Reflexión cínica: el networking

Estoy hasta las narices de la gente que no responde los correos. Así os lo digo. Hasta los huevos. No voy a llegar yo aquí ahora de superhéroe cibernético: seguro que a mí se me han pasado correos por responder muchas veces, seguro que a veces debería haberme dado vergüenza y seguro que hay gente que podría recordarme alguna vez en la que haya pasado de responderle. Seguro. Mil latigazos que merezco. Pero en general mi percepción es que atiendo los correos razonablemente bien tanto los personales como los profesionales. Muy a menudo incluso los de perfectos desconocidos.

Vale que en muchos aspectos puedo ser la excepción: yo de hecho aún mando (raramente) correos como si fuesen cartas para ponerme al día con alguien. No tan a menudo como me gustaría, porque lleva su tiempo, pero me gusta eso más que andar con el guasap. Pero en fin, yo a la gente no les pido una epístola, pero sí unas mínimas normas de cortesía: responder a lo que se te pregunta (o al menos informar de que el correo se ha recibido y de que no tienes intención de responderlo. No sé, ALGO).

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La catarsis


Dos ancianos se dan la mano por encima de un muro de piedra durante algún tipo de celebración al aire libre.

Photograph, Union and Confederate veterans shaking hands at 1938 Gettysburg Reunion Still Pictures ID number: 111-SC-109197 Rediscovery ID number: 19837 DTCW Exhibtion ID number: 8.2.8 18737_2009_001

Hay más gente alrededor, inmersos en algún tipo de actividad que puede hacernos creer, si no prestamos demasiada atención, que este gesto es una reacción espontánea de saludo y que no encierra nada del otro mundo. Sin embargo sólo tenemos que dedicar unos instantes más a inspeccionar la instantánea para darnos cuenta de que la mayoría de las personas que vemos, en realidad, llevan uniforme. Esta imagen, sacada de los Archivos Nacionales, fue tomada en 1938 en Gettysburg, y quienes se dan la mano son dos veteranos de la guerra civil estadounidense que combatieron en sendos bandos de dicha batalla 75 años antes, en 1863. Esta imagen me ha dejado fascinado. Voy a intentar contar por qué.

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magdalena =/= muffin

Carta abierta a un muffin-negacionista

Querido muffin-negacionista:

Yo te entiendo. La vida de aquellos que son los elegidos para conservar sellados y purísimos los tarros de las esencias es muy dura. Nunca estamos a salvo de que se nos cuelen por la puerta de atrás costumbres extranjeras, palabras innecesarias y manías propias de hipsters y afrancesados. No hay más que mirar la burbuja de los gintonics que ha convertido el bareto de la esquina en un lugar llamado The Juniper Experience en el que te cobran sólo por mirar. En el día de difuntos te toca expulsar del portal a escobazos a unos niños disfrazados de Spongebob que te piden chuches. Acabas tan traumatizado que en lugar de ir a ponerle crisantemos al nicho de la tía Paquita te dedicas a ver otra vez la primera temporada de True Detective subtitulada por The_F**ckng_Boss_95. Todos sabemos que de no haber sido por los niños, hubieses ido al cementerio. De verdad. Tu familia ha desistido de la lucha por que a tus sobris les entreguen los regalos SS.MM. lor Reyes Magos. La presión por «tener más tiempo para jugar con los juguetes» está dándole cierta ventaja a Santa. Son tiempos duros.

Esto de la globalización y el postmodernismo online es una continua decepción, y yo simpatizo de verdad con tus causas, o al menos con algunas: a las cosas hay que llamarlas por su nombre, y hay que estar siempre pendiente de que los eufemismos no nos den gato por liebre, ya sea en el telediario o en el mercado.

Pero todo tiene un límite.

Ahora, por favor toma asiento.

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12 de octubre: quijotes y supermanes


Aprovechando la efeméride voy a dejar caer otra entrada de «choque cultural». De cómo son los estadounidenses se ha hablado ya mucho y es difícil aportar nada que sea nuevo, pero uno no puede evitar darle muchas vueltas a las cosas que ve cada día. Ya he comentado que no siempre es fácil poner negro sobre blanco por qué aquí todo se siente distinto, pese a ser más o menos familiar. Quizá una de las características de los gringos que me parece bastante evidente hoy en día es que son unos ingenuos. Como todo es cuestión de perspectiva, quizá sería más correcto decir que los españoles somos unos descreídos, pero como mi sistema de referencia es el que es, empecemos por este lado del microscopio y luego veamos a ver si podemos descubrir algo de nosotros mismos, y que Heisenberg nos pille confesados.

Ingenuo y crédulo, decía, son los epítetos de turno con los que definiría al estadounidense medio ideal, perfectamente esférico y sin rozamiento: pocas cosas me fascinan más que percibir en este ciudadano medio la convicción sincera y profunda de que el trabajo se ve recompensado. A partir de esta premisa, empezad a desarrollar todas sus consecuencias, para bien y para mal: si te esfuerzas y estudias conseguirás un buen trabajo, si trabajas duro conseguirás el éxito, el dinero, el reconocimiento y la felicidad: nada hay imposible si tienes la determinación necesaria y le dedicas las horas suficientes. El «sueño americano» no es sino la última de las consecuencias de este axioma vital. El reverso tenebroso del mismo también nos es conocido: el fracaso, la pobreza, la mediocridad, etc, son el resultado de no haber trabajado suficiente. Es triste, pero no podemos hacer mucho por quienes no han querido hacer de sus vidas un camino de virtud e industriosidad laboral, etc, etc. El trabajo también se convierte en fin en sí mismo, en la virtud por excelencia. Presumir de lo ocupado que se está, de cuánto se trabaja, del tiempo que hace que no te tomas unas vacaciones o de las horas a las que sales del laboratorio es justo lo contrario de la modestia: es pura presunción.

Nada de lo que he dicho os debe sonar muy nuevo, pero sus consecuencias siguen siendo fascinantes. Últimamente he conocido a varias personas a las que sólo podría calificar como visionarias. Llegaron, por ejemplo, a dar alguna charla o seminario al departamento, y sólo con su forma de comunicarse, tanto en público como en las distancias cortas, exuda iluminación casi divina: son personas que tuvieron una visión, creyeron en ella con toda su alma y, con la ayuda del axioma «nada es imposible si trabajas lo suficiente», la llevaron a cabo. El resultado puede ser diverso: la creación de un jardín botánico con balance energético cero (cero… CERO), la renovación de una colección científica que estaba olvidada y abandonada o la consecución de una investigación que quizá sea revolucionaria en nuestra forma de extraer y secuenciar material genético. La palabra «emprendedor» se queda muy corta (y está muy devaluada): esta gente son visionarios. Y sólo podían ser estadounidenses. Da gloria escucharles contar cómo lo hicieron posible mientras lees en el brillo de sus ojos que se creen hasta la última palabra de lo que están diciendo: lo querían hacer no (sólo) por su propio reconocimiento o beneficio, sino por hacer las cosas bien, por rozar la perfección, por hacer algo bueno o dejar un legado al resto de la comunidad. Y sin lo dicen sin pestañear, sin bajar la voz ni desviar la mirada. No es (sólo) marketing: es pura ingenuidad.

Por supuesto, la abundancia de recursos puede traerse a colación como condición indispensable para catalizar estos logros. Es evidente que es así, pero tampoco hay que olvidar que Estados Unidos, como buen país capitalista, es muy, muy desigual, y que aquí convive gente en condiciones de vida lamentable con la más eficaz de las élites extractivas que podamos imaginar. Pero hay algo más. Para conseguir estos logros se necesitan recursos, pero empiezo a pensar que además, hace falta una visión, y la convicción de que es posible. No basta con quererlo, es necesario «saltar sin red», dar el salto de fe de Indiana Jones en su tercera prueba en busca del Grial, nadar mar adentro sin guardarse las fuerzas para el regreso y no concebir en el fracaso.

Entonces pienso en España y en cómo funcionan las cosas al modo carpetovetónico en aspectos tan cotidianos como la vida universitaria. Iniciativas que en EEUU serían habituales (proponer grupos de trabajo con estudiante, implicarlos en la investigación, ofrecer un seminario) se ven inmediatamente con desconfianza. Todo son peros y trabas, ceños fruncidos o sonrisas paternalistas. No hay tiempo para fantasías ni para visiones, aquí nunca se han hecho las cosas así, si eso luego ya eso… ya le llamaremos. En mi departamento siempre había actitud de superviviente; hacer que las cosas funcionaran con regularidad ya era motivo de preocupación y de esfuerzo, la resistencia al cambio y la homeostasis se llevaba todas las energías, sin tiempo para innovaciones ni riesgos.

No es una crítica sin más, ojo: es cierto que la escasez de recursos es un limitante, no nos engañemos, pero nuestro estilo no es el de lanzarse sin red, el de ser tan ingenuos de pensar que todo va a salir bien porque estamos dispuestos a trabajar mucho por ello. ¡Las cosas no funcionan así! El cuento de la cigarra y la hormiga acaba con la cigarra poniéndose hasta el culo de jamón ibérico en noviembre tras desahuciar a todo el hormiguero. Sólo hay que leer las noticias para descubrirlo.

Y sin embargo, cuando escucho una de estas conferencias de visionarios, que sigo con deleite como si se tratase de un cuento de hadas, me siento tentado a pensar que aunque tuviésemos recursos, jamás tendríamos, como colectivo, la visión necesaria para hacer un salto de fe semejante, y me da por pensar que quizá haya cierto sustrato de identidad nacional que lo explique. Estados Unidos, la patria de Superman, en su breve historia parece que ha tenido siempre una flor en el culo: celebra el éxito y teme o esconde el fracaso. España, patria del Quijote, que ha sufrido más palos y se ha empecinado en llevar a cabo empresas desastrosas y estériles, se siente más identificada con el caído, aunque sólo sea para chasquear la lengua y decir «si es que… se veía venir, ¡que no hombre, que no puede ser! ¡Que el mundo no funciona así! ¡Que eres muy joven y muy verde!».

Como decía, mi contexto es el que es. Es muy bonito ver todas estas hazañas yanquis hacerse realidad. No me cuesta admitir que no nos vendría mal un poco de fe en el futuro para conseguir alguna vez, y en particular en estas circunstancias, salir del hoyo y «ser dueños de nuestro destino», o como queráis llamarlo. Pero cuando en conversaciones con los locales escucho a gente convencida de que el trabajo se ve siempre recompensado, o cuando confunden la justicia social con el menos afortunado con limosna sigo sorprendiéndome de cómo se puede ser tan inocente.

PD: Nunca olvidaré el discurso de Ana Botella ante el COI. Se me saltan las lágrimas de la risa cada vez que lo recuerdo. Hay muchos planos de lectura, y el más jugoso no tiene nada que ver con el inglés. Esa joyita de las intervenciones televisadas es dramática en el más puro estilo operístico del término porque el discurso lo escribió un estadounidense, con estilo estadounidense y visionario, haciendo el trabajo que le han enseñado a hacer. Sin embargo el discurso lo interpretó una española, no diré que arquetípica (¡Dios me libre!) pero sí carente de visión sincera: Ana Botella no piensa que tomarse un café con leche en la Plaza Mayor sea una experiencia insuperable ni de coña; lo dice porque es lo que toca, pero no tenía fe en ninguna visión (más bien esperanza en la lotería electoral), y así, de entrada, sin la limpieza en la mirada de un orador visionario, es imposible que el hechizo yanqui funcione.

PD2: recientemente comenté estas reflexiones con una irlandesa y una francesa y ambas coincidieron más en la perspectiva quijotesca que en la supermana. Hasta qué punto el quijotismo puede ser un rasgo europeo escapa al conocimiento de este descreído invertebrado.

La falta de varón, o cómo se las gasta Dios


Este post es el vivo ejemplo de por qué mi bloj nunca podrá ser algo serio por muchas cosas dentífricas que diga, pero en fin, a veces se me ocurren tonterías y no tengo dónde soltarlas así que allá va.

Supongo que no se os ha pasado por alto todo el follón este que ha habido por los cambios que Ana Mato (alias confeti-woman) quiere introducir en la ley de reproducción asistida. La verdad es que hace años que no me motiva nada escribir en el bloj cosas de actualidad, como que me sale un sarpullido en los dedos y me asfixio en mi propia bilis o algo así, y de hecho no voy a entrar en el hecho de si los cambios son una discriminación o no hacia las mujeres no heteroadecentadas (aunque lo sea). No. Mi reflexión es un absoluto off topic a la gloriosa frase que ha soltado nuestra ministra:

La falta de varón no es un problema médico

Qué cosa más rancia de mujer, por favor. ¿Qué clase de oración es esa? ¿Qué cojones significa «la falta de varón»? ¿Es el varón una especie de ingrediente físico del cosmos o del clima para decirse así, sin artículo ni nada? «La falta de varón no es un problema médico, de la misma manera que la ausencia de lluvia no es óbice para salir a la calle». Me morderé la lengua y no ahondaré en si la ministra se cree que nos tiene que explicar en qué consiste la fecundación y os diré a qué me ha recordado eso de «la falta de varón», esa forma de expresarse que sólo de leerla siento como si me cayese un cubo de caspa encima.

Coslada, 13 de mayo de 1988. Día de la primera comunión de Copepodín.

Además de celebrarlo en el parque de atracciones recibí algún que otro regalo, todos ellos hace tiempo que cayeron en el limbo del olvido excepto uno. Un cómic. Un cómic… del Evangelio. Sí amigos, ese cómic que aún conservo y que debe estar en alguna de las cajas con el resto de mis posesiones, cogiendo polvo en casa de mis padres. Qué circunstancia tan lamentable, me hubiese encantado escanearos algunas de sus páginas para que pudiésemos comprobar juntos que era un buen cómic en el fondo. Lo digo en serio, el guión es el que es y no se puede mejorar mucho, pero la parte artística estaba bastante currada, los dibujos eran muy buenos, realistas, con bastante dramatismo, un cómic, en definitiva bastante currado y que leí incontables ocasiones, porque 1) en aquel momento yo aún estaba sujeto a la impronta religiosa de mi infancia en una familia como Dios manda, y 2) yo leía cualquier cosa que se me pusiese a tiro, para qué vamos a engañarnos.

Las virtudes del cómic, como decía, incluían una buena calidad del dibujo que sabía transmitirte la vida de Jesús de una forma distinta a las estúpidas representaciones infantiles de la catequesis. Podías ver a Jesús de mala hostia echando a los mercaderes del templo, acojonado en el Monte de los Olivos, veías la sangre y la crudeza de la Pasión mucho antes de que Mel Gibson se dedicara a dar rienda suelta a su fanatismo, había homenajes a Dalí y a otros pintores, había un mapa sorprendentemente detallado de Jerusalén, los ángeles no eran querubines alados sino sombras oscuras y misteriosas; había un realismo crudo en la decapitación de Juan Bautista o en la perturbadora resurrección de Lázaro… bueno, en general era un cómic religioso distinto, que no parecía para niños. Quizá por eso me gustaba.

Pero claro: los textos eran los que eran: Biblia pura y dura, y eso era un bajón constante que no paraba de rechinarme a cada viñeta por ese lenguaje arcaizante. Y aquí llegamos al meollo.

La Virgen María recibe un visitante nocturno. Como decía, es una sombra de la noche, casi un espectro. Le dice aquello de que va a concebir al hijo de Dios, y ella le responde:

«¿Cómo puede ser eso, pues no conozco varón?»

¡¡El anticlímax!! ¡Hija de mi vida! ¿Aparece un terrible ángel de la noche, guardián de la oscuridad y le respondes así? Me parecía una respuesta tan poco natural, tan casposa, que desde entonces el propio término «varón» me transmite arcaísmo y ranciedad. Aunque por aquellos años no estaba al tanto del uso bíblico del verbo «conocer», la idea la captaba porque yo ya había pasado por una catequesis y tal. La duda era razonable, ¿Cómo vas a tener un hijo sin copular? (otro día os tengo que contar cómo me enteré de en qué consistía el sexo, recordádmelo) y ante dicha duda el ángel le responde algo así como «nada es imposible para el Señor tu Dios», y ella se dice a sí misma «pues será eso», y oye, ni una palabra más.

Hasta aquí, bien, pero nótese la ausencia del artículo en varón: «no conozco varón», igual que «la falta de varón» de la que habla Ana Mato, el único clavo ardiendo, el único factor común que tiene el titular de una noticia con el rollo macabeo que os estoy contando sobre un cómic que me regalaron en mi primera comunión. Ya me estoy arrepintiendo de haber empezado todo esto. En serio, estoy por borrarlo, lo borraría de no haber prometido en tuiter que lo escribiría, así que seguiré.

Como bien deberíais saber, el ángel no había estado ocioso. Unos meses antes había estado preparando el terreno y había visitado a Isabel. Isabel era estéril, y tanto ella como su marido Zacarías estaban ya muy mayores para tener hijos, pero eso no les impedía sentir cierta frustración por haberse quedado los dos solos. Así que Dios decidió que Isabel y Zacarías tendrían un hijo (al parecer Zacarías sí que tendría el privilegio de ser algo más que padre putativo), concretamente el hijo sería Juan el Bautista, que era un poco como el teaser de Jesús, pero la idea era la misma: mujer que no puede tener hijo, va y lo tiene.

En esta ocasión el ángel en lugar de hablar con la interesada habla con Zacarías, y le dice lo mismo: que sepas que tu mujer va a tener un hijo. Zacarías, tras recuperarse del susto, tiene la duda razonable y le dice al ángel que cómo puede ser eso, que tanto él como Isabel están un poco mayores. ¿Y qué creéis que le dice el ángel? ¿Le suelta algo como a María en plan «tranqui que Dios controla»? ¡No! ¡El muy cabrón va y… LE DEJA MUDO! ¡Mudo! ¡Le deja mudo hasta que nazca el hijo ¡Nueve meses de mutismo forzoso por poner en duda el poder de Dios! ¡Pedazo de cabrón!

Copepodín, cuando leía esto, iba una y otra vez de una página a la otra comparando las reacciones de María y de Zacarías. No eran tan diferentes. Ninguna palabra más alta que otra, no se cachondean del ángel, no le echan de casa… nada. Los dos expresan su duda sobre que tener un hijo en su circunstancia sea posible… pero a María le suelta un «ya verás, ya… ¡vas a flipar! ;-)!» y a Zacarías un «Ah sí, ¿eh? ¡Pues te vas a cagar ahora, por listo sabelotodo! ¡¡ZASCA!! ¡MUDO!».

Aunque Dios cumplió su palabra y Zacarías recuperó la voz para poder glorificar al Creador cuando tiene a su retoño en brazos, a mí la exégesis de estos dos pasajes me dejaba muy, muy preocupado. ¿Qué clase de todopoderoso se comportaba de esa forma tan pusilánime? ¡Menudo peligro! Al menos saqué una provechosa enseñanza: en el hipotético caso de que en algún momento me cruzase con Dios (yo qué sé, en el peluquero o en los columpios) más me valía andar con mucho ojito, porque no era de fiar y tenía muy mal pronto. A su vez me recordaba a aquel chiste del autoestopista que no podía decir nada y… bueno ese si acaso lo cuento otro día, que si no esto va a parecer Inception. La cosa es que daba la sensación de que no importaba cómo te comportaras, al final lo definitivo es si le caías gordo a Dios o no. Creo que si la reflexión me pilla con más bagaje me hago calvinista.

Es tentador decir que aquella reflexión fue un inicio de rebeldía contra la impronta católica, pero aún me quedaban algunos años para eso. Me marcó lo suficiente, eso sí, para que cuando oigo a Ana Mato hablar de «la falta de varón», como quien habla de que te falta un hervor o el graduado escolar, me chirríe igual que un cómic gráficamente atractivo pero lingüisticamente arcaico. ¡Brrrrrr!

Y además me pregunto si nombrarán a Gabriel el Oscuro como patrón de la reproducción asistida: que lo mismo te preña que te deja mudo.

Os dije que era muy largo para Tuiter.