personas
En la primera foto grande del bosque de Harenna, me parecio ver un aguila haciendo un picado lanzando sus garras, pero si no has mencionado será una pareidola
Cuando hablas de lo briofitos que viven sobre hojas tal vez deberias poner un enlace hacia aqui.
https://copepodo.wordpress.com/2011/10/25/%C2%A1no-puedo-creer-que-sea-un-sustrato-para-plantas/#more-6067
Sé que me repito y que no añado nada al post con este comentario, pero ahí va una salva de aplausos con las orejas: ¡plas, plas, plas, plas!
Graciela: tu visto bueno en esta serie, que siempre espero conteniendo la respiración, es la mejor de las recompensas, jejeje. Gracias por el artículo, sí que me ha parecido curiosísimo. En este viaje me acordé de las empanadas mentales que se montaba Heródoto para explicar las crecidas del Nilo. Qué mundo tan lleno de misterios incluso en aquellos tiempos recientes, qué frágil y caprichoso parece el nacimiento de las civilizaciones a la luz de contingencias como el caudal de un río.
Pipistrellum: gracias por los apuntes, no sabía cómo se llamaba el cacharro ese, ahora lo corrijo. Buena memoria la tuya acordándote de ese post. Cada vez pongo menos enlaces porque sospecho que la gente no se los va a leer de todas formas y me doy con un canto en los dientes con que acaben las entradas largas.
Moriarty: Bueno, pues que sepas que incluso dos breves líneas se agradecen muchísimo (y si hay aplausos con las orejas, ya ni te cuento). Estos posts llevan mucho, mucho trabajo, y no hay nada que dé más coraje que la ausencia de comentarios. EJEM. Y esto va por la «mayoría silenciosa» EJEM EJEM ¡A ver si comentáis!
Muy bien, felicitaciones por el trabajo
muy grande como siempre, Cope!
Un solo comentario sobre el «puñetero» eucalipto…si hubiera alguna especie autóctona con la que los locales pudieran sacar tantas calorías utilizando las misma superficie que con el eucalipto seguro que no habría eucalipto…es feo, invasivo y exótico, pero probablemente sea la solución menos mala en la zona…
Por lo demás, espero con grandes expectativas la quinta entrega!
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Jaime: no sé si me sobrepondré a mi odio a los eucaliptos si visito Australia, pero gracias por la aclaración.
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Enhorabuena por el blog!!! Ojalá algún día pueda visitar estos lugares que nos enseñas :)
http://basamortua.wordpress.com/
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