En este bloj se ha cultivado una afición un tanto maniática en alguna que otra ocasión: la de intentar comprobar si las localizaciones de rodaje de algunas películas se han elegido con criterio botánico. Ya hace tanto tiempo que no hago ninguna crítica de este tipo que merece la pena recordar que hemos hablado de cómo podríamos saber que cierta escena de «No es país para viejos» tenía, forzosamente, que estar rodada en Texas o muy cerca, o que el Ché acabó en Sierra Morena cuando debía estar en Bolivia. También dijimos por qué cierto punto de la provincia de Granada no era mal lugar para alguna escena de «Doctor Zhivago» o por qué la vegetación del interior del palacio de Darío III de Persia en «Alejandro Magno» no es muy convincente.
No siempre se puede afinar una posición geográfica gracias a las plantas que se dejan ver en la cámara, pero cuando se puede me gusta valorar si la elección ha sido buena o no. Son críticas menores, porque uno no aspira a que todo el mundo comparta ciertas obsesiones profesionales, pero me parece entretenido hacerlo aunque para el director esas decisiones sean puro atrezzo. No deja de ser, de todas formas, una manifestación de cuánto ignoramos a las plantas en nuestra vida.
Pero en fin, a lo que iba hoy. El otro día revisitando Kill Bill, me volvió a ocurrir. Un casi imperceptible pantallazo azul en alguna neurona remota del córtex prefrontal. Justo unos momentos después de las escenas de la capilla donde tenía lugar el ensayo de la boda de La Novia (Uma Thurman), ensayo en el que entran Bill y sus chicas y la lían parda. Pues bien, en teoría esta capilla está cerca de la ciudad de El Paso, en Texas, como se dice claramente.
Segundos después vemos cómo el chérif se aproxima al lugar recorriendo un paisaje desértico. Hasta aquí nada que objetar.