Llevo como dos meses que no aparezco por aquí y ha sido por causa justificada (véase el título). Como he llevado bastante discretamente este «proyecto», va siendo hora de poner al personal al día, especialmente a los amigos, así que este post va a ser largo y personal, no necesariamente del interés de quienes no me conozcan. (Avisados quedáis, no hay nada que leer aquí para los no cotillas).
Al grano: he aceptado una oferta de trabajo como profesor en Augustana College (Rock Island, Illinois, USA).
Vamos, lo que en el sistema universitario gringo viene a ser una plaza estable (assistant professor), y, pasado el habitual periodo probatorio inicial (tenure track), fija. Haber llegado a este punto supone mi mayor satisfacción profesional hasta la fecha, resultado de muchos años de esfuerzos y sacrificios en general y de cinco meses en particular de trabajo en el proceso de selección (y notable buena fortuna y apoyo de mucha gente). Es difícil condensar todo lo que esto significa para mí, así que paso de condensarlo: lo cuento y ya está.
Las dudas existenciales
Como sabéis, hace tres años me vi obligado a irme de España para poder perseverar en la insensatez de mantener una carrera investigadora. No fue una decisión fácil ni agradable, pero en retrospectiva, no me arrepiento. Desde el punto de vista científico, en 2012 yo era muy diferente: en general bastante inseguro, sin tener ni puñetera idea de dónde venía o a dónde iba. En estos años (típicos problemas experimentales aparte, que la ciencia es muy perra) me han servido para crecer y conocerme mucho mejor. Me he sentido apreciado y valorado por mi jefe y mis compañeros de laboratorio y departamento; he podido poner en práctica mis propias iniciativas; he tenido la oportunidad de formar a un puñado de insensatos estudiantes y de coordinar el trabajo de varios doctorandos que han visitado el equipo; e incluso he podido participar en primera fila en el desarrollo de un proyecto investigador propuesto a la NSF (que por desgracia no nos dieron, pero que volveremos a intentar).
Pero también tuve la ocasión de cuestionarme a dónde quiero ir, preguntarme por qué hago lo que hago y qué es lo que pretendo conseguir con ello. Uno pensaría que estas son preguntas muy básicas que a estas alturas ya tenía que haber resuelto, pero lo cierto es que es tristemente habitual que si te gusta la ciencia y la investigación se te catapulte en una inercia (máster, doctorado, postdoc, postdoc, postdoc…) generalmente impuesta, o sin muchas alternativas, sin tener la sana costumbre de tener una reflexión estratégica de cuál es el objetivo. En Estados Unidos, sólo un 30% de los doctores en biología encuentran un trabajo en el mundo académico. Esto significa que técnicamente, aspirar a acabar en una universidad debería ser una carrera alternativa para la mayoría de los doctores. Resulta que al otro 70% les acaba yendo bastante bien, pero por desgracia apenas hay exposición a carreras post-académicas y a todo su potencial (y estoy hablando de Estados Unidos, no me quiero ni imaginar cuáles son estas cifras en España).
Investigar en una universidad «R1» en Estados Unidos (aquellas con una actividad investigadora intensiva de primera categoría) te hace conocer a algunos de los «popes» de distintas áreas científicas y el modo de vida que llevan. Además el nivel de exigencia respecto al tipo de publicaciones es muy alta, como es de esperar. Para mí esto significó que tuve que formarme en áreas nuevas (filogenómica y bioinformática) que tienen mucha presencia en las grandes revistas científicas del momento. Esto estaría muy bien de no ser porque descubrí algo: no me gustan, o mejor dicho, no me apasionan.
No me veo desarrollando una carrera científica en estos campos, no me interesan más que como simples herramientas. Me da igual que se puedan escribir artículos de altísimo impacto si te subes al tren. Veo a los científicos de mi generación y mi campo (biología evolutiva) con carreras más prometedoras y todos tienen en común que hacen cosas que a mí me resultan aburridas. Claro que soy capaz de aprender y de cumplir con mi trabajo filogenómico, y es gratificante cuando lo consigues, asombroso a lo que hemos llegado, etc, pero no es nada que me motive a ahondar más y más o a pensar en mis propios proyectos. Me paso los días delante de un ordenador anotando genomas o limpiando gigas y gigas de datos y me pregunto cómo narices pasé de querer ser biólogo porque me gustaban los animales y las plantas a esto.
Cada vez estaba menos en contacto con mi verdadera pasión, con aquello que me hizo tomar la decisión de estudiar biología en primer lugar: el contacto con los organismos, el trabajo de campo, de microscopio y de herbario. Hace muchos años que nadie me paga por ir al campo y no parecía que esto fuese a cambiar si seguía por el camino que, supuestamente, debía seguir. La inercia es inmensa, dirigida sobre todo por el impacto de unos artículos que, como he dicho, me parecían aburridos de hacer. Es normal que en tu trabajo te toque hacer cosas que no te gustan pero, ¿no se supone que esta opción profesional tan funesta, perra y desagradecida tiene sentido en la medida en que cumples una vocación? ¿Qué sentido tiene seguir buscando la zanahoria de un puesto en una universidad cuando implica renunciar a la dimensión vocacional, la única que -discutiblemente- justifica toda la mierda que hay que tragar? ¿O debemos aplicar aquí lo del «cuando seas padre comerás huevos»? (o sea, una vez que consigas tu plaza fija, ya podrás dedicarte a lo que te gusta y enmarronarás a tus doctorandos con lo que tú no quieres hacer, -ejem- esto no pasa nunca, por supuesto).
Conocer a todo tipo de profesores universitarios «estables» me ha dado la oportunidad de tener muchos modelos en los que fijarme; mucha gente maravillosa que me ha inspirado y me ha enseñado a lo largo de estos años. Pero también he aprendido mucho de aquellos a quienes no me quiero parecer. Gente que debería estar encantada por haber conseguido lo que tantos ansían pero que no parecen especialmente felices ni satisfechos (y lo dejo aquí), y que no son capaces de ser verdaderos mentores. Gente que está bajo una constante espada de Damocles, sometidos a una presión terrible por publicar y conseguir más y más fondos para seguir publicando artículos (insisto, en temas que en el fondo, como he dicho, me aburren). Gente que ha conseguido la zanahoria pero a la que no envidio. No. Yo no quería nada de esto. Y no es agradable pensarlo cuando ya eres postdoc.
No es que sea ningún drama: a veces hay que racionalizar y repetirte que tus problemas son muy «del primer mundo», y que si no te apasiona tu trabajo tampoco es que sea el fin del ídem, pero aún así iba sintiendo una certeza creciente de que mi trabajo ideal ya no existía. En este periodo de tiempo me presenté a plazas que salieron en dos jardines botánicos y un museo (todos ellos de primer nivel en grandes ciudades europeas) y la plaza fue siempre para personas con perfiles que yo no podía ni quería tener (ni borracho: uno de ellos autor de 300 publicaciones). Esta dosis de realidad me hizo explorar otro tipo de trabajos no estrictamente académicos (por ejemplo, en herbarios), donde quizá pudiese compaginar la investigación que quería hacer con, lo que viene a ser, tener una vida más allá del trabajo. Y también me planteé dejar la investigación de una vez por la falta de oportunidades atractivas y realistas. Y en esas estaba.
Dos «revelaciones»
A principios de este año ocurrieron un par de sucesos que terminaron siendo indispensables para lo que os estoy contando.
El primero es que, gracias a que mi jefe es un tío cojonudo, tuve la oportunidad (a pesar de que mi contrato actual es sólo de investigador) de diseñar y poner en práctica un breve seminario de un crédito para estudiantes de la universidad. Y resultó que disfruté como un niño pequeño. Fue una experiencia estupenda tanto para mí como para (según dijeron) los estudiantes, y me di cuenta de lo que estaba echando de menos la docencia y cuánto la disfruto.
Por cierto, y para los que estéis fuera del fregao, esta última frase, aunque parezca inocente o incluso lógica para alquien a quien le gustaría trabajar en una universidad, provocaría miradas de recelo entre muchos profesores universitarios: la docencia, segun el canon, es un mal menor del que hay que quejarse sistemáticamente, es el impuesto que hay que pagar, a regañadientes, por poder investigar. Suena a coña, ¿verdad? Pues no lo es. A veces pareciera que te tiene que avergonzar que te guste la docencia.
La cuestión es que una de las satisfacciones más grandes que he tenido en estos años ha sido la interacción con la gente que está empezando: enseñar lo que he aprendido, intentar ahorrarles mis errores y azuzar la fascinación que siento. Ha sido revelador, de verdad: yo no quería un perfil exclusivamente investigador.
El segundo feliz acontecimiento fue que, allá por marzo, me invitaron a dar una charla en un campus de la State University of New York. Era la primera vez que era ponente invitado en una universidad y, como es costumbre aquí, me hicieron un «tour» por el centro enseñándome las instalaciones, tuve reuniones con algunos profesores y (entrañable) con los estudiantes que conformaban el club de botánica. Además conocí a un profesor que trabaja también con briófitos y me enseñó sus proyectos en marcha. Resultó que me gustaron mucho, precisamente porque implicaban ir al campo, realizar observaciones de los organismos, hacerse preguntas e intentar responderlas. Una vuelta a los orígenes.
Esta visita me abrió los ojos a un tipo de institución que no conocía, entre otras cosas porque no hay nada parecido en España: un centro donde se es más exigente en el plano docente y menos en el índice de impacto de las revistas en las que publicas o el dinero que eres capaz de mover. Envidié a esta gente. Se les veía más contentos y relajados, llevándose a los estudiantes al campo (la universidad tenía una estación de campo en las montañas que me hacía salivar de pensarlo) y decidiendo qué querían investigar sin obsesionarse con lo que pensarían los editores de PNAS. Puede que esta gente no tenga acceso a ninguno de los secuenciadores genómicos de última generación que estoy usando, pero ¿y qué? Están mucho más cerca que yo de la ciencia que andaba buscando. Como me quedé a pasar la noche en casa de uno de los profesores, tuve oportunidad de discutir estos dilemas; él también venía de una universidad puntera de investigación tras su doctorado y entendía bastante bien mis dudas.
Así que al día siguiente, mientras conducía de vuelta a Connecticut, rumiando la experiencia, concebí por primera vez la posibilidad de buscar seriamente un trabajo estable en Estados Unidos.
El destino no existe, PERO
Si le preguntas a cualquier estadounidense sobre el mercado laboral académico en el país te dirán que la cosa está muy difícil y que es durísimo. Obviamente a esta gente le falta mucha perspectiva. Sí, es un mundo muy competitivo pero el país es inmenso y como la educación es un negocio muy lucrativo, está plagado de universidades de todo pelo.
Efectivamente, la competencia es grande. La buena noticia es que EXISTE un mercado laboral. Esto al principio me costó mucho entenderlo porque vengo de un país en la que no existe una carrera científica planificada, y que consigas una plaza depende bastante de estar congraciado con Virgen del Rocío. Aquí mi sorpresa fue, al asistir a un taller específico sobre el tema, descubrir que hay toda una serie de recursos en los que encontrar ofertas de trabajo académicas. Aquí llega el final del verano y empiezan a publicarse un goteo constante de plazas por todas partes. Me metí en una de ellas y escribí como palabra clave: «botany».
Me quedé de piedra cuando vi VARIAS ofertas a las que podía presentarme, ¡podías ELEGIR! Pero me bastaron unos minutos para obsesionarme con justo la que estaba en primera posición, la que había salido ese mismo día: Augustana College. Profesor de botánica. Biología evolutiva. Énfasis en botánica a nivel de organismos. Liberal Arts. Involucrar a estudiantes en proyectos investigadores… Hasta las asignaturas que había que dar me gustaban.
El campus estaba en un área urbana conocida como las Quad Cities, a orillas del Mississippi, cerca de Chicago (la misma distancia que ahora me separa de Nueva York). La universidad era pequeña y del tipo que tanto me gustó en marzo. Con tres estaciones biológicas (!) y a tres horas en coche de la Driftless Area, una región en el valle del alto Mississippi cuyos briófitos nunca se han estudiado de forma sistemática y que me daba juego para un proyecto investigador a largo plazo.
Decidí presentarme. No tanto por estar convencidísimo, sino como una forma de ponerme a prueba: si no me presentaba a una oportunidad en la que básicamente describían mi curriculum y me ofrecían hacer exactamente lo que yo quería ¿a qué estaba esperando? Ya no es que le tuviese miedo al paro, a no encontrar mi sitio o a vagar permanentemente de postdoc en postdoc, es que además me sentía con ganas de convertirme en investigador independiente. Cada vez se me ocurrían más ideas y proyectos que me gustaría hacer pero no los podía poner en práctica porque tenía que centrarme en aquellos para los que me están pagando (lógicamente).
La preparación de esta solicitud me llevó varias semanas de trabajo, en parte porque era la primera que enviaba en Estados Unidos (estas solicitudes tienen sus propias «reglas») y en parte porque estuve mucho tiempo investigando al centro en sí: cuáles eran sus necesidades, su «filosofía docente», quiénes estaban en el departamento y qué tipo de cosas les interesaban. Muchas de estas claves las aprendí de algunos talleres específicos y de este libro que compré de segunda mano y que resultaron ser los ocho dólares mejor invertidos de mi vida. Visto lo visto creo que esta fue la estrategia adecuada.
Cuando ya estaba perdiendo las esperanzas me informaron de que era uno de los siete candidatos finales (de un total de cincuenta) a los que nos invitaban a una entrevista telefónica. La mía la acabé sin estar muy seguro de qué tal había estado. Unos días después, y de nuevo cuando ya estaba perdiendo las esperanzas, recibo otro correo: estoy invitado a la ínclita campus interview.
Da interviu
Las entrevistas en el campus son la parte ansiada y temida del típico proceso de selección de profesorado universitario en Estados Unidos. Básicamente te invitan a pasar un día allí y tienes una entrevista de trabajo de media hora con cada una de las personas del comité de selección, desde primera hora de la mañana hasta la hora de cenar. Todo ello coronado con una presentación de tu plan investigador (la famosa «job talk«, en la que tienes que echar el resto), una clase, una reunión con el departamento en pleno (encerrona) y otra serie de acontecimientos sociales en los que tienes que venderte como mandan los cánones.
Pues bien: de la entrevista sólo puedo decir que la disfruté minuto a minuto, la verdad. Me sentí muy cómodo y sabía que lo estaba haciendo bien. Y ahí fue donde el sitio empezó a gustarme de verdad. Un campus pequeño y bonito (aquí vídeo moñas para los que tengan curiosidad), en el que enseguida empecé a verme a mí mismo yendo a trabajar. La gente del departamento resultó ser encantadora (yo me esperaba una actitud «evaluadora» y algo hostil) y percibía que a la mayoría les gustaría tenerme como compañero (!). Me sentí recibido con interés y curiosidad (esto siempre gusta, sobre todo viniendo de unos desconocidos) y, aunque llevaba un modesto pero realista presupuesto investigador (en universidades pequeñas este dinero de startup es muy reducido), resultó que el departamento ya estaba casi totalmente equipado en lo que voy a necesitar. Además descubrí posibles colaboraciones e incluso se me abría la posibilidad de hacer trabajo de campo en Nicaragua. Así que así fue como lo que empezó siendo una «prueba», me acabó seduciendo. Bien: tres días más tarde me estaba ofreciendo el trabajo (y tengo que decir que ya solamente eso fue un bálsamo estupendo para cualquier síndrome del impostor).
Valoraciones
Pues hombre, es cierto que mi nicho natural era la universidad pública española, por aquello de que el dinero público invertido en mi formación hubiese revertido en que yo pudiese contribuir en ese tipo de institución (en la que creo, pese a todos sus problemas): un sistema de mayor igualdad de oportunidades y con el que me siento más identificado; pero hay una cuestión de fondo: tengo que ganarme la vida.
En estos tres años no me he cruzado con ninguna oportunidad realista de volver a una universidad española como profesor. Sin embargo, en mi primera intentona buscando trabajo en EE.UU. (con grandes dosis de buena suerte, no lo vamos a negar), tengo a un «empleador» dispuesto a pagarme un sueldo muy digno exactamente por lo que yo estaba buscando: enseñar asignaturas de botánica (con una carga parecida a la que tendría en España) e investigar lo que yo quiera de forma independiente con más recursos de los que tenía durante la tesis. La zona urbana en sí no es que sea San Francisco ni Cambridge, pero ya es más ciudad que donde vivo ahora, estoy a tiro de piedra de Chicago, hay un aeropuerto a diez minutos, la vida es barata y me pagan la mudanza. No sé si tiene mucho sentido resistirse, la verdad.
Claro que es una pena seguir lejos de mi familia y mis amigos (además de separarme de todos a los que he conocido en Connecticut), pero, como es de esperar, eso resulta menos traumático ahora que hace tres años (e insisto: hay que ganarse la vida y no soy el primero ni el último que ha tenido que irse). Mi mayor fortuna es, además, estar inmejorablemente acompañado en toda esta aventura por quien no sólo ha aguantado paciente y generosamente todo este tiempo de incertidumbre, sino que también ha sabido ver ahora una oportunidad para él y me ha ayudado incondicionalmente a darlo todo en esta búsqueda (Gracias, Alfredo, va por ti).
Postdata
No creo que hiciese falta aclaralo, pero esto lo cuento para poner al día a aquellos a quienes les importe, sin embargo, no pretendo que esta puesta al día sea ninguna declaración de intenciones ni un ejemplo de nada: así es como me ha ido a mí con las decisiones que he tomado, pero en un contexto distinto, seguro que hubiese tomado otras. Así nos pasa a todos, a fin de cuentas.
Postdata final
Y pasando a temas menos importantes: hoy mismo, Diario de un copépodo cumple diez años de existencia.
¿soy el primero en comentar? ¡wuuuu!
hombre, pues muchas felicidades, tengo años leyéndote y si que da un gustazo enorme enterarme de esto, te lo has ganado, enhorabuena y mucha suerte con esta nueva aventura.
Ahora mismo estoy con el doctorado, y la verdad es que de alguna manera leer esto es bastante alentado, gracias ;).
un abrazo y que sigan los éxitos
Esto va a sonar a melodrama más falso que un duro de chocolate, pero es real como la vida misma y me la suda quien no lo crea, ahí lo suelto: con los ojos vidriosos de la emoción, me he tenido que contener para no levantarme y comenzar a aplaudir. La post-post data encima como colofón. DIEZ AÑAZOS, menuda forma de celebrar un aniversario.
En fin, pronto hablaremos, espero, así que simplemente decir que estoy, como digo, emocionado. La odisea vital que describes es increíble, e independientemente de lo que te depare el futuro (que no puede ser malo), has llegado a la cima. No solo por el puesto, sino por el mérito personal de haber conseguido SABER lo que quieres, prepararte para ello, LANZARTE a buscarlo, y CONSEGUIRLO. Cada una de esas palabras en mayúsculas es en sí misma un hito para el que muchos no nos atrevemos siquiera a preguntarnos si estamos listos. Entre la admiración, la envidia, la nostalgia y por encima de todo el orgullo de haber seguido tu trayectoria tan de cerca y poder ser de los primeros en alegrarme por ti, me despido.
Hace poco leí un revelador ensayo llamado «La utilidad de lo inútil». Me abrió los ojos como pocas lecturas estos años, y me ha hecho pensar mucho sobre la profesión investigadora y docente. Acabo de leer en tu post una personalización de todo aquello que el ensayo inspira y que a mi modo de ver es lo que necesita este mundo absurdo que estamos creando. Pasión, tenacidad, responsabilidad, coherencia, y por encima de todo valor del conocimiento, de la búsqueda. Qué ejemplo amigo, qué ejemplo.
No dejes nunca de contar tus experiencias en el bloj. NUNCA. Se lo debes a la Humanidad.
Un abrazo, y enhorabuena.
No te conozco, pero me parece maravilloso lo que te está pasando. Enhorabuena. Feliz Navidad.
Ay mi Copépodo…no vamos a revelar aquí todas esas charlas en la cafetería de Biología cuando este santo blog surgía. Sin embargo, me acuerdo muy bien de una que nos conectó mucho ¿te acuerdas? aquella de la metafísica de lo que hacíamos y por qué lo hacíamos.
Yo, como amiga, compañera y bióloga estoy feliz y orgullosa por ti y como te decía recientemente, esperadnos en Illinois que acabaremos haciendo el desembarco de Normandía.
Mil felicidades de nuevo
Enhorabuena, cope, no ya por el trabajo – ¡que también, claro! – sino sobre todo por lo que dice Litos: por saber lo que quieres. No es tan fácil, ni tan común en esto de la investigación, hay mucha gente que se deja llevar por la inercia de la corriente, y claro, acaba varado en la orilla. Y no contento con saber lo que quieres, ¡vas y lo consigues! ¡Y a la primera!
Me parece muy revelador, muy sano, ese paso a un lado que has dado. En mi corta experiencia aún no me ha dado tiempo a saber exactamente lo que quiero (la docencia, por ejemplo, sigue siendo la gran desconocida para mí, ni siquiera tengo claro si me gusta), pero sí que he podido hacerme una idea de lo que NO QUIERO: esa fiebre por publicar en las grandes, ese «solo te respeto si tu h-index es mayor que 15», esa ambición mal entendida, esas zancadillas. En investigación, como en todas partes, hay mucha gente que vive con un palo metido en el culo. Y no, gracias. Porque si algo bueno tiene este mundillo, es que puedes llegar a ser feliz trabajando. Así que ole tu por la decisión, estoy convencidísimo de que vas a tener tiempo para alegrarte de haberla tomado.
Un día nos tienes que contar con detalle los pormenores del proceso de selección. No he participado en ninguno en América, pero tengo entendido que son peliagudos.
Abrazos fuertes y enhorabuena, de verdad. Os lo merecéis!
Me alegro compadre. No tiene mucho sentido resistirse, no, y al igual que tú muchos también nos hemos tenido que ir (en mi caso, de mi tierra a Barcelona). No pasa nada, son experiencias que vamos acumulando y porque además, como tú dices, nos tenemos que ganar la vida en esta época en que están destruyendo nuestro país y su economía. Si hay suerte, ya nos tocará volver en algún momento (aunque más que suerte yo creo que lo que hay que tener es muchas ganas de luchar y pelear por cambiar las cosas, pero eso es otro tema; en ello estamos los que aún estamos por aquí).
Yo sólo puedo darte ánimo y recomendarte que disfrutes todo lo que puedas en cada instante que pases allí, y sin ningún tipo de remordimiento. Y también de la suerte de tener una pareja que te apoya en todo ;). Así que, ánimo y suerte a ambos.
¡Enhorabuena a ti y a tus alumnos!
Me alegro infinito!!!
Infinito. Te lo mereces
No sé si es propiamente envidia lo que te tengo, pero sí sé que es muy sana, y ello a pesar de que hablo desde lo más hondo de la inenarrable precariedad de la botánica española. Al fin y al cabo, y como dicen por ahí arriba, te lo mereces. Eso y más, que cantaba mi paissana y assimismo jaranófila Massiel…
Casi ya diez años también desde que sigo de cerca tus aventuras y me ha emocionado, como al resto de compañeros, saber de esta nueva y fantástica etapa de tu vida que se muestra en tu camino. Enhorabuena desde Canarias.
Solo puedo decir que: Ole tú!
Me alegro un huevo tío, de verdad, se nota que es un paso trascendental, realmente cojonudo, poco más puedo decir ^^
Me alegro de saber que estás (estais) tan bien, un abrazo muy grande y muy fuerte caballeros!
(Y guardandote esto para el décimo aniversario, que pillín) xD
Ya te he dado la enhorabuena, pero la vuelvo a dejar aquí por escrito. Como ha comentado alguien por ahí arriba, no es sólo una estupenda oportunidad para ti, sino también para todos aquellos futuros alumnos y compañeros que van a poder disfrutar y aprender de ti. Eso sí, alegría y enhorabuena agridulce, porque yo lo que querría es tenerte aquí a mi vera.
!ENHORABUENA!
Aunque no te conozco mas que por el blog, da gusto siempre leerte y, con este post, confirmar mi teoría de que, salvo excepciones especiales , la gente acaba consiguiendo aquello que se merece..
Además, desde un punto de vista egoista, esto implica monton de nuevos post, con tus aventuras en el nuevo sitio, tus nuevos proyectos…o sea, horás de disfrute bloglector… así que, ya sabes, a por los siguientes 10 años…
un abrazo astur-madrileño!
Enhorabuena ante todo!!! Muchísimas felicidades, porque es lo que querías y perseguías desde hace mucho tiempo y allí estás, disfrutando de haberlo conseguido, claro que sí… Yo no soy bióloga, ni tengo interés en la investigación ni la docencia… En ese sentido, no puedo compartir ni imaginar lo que supone este hito en tu carrera. También mi perspectiva vital ha variado 180 grados, me diagnosticaron cáncer de mama con 34 años, y ahora todos mis pensamientos han cambiado sustancialmente… Mi único objetivo es seguir viviendo (tengo a las estadísticas parcialmente de mi parte), e invertir mi tiempo en lo que me hace sentir plena y feliz… Me hubiera gustado horrores que la universidad española hubiera valorado tus cualidades y la inversión que hace en estudiantes como tú… Desgraciadamente, nosotros nos lo perdemos y dejamos marchar (incomprensiblemente) tanto talento… Pero me permitirás un huequito para que me puedan más los afectos, y el echaros de menos porque estéis en Estados Unidos… Me alegro muchísimo por ti, pero siento también un pellizco de pena por teneros tan lejos… Espero de corazón que seáis muy felices en tierras americanas, y que este nuevo camino te aporte nuevos conocimientos y alegrías, porque lo has luchado y lo mereces…
Muchas Felicidades Rafa!!! No sabes cómo me alegro… Te lo mereces. Eres un auténtico currante, es cierto que es una lástima que tu trabajo deseado lo hayas tenido que encontrar a miles de km de la universidad donde compartimos tantos buenos momentos pero nunca sabes donde vas a encontrar la felicidad. Os deseo lo mejor en tu nueva andadura, lo harás genial porque eres genial.
Me alegro mucho por la estabilidad y también por conocer un poco más cómo es el sisema en Estados Unidos…
«Profesor de botánica. Biología evolutiva. Énfasis en botánica a nivel de organismos. Liberal Arts. Involucrar a estudiantes en proyectos investigadores…» Me uno al coro de felicitaciones, no sin una cierta dosis de envidia cochina. Bueno, más bien una dosis king-size, para qué engañarnos. Te deseo muchísima suerte para esta nueva etapa profesional: ¡ahí es nada, lograr reorientar la carrera en el sentido que uno desea, y por valía propia!
Mi más sincera enhorabuena, has tenido que recorrer unos miles de km. pero has llegado al puesto que querías. Sólo te conozco del bloj, pero por la pasión con la que escribes se nota que le pones el máximo interés a tu oficio.
Así nos va en España, desperdiciando talento, la generación más preparada que hemos tenido nunca tiene que buscarse la vida fuera.
No dejes de escribir, nos lo debes a los que te hemos aguantado tanto.
¡Muchas felicidades! Hasta cierto punto agridulces, pues si éste fuera un país decente sería aquí donde desarrollaras tu carrera profesional, pero felicidades al fin y al cabo pues te has encarrrilado para seguir haciendo lo que te gusta.
Salud, saludos y muy buen año.
Gente: poneros al día sobre estas novedades era algo obligado. Millones de gracias por todos los buenos deseos y felicitaciones que me habéis hecho llegar, todos y cada uno. Esto no es el final de nada, es el principio de muchas cosas, y la verdad es que estoy muy ilusionado.
Fortísimos abrazos
Pingback: #LecturasdeDomingo (79) | Ciencias y cosas