Es fácil imaginárselo. La sibila abre con dificultad la pesada tapa del arcón de madera. Tarquinio se asoma nervioso para ver su interior: en el fondo descansan tres gruesos rollos de pergamino. No puede decirse que le sorprenda su contenido, más bien se confirman sus peores sospechas. Cerrando los ojos le hace a la vieja una pregunta. «¿Cuánto?». Tarquinio se teme la respuesta: sin mostrar ninguna emoción la sibila le indica que quiere una cantidad ingente de oro como pago por los tres rollos. Es exactamente la misma cantidad que había pedido la víspera por seis (tres de los cuales había destruido durante la noche). Exactamente el mismo precio que, dos días antes, le pidió por la colección completa de nueve rollos, antes de iniciar la implacable labor destructora. El resto de la historia es de sobra conocida: Tarquinio acaba aceptando y paga por tres libros proféticos el mismo precio astronómico que originalmente le hizo rechazar los nueve. Dejando al margen la valoración de Tarquinio como negociador (no comment), ¿Cómo se le debió de quedar el cuerpo? Por una parte, Roma consiguió gracias a él tres libros de valor incalculable (vaso medio lleno), pero es inevitable pensar que por ese mismo precio podía haber conseguido mucho más, y es fácil imaginar que se lo debió reprochar a sí mismo muy a menudo. Hay libros que sólo se ponen a tiro una vez.
Hace unos años falleció un eminente botánico estadounidense de mi gremio (el de los musgos y demás plantas diminutas). Este señor era un bibliófilo superlativo. Podría tirarme un par de párrafos insistiendo en este punto, pero creo que quedará suficientemente claro enseguida. La cuestión es que tras su muerte donó toda su biblioteca, incluyendo las separatas, a la biblioteca del jardín botánico de Nueva York (NYBG). El impacto de este fenómeno no debió ser muy distinto al de una de esas estrellas de neutrones que se acaba piñando contra un agujero negro: ahí tuvo que haber ondas bibliotacionales de algún tipo.
A ver cómo lo explico: la biblioteca del NYBG es posiblemente la mayor biblioteca botánica del mundo. Básicamente lo tiene todo. Libros sobre plantas de todas las épocas y en todos los idiomas. Publicaciones periódicas, separatas, tesis doctorales, archivo histórico. Además compra todo libro nuevo que sale sobre plantas en cualquier parte del mundo (suficiente para llenar una pequeña estantería semanalmente. Hay gente en plantilla que se dedica exclusivamente a eso) TODO. Cuando recibieron la colección del difunto sabio, los bibliotecarios buscaron primero los ejemplares que no tenían en sus fondos: libros muy MUY raros, separatas, incunables y cosas por el estilo. Después quedaron «los restos».
No os dejéis engañar por la palabra: «los restos» de esta donación llenaron dos pasillos de estanterías de la biblioteca del NYBG, del suelo al techo (un techo muy alto) durante años, y la colección de separatas formaba montañas de pilas en varias mesas porque no se sabía dónde meterlas. Ni qué decir tiene que sólo con esos «restos» era posible fundar una biblioteca completísima de botánica norteamericana en general y de briófitos en particular. O cuatro. Baste con decir que se trataba de la segunda biblioteca de briófitos más impresionante que he visto nunca (y básicamente porque ya conocía a la del NYBG). ¡Y eran sólo «los restos»!
Pero tras esa catalogación inicial, los «restos» estaban ocupando un espacio muy valioso y se corrió la voz de que había que darles un destino adecuado. De hecho, muchas de las visitas que he hecho en los últimos años al NYBG con mi jefe eran para llevarnos libros, algunos para la biblioteca de la UConn y otros para distribuir en otras instituciones que no tienen acceso a esos libros tan específicos (y en concreto a una universidad de China, aunque también en la Academia de Ciencias de California). Cada visita que hacíamos era una pequeña orgía bibliófila. En cada viaje nos llevábamos cajas y cajas de libros, algunos de ellos valiosísimos y muy raros: al ser un tema tan específico, estas publicaciones tienen un mercado muy limitado y son difíciles de encontrar, además de bastante caros si te da por comprarlos nuevos, o incluso de segunda mano. Llevo años detrás de una flora concreta y cada vez que en la lista de correo de los musgólogos del mundo alguien la ofrece se me adelantan por minutos. Sí, por minutos. Ya me ha pasado dos veces. Así que ya os podéis imaginar lo singular de la ocasión. Como anécdota diré que este señor sapientísimo y bibliofilérrimo tenía una copia del Historia Muscorum de Dillenius (1741), un libro del que sólo se imprimieron 250 ejemplares (y del que hablé aquí). Como el NYBG ¡obviamente! tiene uno, nos lo llevamos a la UConn para descubrir que aquí nosotros ¡también lo teníamos! Así que no sé cuántas personas recientemente han tenido entre sus manos tres de estos libros, pero no creo que sean muchas y yo soy una de ellas.
Pero pasada esta primera ola de donaciones a universidades e instituciones varias, seguían sobrando metros y metros de libros duplicados, y entonces se abrió la opción a que los estudiosos a título individual pudiesen enriquecer su biblioteca personal. En los pasados años la acumulación de libros duplicados fue menguando según los botánicos que se pasaban por allí la visitaban con reverencia y encontraban a sus miembros un hogar. Yo, sin embargo, estoico, apenas me agencié ninguno; solo algunas rarezas históricas que ya os he ido contando, pero poco más. Y todo por el embargo de no acumular demasiados libros en papel mientras fuese postdoc nómada. Oye, no sé si es motivo para estar orgulloso, pero lo cumplí casi a rajatabla.
Tras colmar de sobra las expectativas de los botánicos que supieron de aquello, quedaron «los restos de los restos», más libros sin hogar necesitados de un botánico que los quisiese, aún llenando una buena veintena de metros en las baldas de la biblioteca. Visita tras visita veía como los libros iban desapareciendo lenta pero inexorablemente, aunque seguían pareciendo inagotables, y los trabajadores del NYBG seguían asombrados de que tres años después aún siguiesen ahí.
Y entonces mis circunstancias cambiaron. Ante la perspectiva de mudarme a Illinois, tener mi propio despacho y laboratorio y desarrollar una carrera botánica por mi cuenta, el embargo del «no más libros» deja de tener sentido. No sólo estoy ya rumiando el envío de toda mi biblioteca desde ultramar, es que de repente, como Tarquinio, me he dado cuenta de que sólo quedan tres libros proféticos en el arca, y me dieron unas prisas locas por volver a Nueva York. Algo que tuvo lugar ayer mismo: regresé al NYBG a recoger las migajas que la sibila aún tenía para mí. Estaba ansioso por ver lo que quedaba en el fondo del arcón (los restos de los restos de los restos, tres años después) y la visita mereció la pena.
¡El botín!
Un juego casi completo de la flora de China en perfecto estado, obras clásicas de morfología vegetal o de la geobotánica de Estados Unidos, la flora de Michigan (firmada por el autor), los musgos de Colombia, de las islas británicas, la monografía de las potiáceas… dos cajas de libros a la buchaca. Por hacer la gracia me puse a buscar en internet el precio de este regalito que me he hecho a mí mismo, buscando ejemplares nuevos o usados, según el estado de conservación. Los de botánica más general suelen estar disponibles a bajo precio (no necesariamente en tan buen estado como estos), pero los briológicos, si es que los encuentras, son muy caros. Tirando por lo bajo en esa foto hay 1500 dólares en libros. Me gasté 15 en gasolina. Excelente inversión.
Y pese a todo, al igual que Tarquinio no puedo dejar de pensar en las oportunidades perdidas. Babeo acordándome de lo que pasó por mis manos en visitas anteriores en las que me pudo la preocupación de qué iba a hacer con tanto libro cuando tocara mudarse o volverse.
La moraleja: nunca, nunca dejes pasar la oportunidad de quedarte con un buen libro.
El logro: dándole un empujoncito a la interpretación de la palabra, puedo decir que he saqueado la biblioteca botánica más grande del mundo. Ha sido un día interesante.
¿También te vas a trasladar tus juegos de España a Illinois?
Jo! Y encima gratis…
Jmongil: pues sí, esa es la idea, aunque aún no sé cuándo
Ofrezco mis anaqueles, desinteresadamente, como base logística en medio de territorio atlántico para realizar el trasvase.
Una vez leído :
Lo de ‘ondas bibliotacionales’ ha sido en el más puro estilo terry Pratchett.Aún tiemblo.
Te felicito por el hallazgo/saqueo y me felicito por conocer a gente amante de los libros y el conocimiento y capaces además de expresarlo con la finura y elegancia que demuestras.
Que los disfrutes!
Un saludo
Pingback: El Cementerio de los Libros Olvidados – ATV Express