Hace casi exactamente ocho años que publicaba la entrada «Otro que se va«, en la que anunciaba el comienzo de mi aventura estadounidense. Ocho años, ¡Qué barbaridad! Cuando leo ahora ese post veo con bastante claridad que intentaba ocultar que estaba cagado de miedo y que mantenía cierto resentimiento por una situación que hubiese preferido que no hubiese llegado a darse. Si en aquel momento me hubiesen dicho que la cosa no iba a ser solo para uno o dos años, y que incluso consideraría muy seriamente quedarme para siempre en una ciudad de provincias a orillas del Misisipi… bueno, no sé cómo me lo hubiese tomado. No creo que hubiese cogido aquel avión. Y sin embargo hoy lo que me da vértigo y curiosidad es imaginar cómo sería mi vida en 2020 si hubiese decidido tomar en 2012 una decisión (posiblemente racional y sensata) de buscarme la vida fuera del mundo académico. Seguro que ni me reconocería a mí mismo si pudiese verme. Así que hablemos de identidades y de cambios.
Diarios del Midwest (2)
Cómo me perdí el eclipse total más visto de la historia
(Dramita TRAGEDIA en seis actos)
Han tenido que pasar más de diez meses para que las heridas que me dejó en el alma el aciago 21 de agosto de 2017 hayan cicatrizado lo suficiente como para que pueda compartirlos con vosotros. Aquel día tuvo lugar un esperado eclipse total de sol: la sombra de la Luna proyectada sobre la Tierra atravesó Norteamérica de costa a costa en uno de los espectáculos más celebrados que pueden verse en nuestro planeta y para el que me llevaba preparando casi dos años. Como sois gente perspicaz y despierta ya os imagináis que esta historia no acaba bien, así que si os queréis unir a mis lamentos, o echaros unas risas, allá vamos.
Acto 1. Proemio
Lo de que ver un eclipse total de sol es algo que quiero experimentar antes de morirme lo tengo cristalino desde hace mucho, pero claro, a no ser que te sobre el dinero o seas uno de esos adictos a los eclipses, raramente te planteas viajar una gran distancia para presenciarlo. Es más bien una de estas cosas que confías en que quizá en el futuro no te vaya a pillar demasiado mal. Hay que aclarar que, por supuesto, me refiero específicamente a estar en recorrido de la totalidad, o como queráis llamarlo: el corredor que queda totalmente a la sombra de la Luna, donde se puede ver la corona solar, etc etc. Si no tienes claro por qué un eclipse parcial al 99% es cualitativamente distinto a experimentar la totalidad, busca un poco por ahí que internet está lleno de fricazos encantados de explicarte por qué es una de las experiencias más extraordinarias que puedes vivir. Pero aquí vamos al drama: yo ya había visto varios eclipses parciales, e incluso el eclipse anular que fue visible desde Madrid en octubre de 2005 (inolvidable), pero yo quería, obviamente, la totalidad, el caviar.
Lo de que en 2017 había un eclipse solar que pasaba por EE.UU. no me acuerdo muy bien desde cuándo me sonaba, y la idea vaga de intentar hacer un viajecito a la totalidad siempre me había seducido, pero quizá la primera vez que me percaté de que iba a estar viviendo en Illinois cuando vi el mapa del camino de la totalidad, las piezas encajaron .
Apuntes sobre científicas heroicas
En el último número impreso de Principia nos propusimos que el tema de la revista fuese la contribución de mujeres extraordinarias al mundo científico. Esto en sí no era nada nuevo para nosotros, ya que en Principia (y en JOF, su predecesora) hemos tenido de forma constante redactoras (y redactores) que en cada número se han hecho eco de las protagonistas, a menudo olvidadas, de la historia de la ciencia y la cultura. El objetivo que nos propusimos fue el de publicar por primera vez para nosotros un número que estuviese protagonizado exclusivamente por mujeres, pero sin que ninguna de ellas fuera el típico comodín que todos ya conocemos (Marie Curie, Rosalind Franklin, etc). Se trataba de contar una serie de historias fascinantes sobre la interacción del ser humano con el conocimiento, y a nuestro equipo artístico se le pidió que se tratase a las protagonistas como los cómics tratan a los superhéroes.
El número por fin está disponible (¡compradlo!), pero si me dejo caer por aquí es para hacer algunos comentarios, quizá de perogrullo, sobre aspectos que me han llamado la atención al trabajar con estas 24 historias entre bambalinas.
Una de las ideas centrales del número era el de mostrar las historias desde un punto de vista heroico y positivo pero sin convertir el machismo en el tema en sí de las historias, sino que seguiríamos centrándonos en la dimensión científica de las historias como punto focal. Mi sorpresa, tanto con mi propia contribución como editando el resto, es que sencillamente fue imposible ignorar el papel del machismo. Tras empaparse de la biografía de muchas de nuestras superheroínas, no sólo resultaba injusto ignorar la multitud de zancadillas y obstáculos que tuvieron que superar. Nada nuevo hasta aquí en sí mismo, pero oye, fue lo que pasó. Lo que no me esperaba era hasta qué punto han sido frecuentes los descubrimientos o investigaciones de relevancia capital liderados por mujeres de los que no tenía ni idea (y debería, por ejemplo, por estar relacionados con la biología). Es inevitable preguntarse hasta qué punto los sesgos relacionados con el género (incluso involuntarios) están detrás de un recuerdo selectivo sobre quién y cuándo aportó algo a una disciplina.
La otra cosa que me ha llamado la atención es el papel de las parejas. Varias de las protagonistas de este número tuvieron como pareja sentimental a un hombre interesado y especialista en su misma disciplina. Esta circunstancia fue un arma de doble filo. Por un lado, tener a alguien que compartiese sus intereses y sus pasiones pudo hacer más fácil el desarrollo académico de la científica de turno, alguien que valorase y apreciase su valía. En muchos casos se dieron estupendos dúos investigadores que fueron fructíferos durante décadas. Sin embargo, estas parejas casi sistemáticamente se percibían desde fuera de una forma muy diferente, contando los éxitos de él como los genuinos y pasando ella a la historia a menudo como «la mujer de», pasando su labor intelectual a ser casi una curiosidad o un adorno de la de su marido.
Uno de los casos en los que se dio esta circunstancia fue justo en la biografía de la botánica sobre la que escribí: Elizabeth Britton (Elizabeth Knight en sus tiempos de soltera). Elizabeth se casó con Nathaniel Britton y ambos tuvieron una fructífera carrera botánica conjunta. Como tándem funcionaron estupendamente, pero a pesar de los casi 300 artículos científicos de Elizabeth y de su papel de liderazgo en la que seguramente fue la mayor contribución de este matrimonio (la creación del Jardín Botánico de Nueva York), la que acabó como segundona fue ella: pese a que los dos acabaron trabajando en el jardín botánico que ellos mismos habían hecho posible, ella nunca cobró un duro por su trabajo, detalle que aún no he terminado de asimilar.
En fin, que nada de esto son necesariamente noticias frescas, pero que aunque había acabado muy satisfecho con este número pero no había podido compartir estas conclusiones, pues las dejo caer por aquí a ver qué os parecen.
Diarios del Midwest (1)
4 de julio de 2017. Los parques y paseos fluviales de Rock Island y Davenport están llenos de gente esperando al espectáculo de fuegos artificiales del Día de la Independencia. Lo que da a esta celebración un toque especial es que los fuegos se lanzan desde barcas en el propio río Misisipi, entre Illinois y Iowa, con el reflejo en el río y el skyline de la ciudad que te pille enfrente. Había visto algunas fotos como la que os pongo aquí y tenía ganas de disfrutarlo en persona. Los fastos del 4 de julio me parecen un momento único para ponerte tranquilamente en una esquina y observar al personal desarrollarse en su esencia más ingenuamente provinciana. Se parecen más a las fiestas mayores de tu pueblo que al tópico que nos viene a la cabeza con Will Smith matando extraterrestres. La gente se lleva sus sillitas plegables y sus bocadillos, a la fresca, esperando. El despliegue en sí me deja ambivalente. Visualmente no decepciona, pero lo entorpece todo la manía que tiene esta gente de poner música a la pirotecnia, cosa que en sí no es un problema siempre que la sepas acompasar… y no es el caso. Las explosiones se suceden arrítmicamente mientras suena un batiburrillo de Beyoncé, Justin Bieber, y el himno nacional, acompañado de gritos de «Oh yeah!» que acaban dándole a todo el sarao una atmósfera un tanto cómica. Bienvenidos al Midwest.
Cosas que me pasaron en China
1. Asistir al congreso botánico más grande del mundo
La excusa principal por la que he pasado un par de semanas en China fue la celebración del XIX International Botanical Congress, que tuvo lugar en Shenzhen. Los IBC son por definición los congresos científicos de botánica más grandes porque están invitados todo tipo de investigadores que hagan algo con plantas: taxónomos, ecólogos, genetistas, etnobotánicos etc. Se celebran sólo cada seis años y se rodean de cierta pompa a la altura de tan solemne ocasión. Son como los juegos olímpicos de la botánica y se aprovecha, por ejemplo, para revisar el código de nomenclatura, de forma que cada nueva edición del mismo tiene el nombre de la ciudad donde tuvo lugar el IBC. Así, hace seis años en Melbourne, fue cuando se decidió ampliar las diagnosis de nuevas especies al inglés, además del latín (como conté aquí) en el llamado «Código de Melbourne», y el año que viene entrarán en vigor las nuevas actualizaciones en el que pasará a llamarse Código de Shenzhen.
Esta era la primera vez que asistía a un IBC, y la verdad es que ha sido una gozada. Si estos congresos por definición ya son mastodónticos, los chinos han querido salirse por todo lo alto con una edición que ha batido todos los récords (más de 6000 participantes y hasta 26 sesiones simultáneas en algunos momentos). El sarao tuvo lugar en el rutilante centro de convenciones de la ciudad, y es cierto que la comparación con unas olimpiadas venía a la mente una y otra vez.
A este congreso llevaba dos presentaciones orales. Casualidades de la vida, las dos se programaron en el mismo segmento de tiempo en dos sedes distintas. Cuando me monté en el avión no tenia acabadas ninguna de las dos presentaciones. Que se hubiese dado sólo una de las dos circunstancias (no digamos ya ambas) al comienzo de mi carrera hubiese sido motivo suficiente para una angina de pecho (qué años locos aquellos en los que tenía tiempo de sobra, acababa la presentación dos semanas antes del congreso y dedicaba los últimos días a practicarla hasta una precisión milimétrica). Ahora me doy por satisfecho por haber sobrevivido a un verano frenético más apagando incendios. Y sí, pude dar las dos charlas tras un pequeño ajuste en el programa.