Aquí va la confesión de una nueva violación de mi compromiso de no comprar más libros en papel mientras dure mi vida nómada. Una violación, eso sí, sobradamente justificada. En una visita corta a Boston el pasado fin de semana me dejé caer por la librería Brattle (mi lugar favorito de la ciudad): tres plantas de libros usados, desde ediciones de bolsillo por un dólar hasta auténticas piezas de coleccionista con precios de tres o cuatro ceros. La Brattle es una de las librerías más antiguas del país, un verdadero paraíso para el lector, sea cual sea su preferencia, que disfruta pasando el tiempo escrutando estanterías buscando joyas ocultas. Aquí fue donde conseguí mi edición de 1868 de la botánica de Asa Gray o la primera edición en inglés (1876) de la Historia de la Creación de Ernst Haeckel, dos de los niños mimados de mi biblioteca (ahora tristemente en cajas en casa de mis padres). Si queréis saber más sobre la librería, pinchad los enlaces, y si alguna vez os dejáis caer por Boston, la visita es obligada para todo lector.
La cuestión es que durante esta postdoc, siempre que he ido a Boston, me he pasado por la Brattle como está mandado, aunque sólo para disfrutar del lugar, consiguiendo no comprar ningún libro. Esta vez ha sido diferente. Para empezar, sí que iba buscando un libro en concreto, que no tenía nada que ver con la biología, y que no estaba. Tras comprobarlo, decidí pasearme por las estanterías de ciencia e historia natural: volver a ver libros que conozco de ocasiones anteriores, tomos ilustrados con las aves de distintos estados, la biografía de Agassiz escrita por su mujer… una pasada, de verdad. Como decía, muchos de los títulos sobreviven de una visita a otra (el de Haeckel que comentaba antes lo vi en 2008 y lo compré un año despues, un año entero durante el que, increíblemente, nadie se había hecho con él), así que esperaba, más que nada, pasar revista y ver que todo estaba en orden.
De repente, encontré esto:
El viaje del Beagle, del amigo Carlos Roberto, o «Viaje de un naturalista alrededor del mundo», el diario de Darwin durante su periplo de juventud. Este libro no tiene nada de particular como título: es el que más frecuentemente se ha editado y reeditado de Darwin después del Origen, y yo tengo ya dos ediciones (una en español y una en inglés). Lo que hizo que se me pusieran los pelos de punta y que me diese un mareo como pocos he tenido en una librería fue leer la parte baja del lomo: London John Murray, que como todo buen darwinista debe saber, era la editorial habitual de Lyell, Darwin y otros victorianos como Jane Austen o Arthur Conan Doyle. En este caso se trataba de una edición de 1905, muy posterior a cuando el libro se publicó por primera vez a mediados del siglo XIX, pero con una factura exquisita y los grabados originales.
Su síndrome de Stendhal, gracias
Es curioso el apego que tenemos a los objetos, porque con la cabeza fría, este libro me sobra: ya me lo he leído y ya lo tengo en mi biblioteca, está, todo hay que decirlo, es un estado de conservación muy regulero y no aporta nada más que el hecho de que es una edición inglesa de Murray. Si hubiese encontrado cualquier otra edición reciente de bolsillo de este mismo libro, ni lo habría sacado de la estantería, pero ese color verde y esa irresistible apariencia vetusta de su lomo me bombardeó la corteza visual. Es el libro como objeto en sí, casi como tótem, y no su contenido, lo que me hizo ahogar una exclamación de sorpresa al encontrado escondido en la estantería, esperándome. Bien pensado, idolatramos objetos continuamente porque les damos un valor especial, ¿A qué otra cosa más bonita podría dársele este tipo de reconocimiento que a un libro? Puesto que el precio eran unos ridículos 25 dólares, me lo embolsé sin mucha culpabilidad, como quien no se siente totalmente responsable de sus acciones, sino un simple instrumento ejecutor de la voluntad de los dioses.
Ya en casa, tuve tiempo de examinar con más detalle el libro y de acabar más contento si cabe con la adquisición. Es cierto que la encuadernación está algo dañada, y que los dueños anteriores no debieron llegar a leerlo nunca, puesto que muchas páginas están aún sin cortar, pero se trata de una preciosidad: releer algunos pasajes al azar del joven Darwin en los Alpes o admirado por los arrecifes de coral del Pacífico en este volumen tiene su gracia.
El libro está dedicado a Charles Lyell. La lectura de los Principios de Geología durante el viaje del Beagle fue toda una inspiración para Darwin, que luego asimilaría el uniformismo lyelliano en su teoría de la evolución
Lo siguiente que hice fue enterarme mejor del contexto de esta edición, cosa muy sencilla de hacer gracias a Darwin Online, el repositorio completo de todas las obras, cartas y cuadernos de Charles Darwin. En el caso concreto de El viaje del Beagle, se trata de una obra con una larga historia editorial, pues se publicó por primera vez en 1839 como suplemento de una obra más amplia sobre el viaje en sí mismo, pero que fue ganando protagonismo e independencia muy pronto según Darwin iba siendo más conocido como científico y conforme la obra se fue haciendo más popular, cambiando de título, formato y extensión. El título que se consolidó fue «Viaje de un naturalista alrededor del mundo», y las subsiguiente ediciones se fueron enriqueciendo en grabados. A partir de 1860 incluyó un «epílogo» con consideraciones generales añadido por el propio Darwin y este es el texto considerado «definitivo» por el autor. Las ediciones de Murray de entre 1901 y 1913 fueron las últimas de esta editorial y es en este grupo en el que se encuadra mi libro, de 1905. Incluye el texto consolidado y los 16 grabados «canónicos» incluyendo el de la disposición interna del Beagle (realizado por un guardamarina del primer viaje de la nave), que sólo aparecía en algunas de las ediciones anteriores.
Por último, como también es costumbre, también me puse a indagar sobre los anteriores dueños de este bomboncito. En esta ocasión me lo pusieron fácil, porque hay dos ex libris bastante llamativos.
Del primero, Philip Gosse, sería tentador decir que corresponde a un señor con dicho nombre que era, al parecer, un célebre naturalista y divulgador inglés, pero murió en 1888 y su hijo se llamaba Edmund, así que no parece posible que fuese el propietario. Alguien pegó junto a este ex libris una postal del retrato de Darwin de la National Portrait Gallery, no parece que formara parte del libro originalmente.
El segundo corresponde a una pareja de estadounidenses, Mary y Henry Hotchkiss. En la era de internet no ha sido difícil saber que Henry Hotchkiss fue un geólogo nacido en Irán más tarde emigrado a EE.UU. y que estuvo de alguna forma relacionado con las actividades petrolíferas de este país en Oriente Medio a mediados del siglo XX (tiene varias publicaciones sobre yacimientos petrolíferos). Su mujer nació y vivió en Martha’s Vineyard (la isla que queda al lado de Nantucket, y uno de los lugares más pijos del país) y al parecer allí vivieron ambos durante su matrimonio. Curiosamente entre las páginas del libro había, además, una carta relacionada con estos personajes.
La carta está fechada en Basora (Basrah), Irak, el 1 de diciembre de 1952 y en ella un tal Bunny agradece a Mary y Henry, destinatarios de la carta, su ayuda y hospitalidad que al parecer han hecho posible ese viaje a Irak vía Qatar. Aunque habla de una excursión en lancha por el Tigris, de ciertos amigos comunes y de una fiesta, no he sacado mucho más en claro (hay partes que no he podido leer, así que la dejo arriba por si os animáis). El motivo por el que esta carta acabó en el libro de Darwin seguramente es casualidad, pero son de estos detalles extra que han hecho aún más interesante esta nueva adquisición de la biblioteca copepodiana.
Que los dueños anteriores tenían interés por los viajes parece evidente, pero que el libro en cuestión fue sólo objeto de coleccionismo (algo que yo mismo he reconocido en mi caso) queda también claro por el detalle de las páginas sin cortar. De nuevo me veo en la tesitura de decidir si yo debo hacerlo o no, al igual que lo pregunté en el caso del Icones Muscorum sin ecuadernar (que al final dejé como estaba, e incluso he enmarcado algunas de sus láminas). Pero en este caso admito que la tentación de liberar las páginas selladas que nunca han sido leídas es bastante fuerte. Espero vuestras opiniones.
El Beagle, doblando el Cabo de Hornos
Si no tienes pensado venderlo nunca o piensas que el proximo dueño va interesarse por leerlo (quizas un amigo o alguien que sepas que le gustan estas cosas). Yo separaria las paginas.
Si quieres coleccionarlo o quieres sacar mas dinero por lo podrias dejar tal cual. Tal vez puedas saber que pone por internet o por otra fuente.
Muchas especulaciones de coleccionistas me fastidian un poco. No es tu caso 25d me parece un precio muy adecuado por lo que es y por lo que cuesta mantener esa libreria. Y el tiempo que hay que mantener los libros en estanterias hasta que llega su media naranja.
Son valiosos pero no todo el mundo está intereados en ellos.
Si embargo me fastidia que se especule con cuadros que solo interean por su valor, que se compren juguetes de coleccion y se dejen en su blister porque valen más y no se utilicen como juguete. Y tambien como se hacen series de merchandissing limitadas para que los cliente se dejen lo cuartos.
Volviendo de los cerros de Ubeda, veo que te estas volviendo un experto en este tipo de libros. Si te quedas sin curro seguro que les vienes bien en esa libreria, jeje.
Un cliente no puede apreciar lo que no conoce, si le cuentas la historia de ese libro y otros, puedes hacer una venta no prevista.
No se hasta que punto un librero puede conocer con detalle los libros de ese tipo. Hablas con el y le cuentas cosas?. Lo malo es que luego a lo mejor te sube el precio porque le ve mas valor, jeje. Aunque al final el valor lo pone el cliente.
Me ha recordado a los programas de subastas y trasteros que salen en la tele ultimamente. Encuentran cosas rarisimas y las saben identificar y encontrar el valor. Aunque luego hay que ver aque precio consiguen venderlo.
Parece que los americanos son mas desprendidos. Contabas en otro post que te regalaban algun libro porque no podian mudarse con todo.
Con los trasteros debe pasar parecido. Hay mucha movilidad por USA y no pueden hacerse cargo del transporte o no tienen donde meterlo alli donde vay y deciden dejarlo en el trastero de alquirler. Por eso alli son mas jugosos de lo que se supone aqui.
Imaginate que nos abrieron un trastero y no se llevaron nada. El nuestro y el resto de los garajes.
Hasta otra si no morimos de Ebola :P
Buenas:
hace mas o menos un año que caí en tu blog por casualidad. Aunque me interesa en general la divulgación científica, no tengo conocimientos de biología, ni de botánica y, en realidad, no tenia ni idea que leñes era un copepodo!! Pero hace tiempo que disfruto de tus post y aprovecho este para felicitarte por tu blog, para animarte a escribir más a menudo y para que sepas, que aunque sea a través del feedly, tienes un lector pendiente de tus escritos
saludos!!
Hola:
me ha recordado a unas páginas mecanografiadas que encontré en un libro de memorias hace tiempo http://deproapopa.blogspot.com.es/2008/07/les-bouquinistes.html
Sólo puedo añadir que en estos momentos y recordando otros previos como este https://copepodo.wordpress.com/2014/01/10/novedades-biblio-botanicas-adquiridas-de-forma-practicamente-involuntaria-lo-juro/ estoy en tal shock de envidia que dudo si proveerme de inyecciones de adrenalina para ulteriores visitas al blog ;)
Saludos.
Pipistrellum: No, no creo que vaya a venderlo ni de broma, y separar las páginas me parece buena idea. Tampoco te creas que controlo mucho de libros, pero con el tiempo hay cosas que se te van quedando de algunos, seguro que me pasan desapercibidos cada vez que voy a esa librería muchos que son igual de interesantes o más. Y para desprendido… bueno, yo tuve que regalar también algunos libros antes de mudarme, por falta de espacio, y la verdad es que me arrepiento un poco, pero la perspectiva de tener que vaciar la casa de Madrid me hizo pensar mucho en lo que cuesta mudarse o mover una biblioteca. No se valora suficiente el hecho de no vivir como un nómada. Mis libros son, con diferencia, los objetos que más echo de menos aquí.
Héctor: muchas gracias por animarte a comentar, ya ves que soy un desastre respondiendo tardísimo, pero lo leo todo, así que espero que sigas por ahí.
wraitlito: me acordé especialmente de ti escribiendo este post, sabía que te iba a gustar. ¿Escribiste algo más sobre la carta que encontraste? No lo he encontrado en tu blog
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