Esta entrada está especialmente dedicada a Xema, en cuya compañía fotografié algunas orquídeas muy chulas en Cádiz gracias a su buen conocimiento del área, lo que nos dio pie a charlar sobre cómo podrían originarse nuevas especies de las mismas.
¿Qué es una especie? Dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul, ¿qué es una especie? ¿y tú me lo preguntas? ¡Anda y vete a freir espárragos!
Anónimo
La realidad, amigos del blogoplancton, es que en 2010, 300 años después de Linneo, todavía no existe una definición consensuada en biología sobre qué es eso a lo que llamamos especie. Es cierto que todos tenemos una idea intuitiva sobre ese concepto y muchos conoceréis los chascarrillos sobre los aborígenes de Nueva Guinea que reconocían en su lengua un número determinado de especies de aves que fue prácticamente el mismo al que llegaron los taxónomos occidentales. Parece ser que existe esa categoría privilegiada y fundamental en la que se distribuyen los organismos y que es distinta intrínsecamente a todas las demás. Sabed, sin embargo, que algunos biólogos niegan que el concepto de especie sea algo más que una convención, si bien son una minoría, y que el resto de los teóricos a los que les ha dado por darle vueltas al asunto han llegado a desarrollar más de 20 conceptos de especie diferentes.
En este momento estoy leyendo «Species Concept and Phylogenetic Theory«, que contrasta precisamente distintos conceptos de especie. Es un libro denso que la verdad es que no me está dejando la cosa muy clara, como esperaba, aunque de momento he sacado una conclusión: los conceptos de especie más «sencillos» o más fácilmente aplicables en el mundo real, son los que presentan problemas más serios y grandes excepciones, mientras que aquellos que parecen más elaborados y «a prueba de bombas» tienen el inconveniente de que a menudo son imposibles de comprobar en la práctica.
Tomemos, por ejemplo, el concepto biológico de especie, que aunque es muy antiguo fue especialmente difundido por Mayr a mediados del siglo XX.
especie es un conjunto de poblaciones naturales de individuos que pueden cruzarse entre sí, pero que están aislados reproductivamente de otros grupos afines.
Simple, fácil de entender e incluso relativamente fácil de verificar si hay medios. Sin embargo presenta muchísimos problemas, como los híbridos fértiles, los organismos sin reproducción sexual o situaciones curiosas como la de las «especies anillo» (tema que me gustaría tratar próximamente). Uno de los muchos ejemplos de casos problemáticos de los que podríamos hablar se da en un género de orquídeas de la región mediterránea que posiblemente conoceréis: las Ophrys.
Las orquídeas de este género son posiblemente las más estudiadas a lo largo de la historia de la botánica. Son unas orquídeas humildes, pequeñas y discretas, que a menudo crecen incluso en cunetas o en lugares no especialmente bien conservados, pero que sin duda se encuentran entre las más espectaculares y son presa frecuente de los fotógrafos de la naturaleza europeos que disfrutan con la belleza de sus escurridizas flores. Sin embargo, pese a la sutil belleza de estas orquídeas, si por algo se han hecho famosas es por la forma que tienen de polinizarse: las Ophrys atraen a los insectos con un reclamo sexual.
La avispa de la izquierda fue fotografiada durante una pseudocópula, hablando en plata, mientras el insecto estaba intentando tirarse a la flor. Es bien conocido que las Ophrys tienen toda una serie de engaños para poner al insecto básicamente como una moto.
1. Reclamos químicos. Las flores producen un cóctel de feromonas que atraen a los machos desde grandes distancias hasta que establecen contacto visual.
2. Reclamos visuales. El labelo («pétalo» especializado de las orquídeas donde se posa el polinizador) presenta distintos campos coloreados y a menudo reflectantes que atraen al macho. Muchas Ophrys poseen dos ocelos (pseudoojos) y otros detalles visuales que contribuyen al engaño.
3. Reclamos táctiles. La superficie del labelo tiene pelos y superficies que reproducen el del cuerpo de la hembra.
Se piensa que todos estos detalles contribuyen a la excitación sexual del polinizador, que se afana en copular con la flor y finalmente los paquetes de polen se le quedan pegados al cuerpo. Cuando el macho (no sabemos si frustrado o aliviado) se va, puede que en breve sea de nuevo engañado por otra flor de la misma especie depositando el polen en una segunda flor consumando la fecundación de la orquídea, que no la suya propia.
Seguro que muchos ya sabíais todo esto, así que ¿por qué lo cuento? Pues bien, resulta que hay un lío tremendo sobre cuántas especies de Ophrys existen. El número varía entre 32 y 250 y no es nada normal que haya estas disparidades tan tremendas en un grupo supuestamente bien estudiado, aquí está pasando algo, y hay que achacarlo a dos razones: