Este post es el vivo ejemplo de por qué mi bloj nunca podrá ser algo serio por muchas cosas dentífricas que diga, pero en fin, a veces se me ocurren tonterías y no tengo dónde soltarlas así que allá va.
Supongo que no se os ha pasado por alto todo el follón este que ha habido por los cambios que Ana Mato (alias confeti-woman) quiere introducir en la ley de reproducción asistida. La verdad es que hace años que no me motiva nada escribir en el bloj cosas de actualidad, como que me sale un sarpullido en los dedos y me asfixio en mi propia bilis o algo así, y de hecho no voy a entrar en el hecho de si los cambios son una discriminación o no hacia las mujeres no heteroadecentadas (aunque lo sea). No. Mi reflexión es un absoluto off topic a la gloriosa frase que ha soltado nuestra ministra:
La falta de varón no es un problema médico
Qué cosa más rancia de mujer, por favor. ¿Qué clase de oración es esa? ¿Qué cojones significa «la falta de varón»? ¿Es el varón una especie de ingrediente físico del cosmos o del clima para decirse así, sin artículo ni nada? «La falta de varón no es un problema médico, de la misma manera que la ausencia de lluvia no es óbice para salir a la calle». Me morderé la lengua y no ahondaré en si la ministra se cree que nos tiene que explicar en qué consiste la fecundación y os diré a qué me ha recordado eso de «la falta de varón», esa forma de expresarse que sólo de leerla siento como si me cayese un cubo de caspa encima.
Coslada, 13 de mayo de 1988. Día de la primera comunión de Copepodín.
Además de celebrarlo en el parque de atracciones recibí algún que otro regalo, todos ellos hace tiempo que cayeron en el limbo del olvido excepto uno. Un cómic. Un cómic… del Evangelio. Sí amigos, ese cómic que aún conservo y que debe estar en alguna de las cajas con el resto de mis posesiones, cogiendo polvo en casa de mis padres. Qué circunstancia tan lamentable, me hubiese encantado escanearos algunas de sus páginas para que pudiésemos comprobar juntos que era un buen cómic en el fondo. Lo digo en serio, el guión es el que es y no se puede mejorar mucho, pero la parte artística estaba bastante currada, los dibujos eran muy buenos, realistas, con bastante dramatismo, un cómic, en definitiva bastante currado y que leí incontables ocasiones, porque 1) en aquel momento yo aún estaba sujeto a la impronta religiosa de mi infancia en una familia como Dios manda, y 2) yo leía cualquier cosa que se me pusiese a tiro, para qué vamos a engañarnos.
Las virtudes del cómic, como decía, incluían una buena calidad del dibujo que sabía transmitirte la vida de Jesús de una forma distinta a las estúpidas representaciones infantiles de la catequesis. Podías ver a Jesús de mala hostia echando a los mercaderes del templo, acojonado en el Monte de los Olivos, veías la sangre y la crudeza de la Pasión mucho antes de que Mel Gibson se dedicara a dar rienda suelta a su fanatismo, había homenajes a Dalí y a otros pintores, había un mapa sorprendentemente detallado de Jerusalén, los ángeles no eran querubines alados sino sombras oscuras y misteriosas; había un realismo crudo en la decapitación de Juan Bautista o en la perturbadora resurrección de Lázaro… bueno, en general era un cómic religioso distinto, que no parecía para niños. Quizá por eso me gustaba.
Pero claro: los textos eran los que eran: Biblia pura y dura, y eso era un bajón constante que no paraba de rechinarme a cada viñeta por ese lenguaje arcaizante. Y aquí llegamos al meollo.
La Virgen María recibe un visitante nocturno. Como decía, es una sombra de la noche, casi un espectro. Le dice aquello de que va a concebir al hijo de Dios, y ella le responde:
«¿Cómo puede ser eso, pues no conozco varón?»
¡¡El anticlímax!! ¡Hija de mi vida! ¿Aparece un terrible ángel de la noche, guardián de la oscuridad y le respondes así? Me parecía una respuesta tan poco natural, tan casposa, que desde entonces el propio término «varón» me transmite arcaísmo y ranciedad. Aunque por aquellos años no estaba al tanto del uso bíblico del verbo «conocer», la idea la captaba porque yo ya había pasado por una catequesis y tal. La duda era razonable, ¿Cómo vas a tener un hijo sin copular? (otro día os tengo que contar cómo me enteré de en qué consistía el sexo, recordádmelo) y ante dicha duda el ángel le responde algo así como «nada es imposible para el Señor tu Dios», y ella se dice a sí misma «pues será eso», y oye, ni una palabra más.
Hasta aquí, bien, pero nótese la ausencia del artículo en varón: «no conozco varón», igual que «la falta de varón» de la que habla Ana Mato, el único clavo ardiendo, el único factor común que tiene el titular de una noticia con el rollo macabeo que os estoy contando sobre un cómic que me regalaron en mi primera comunión. Ya me estoy arrepintiendo de haber empezado todo esto. En serio, estoy por borrarlo, lo borraría de no haber prometido en tuiter que lo escribiría, así que seguiré.
Como bien deberíais saber, el ángel no había estado ocioso. Unos meses antes había estado preparando el terreno y había visitado a Isabel. Isabel era estéril, y tanto ella como su marido Zacarías estaban ya muy mayores para tener hijos, pero eso no les impedía sentir cierta frustración por haberse quedado los dos solos. Así que Dios decidió que Isabel y Zacarías tendrían un hijo (al parecer Zacarías sí que tendría el privilegio de ser algo más que padre putativo), concretamente el hijo sería Juan el Bautista, que era un poco como el teaser de Jesús, pero la idea era la misma: mujer que no puede tener hijo, va y lo tiene.
En esta ocasión el ángel en lugar de hablar con la interesada habla con Zacarías, y le dice lo mismo: que sepas que tu mujer va a tener un hijo. Zacarías, tras recuperarse del susto, tiene la duda razonable y le dice al ángel que cómo puede ser eso, que tanto él como Isabel están un poco mayores. ¿Y qué creéis que le dice el ángel? ¿Le suelta algo como a María en plan «tranqui que Dios controla»? ¡No! ¡El muy cabrón va y… LE DEJA MUDO! ¡Mudo! ¡Le deja mudo hasta que nazca el hijo ¡Nueve meses de mutismo forzoso por poner en duda el poder de Dios! ¡Pedazo de cabrón!
Copepodín, cuando leía esto, iba una y otra vez de una página a la otra comparando las reacciones de María y de Zacarías. No eran tan diferentes. Ninguna palabra más alta que otra, no se cachondean del ángel, no le echan de casa… nada. Los dos expresan su duda sobre que tener un hijo en su circunstancia sea posible… pero a María le suelta un «ya verás, ya… ¡vas a flipar! ;-)!» y a Zacarías un «Ah sí, ¿eh? ¡Pues te vas a cagar ahora, por listo sabelotodo! ¡¡ZASCA!! ¡MUDO!».
Aunque Dios cumplió su palabra y Zacarías recuperó la voz para poder glorificar al Creador cuando tiene a su retoño en brazos, a mí la exégesis de estos dos pasajes me dejaba muy, muy preocupado. ¿Qué clase de todopoderoso se comportaba de esa forma tan pusilánime? ¡Menudo peligro! Al menos saqué una provechosa enseñanza: en el hipotético caso de que en algún momento me cruzase con Dios (yo qué sé, en el peluquero o en los columpios) más me valía andar con mucho ojito, porque no era de fiar y tenía muy mal pronto. A su vez me recordaba a aquel chiste del autoestopista que no podía decir nada y… bueno ese si acaso lo cuento otro día, que si no esto va a parecer Inception. La cosa es que daba la sensación de que no importaba cómo te comportaras, al final lo definitivo es si le caías gordo a Dios o no. Creo que si la reflexión me pilla con más bagaje me hago calvinista.
Es tentador decir que aquella reflexión fue un inicio de rebeldía contra la impronta católica, pero aún me quedaban algunos años para eso. Me marcó lo suficiente, eso sí, para que cuando oigo a Ana Mato hablar de «la falta de varón», como quien habla de que te falta un hervor o el graduado escolar, me chirríe igual que un cómic gráficamente atractivo pero lingüisticamente arcaico. ¡Brrrrrr!
Y además me pregunto si nombrarán a Gabriel el Oscuro como patrón de la reproducción asistida: que lo mismo te preña que te deja mudo.
Os dije que era muy largo para Tuiter.