(Divagacionistas #relatosMascotas)
No me acuerdo bien del día que Perpetua llegó a casa, simplemente un día estaba ahí, en su recipiente de plástico lleno de agua, con su isla y su palmera. Perpetua no perdía el tiempo demostrando que no le gustaba nada su simulacro de paraíso tropical de poliestireno naranja. Nunca la vi escaparse, pero mi actividad ineludible al regresar del cole era buscarla por la casa, a veces durante un buen rato, hasta que la encontraba detrás del sofá o debajo del escritorio. La devolvía a su isla, le daba de comer y pasaba tiempo con ella, así todos los días.
Un día de octubre mis padres leyeron un artículo en una revista que decía que las tortugas de Florida transmitían enfermedades. Ocultándome sus motivos me hicieron una encerrona para explicarme que Perpetua tenía que hibernar, pero que no me preocupase, que volvería por sus propios medios en primavera. La mejor demostración de mi credulidad fue que no sentí desasosiego cuando la vi caer a plomo en el cubo de la basura.
Desde el 21 de marzo siguiente empecé a buscarla a diario y un día, sin más, Perpetua estaba junto a la puerta cuando regresé del cole. Había crecido mucho, tenía el tamaño de una olla. No siendo posible ya retornarla a su isla, se dedicó vagabundear por la casa en cuanto le abrí la puerta. Al principio fue muy angustioso hablar con mis padres sobre el tema, ya que se negaban a verla, incluso cuando estaba delante de sus narices. Parecían preocupados y aunque me pidieron que dejara de mencionarla delante de mi hermana, sí que me pidieron que contase todos los detalles al médico. Finalmente aprendí que mis padres estaban más tranquilos si dejaba de hablar de Perpetua por completo y me acostumbré a ignorarla si había gente delante.
He sido capaz de vivir con Perpetua todo este tiempo, pero la convivencia se ha vuelto insostenible. Uno diría que un reptil de más de dos metros no puede esconderse en una casa y, sin embargo, casi nunca sé dónde está. Me sobresalta en los momentos más inconvenientes: en el pasillo cuando voy a beber agua en mitad de la noche, o mirándome fijamente mientras me acuesto con mi mujer. Sé que quiere decirme algo, pero las tortugas no hablan y me atormenta pensar que hasta que no la entienda nunca dejará de asustarme.
siempre un placer leerte lo que sea.. si hasta te estoy siguiendo en twiter!!! eso si, hecho de menos tus post norteamericanos, se ve que Madrid no te da para tanto… :)
un saludo,
Para ser justos, hace muchos años que no escribo regularmente, independientemente del país, pero gracias en todo caso por el comentario. ¡Saludos!
Excelente texto, de un terror sutil : ) muy grato
Qué bonito. Qué triste, Y qué bonito. Y qué triste…
Qué bonito. Y qué triste. Y qué bonito. Y qué triste…
Me ha faltado decir que el relato está parcialmente inspirado en hechos reales y que Santiago Vallejo lleva mucho tiempo animándome a que participe en Divagacionistas, así que agradezco su insistencia.
Un saludo a todos
Me gusta.
El estilo me ha recordado el cuento breve «L’arbre domèstic» de Pere Calders .
Gracias!