El señor de las pajaritas: cómo se hace un tiburón de papel


No sé por qué, pero últimamente no paro de oír hablar de la cara oculta de los ochenta. Ya hace mucho que vemos motivos ochenteros en ropa, complementos y menaje del hogar: naranjitos, cubos de Rubik, los Goonies y ese tipo de cosas (a cuyas ingenuas y cuestionables capacidades estéticas, por cierto, sucumbo con cierta regularidad). Pero de vez en cuando alguien hace de Pepito Grillo y nos recuerda que los ochenta tampoco molaban tanto: que la «Movida» está sobrevalorada, que el SIDA y las drogas hacían estragos y que la gente llevaba hombreras y unas gafas horrorosas tipo piloto que… que… bueno, ¡hombreras! Y es que un servidor se pone a pensar y se da cuenta de que en el fondo, los ochenta le pillaron sin uso de razón que merezca tal nombre, y que no se enteraba ni del NoDo. Para mí los ochenta son una especie de nebulosa protagonizada por mis preocupaciones infantiles, propias de la edad, y lo que se cocía de verdad en otras esferas, como que me resbalaba. Yo veía «La bola de cristal», claro que sí, y era muy aficionado a los Electroduendes, pero la verdad es que no me enteraba de nada y cuando gracias a la magia de YouTube he podido comprobar qué tipo de contenidos ofrecían me he quedado estupefacto.

Mis padres, sin embargo, no veían el percal desde el mismo punto de vista, claro, y andaban con mucho ojo para prevenirme sobre los peligros del mundo modelno, como por ejemplo, las drogas (un dos tres, responda otra vez). Como esa labor de prevención se basaba en mensajes poco claros del tipo «que nadie te dé caramelos en el cole, no vaya a ser que lleven droga» o «no te metas por los arbustos, que seguro que están llenos de jeringuillas», mi idea sobre las drogas acabó siendo como para echarse unas risas: como las drogas son tan, tan, tan, TAAAAAAN malas, obviamente nadie las consume a propósito. ¡Por eso debes andarte con cuidado! Porque cuando menos te lo esperas vienen con una jeringuilla por la espalda, o con un puñado de caramelos (nunca regalices o chuches, siempre caramelos) y te endrogaban sin que te dieras cuenta, ¡y ya se había liado el cristo! Lo más posible es que murieras (irreversiblemente) en unos pocos minutos, antes de darte cuenta de que te habían endrogao.

El otro «gran peligro», eran los pederastas. Aunque en el barrio medraban las jeringuillas en los arbustos e incluso un exhibicionista oficial, en plan cómic de Mortadelo, con gabardina y todo nunca hubo ningún pederasta, que yo sepa. Pese a todo la ridícula idea de que alguien de la chavalería se iba a meter en el coche de un desconocido con la promesa del ineludible y omnipresente puñado de caramelos era una obsesión a la que los padres de toda la infancia cosladeña había sucumbido. Como un virus, oigan.

Toda esta larga introducción es una prescindible presentación para el personaje del que en realidad quería hablar, uno de los más singulares con los que nunca me he topado y que, tristemente, era mirado con desconfianza por la parentela del barrio sin merecerlo. Los niños lo conocíamos como «el señor de las pajaritas», y le recuerdo con una precisión sorprendente a pesar de los años que han pasado. Debía rondar los 70 años, y yo lo recuerdo alto y robusto (aunque por aquellos años era aún demasiado bajito como para resultar creíble) tenía pelo abundante, totalmente blanco y a menudo engominado. Siempre llevaba gafas de sol que ocultaban un ojo de cristal, otro motivo más de curiosidad (y yuyu) infantil que comentar. Ya con eso parecería sacado de una novela, pero lo realmente entrañable de este abuelillo era que cada vez que bajaba al parque, un corro de niños le rodeaba para obtener una valiosa mercancía en forma de figuras de papel. Haciendo honor a su nombre, nuestro protagonista era capaz de hacer una infinidad de figuras de papiroflexia (antes de que pasara a llamarse origami): aviones, ranas, perros, barcos, caballos y, por supuesto, pajaritas. Usaba exclusivamente papel de publicidad postal, que se acumulaba a toneladas en las papeleras de los portales. Si bien traía ya preparadas alguna que otra docena de criaturas a base de anuncios de cerrajeros y restaurantes, sacaba si era necesario, otro taquito de anuncios y cumplía con paciencia los encargos caprichosos y a veces excesivos de la concurrencia del barrio (Una pajarita grande y una pequeña, un barco «con bolsillo» y dos tiburones). Nunca decía que no, y nunca pidió nada a cambio salvo compartir sus historias.

Como es de esperar, muchos padres se acercaban con desconfianza a mirar qué hacían tantos niños con un jubileta. El padre típico solía acercarse, mirar, saludar, mirar otra vez, y retirarse por sobreseimiento. Nuestros padres luego nos preguntaban, que qué hacía o qué decía ese señor. En nuestra total inocencia, y como si fuera la mayor de las obviedades les enseñábamos los puñados de figuritas de papel que obteníamos como un maná. Los progenitores, siempre tan desconfiados, nunca acababan de creerse que este señor fuese trigo limpio, pero claro, nunca tuvieron nada que reprochar, y nosotros no entendíamos a cuento de qué venía tanto escándalo y tanta extrañeza.

En retrospectiva, me da un poco de pena imaginarme cómo se sentía este señor con las incursiones suspicaces de los padres, pero en su momento esto a mí me pasaba desapercibido. En el fondo el interés de los que estábamos allí era, como decía, muy egoísta. Queríamos nuestras dos pajaritas, y las queríamos ya. Sólo me acuerdo vagamente de las historias que contaba. Me gustaría poder decir que eran interesantes, porque el recuerdo de cómo doblaba metódicamente el papel mientras hacía surgir de entre sus dedos un barco a la par que contaba un cuento queda como muy cinematográfico, pero lo cierto es que no creo que fuesen gran cosa. La única que recuerdo (y quizá no le esté haciendo justicia) es la de la historia de cómo consiguió su nombre el caracol.

Copepodín– (cuando le llega su turno) Hola, yo quería dos tiburones grandes y dos pequeños, que quepan en la boca de los grandes.

Señor de las pajaritas– (dobla que te dobla, cumpliendo el encargo) ¿Tú sabes por qué el caracol se llama así?

C– Emmm No (pensando: pero tampoco me importa mucho, la verdad)

SDLP– Pues estaba Adán en el Paraíso, muy aburrido, porque aún no habían creado a Eva, y se lo dijo a Dios, así que Dios le dijo que para entretenerse, le pusiera nombre a los animales.

C– (sin hacer mucho caso, pendiente de sus tiburones nacientes) Aaammm

SDLP– Así que, imagínate, con todos los animales que hay, se tiró un buen rato inventándose nombres sin parar, hasta que ya muy cansado, se dio cuenta de que le faltaba uno (el caracol). Como ya se le había agotado el ingenio, vio que estaba encima de una col, y ni corto ni perezoso le dijo «tú te llamarás caracol».

C– Ammmm ¿Puedes hacer mejor este mediano y ya el otro pequeño?

SDLP– (por supuesto, cumpliendo el encargo) Así que un tiempo después, Dios le preguntó, por curiosidad el nombre del animal en cuestión y Adán se lo dijo: «caracol, porque le vi encima de una col». A lo que dios le respondió con una pregunta «¿Y si te lo hubieses encontrado encima de un ajo? ¿Cómo le habrías llamado?», le pregunta Dios… bueno, y qué crees que le respondió Adán.

C– pues… carajo, claro

SDLP– (riendo) ¡¡Chssss!! ¡Niño, eso no se dice!

C– (para el que «carajo» era una palabra bastante inocua) ¿El qué? ¿carajo?

SDLP– ¡Que eso no se dice!

C– (incrédulo) ¿Carajo no se dice?

SDLP– (dándose por vencido ante mi incapacidad de coger el chiste) Anda niño, toma tus tiburones

Bueno, pues que sepáis que guardo un recuerdo muy entrañable de este señor, del que nunca supe el nombre. Lo dejo caer por si acaso alguna vez algún residente en Coslada a finales de los ochenta le recuerda también y sabe algo más de él.

Para acabar la anécdota de forma más productiva, os voy a contar cómo se hace un tiburón de papel. Era mi figura favorita, aunque ni mucho menos la más elaborada, y a base de ver cómo los hacía, aprendí a hacerlos y siguen triunfando mucho entre niños de mi familia. Es muy fácil de hacer y es tan naïf como yo por aquellos años.

En realidad basta con hacer una pajarita clásica (que por cierto, el señor de las pajaritas nunca la llamaba así, sino que decía que esta figura era «la burra», y que la pajarita de verdad es la típica grulla, que también hacía con facilidad). Si desperdiciásteis vuestra infancia y no sabéis hacer una pajarita, aquí explican cómo, mejor que yo.

Pajarita de toda la vida

Pues bien, lo que viene siendo la cabeza, se deja sin plegar, así.

Luego se abomba todo un poco, y con un bolígrafo le dibujamos los ojos y unos simpáticos a la vez que feroces dientes de sierra. Y ya está.

¡El tiburón!

Ya sé que es una simpleza, pero el tiburón me encantaba. Le perdonaremos que en realidad esa cola horizontal nos haga pensar que en realidad se trata de un cachalote, puesto que las precisiones zoológicas no vienen a cuento (¡y si no ya me diréis en qué se parece la pajarita a un ave o a un burro!).

Nota importante: a los tiburones pequeños nunca se le dibujan los dientes

Pues eso es todo. Sirva de homenaje a este señor tan entrañable e inocuo como Chanquete que tanto nos dio a los niños de Coslada y que tantas sospechas y dolores de cabeza le dio a los desconfiados padres, que veían peligros en cada esquina.

Tiburones con incubación bucal seriada. Una especie aún no descrita por los ictiólogos.

Cómo se hace un reportaje sobre movilidad ciclista en Madrid, mal y bien


Se van a cumplir 500 días desde que empecé a desplazarme en bicicleta con regularidad para ir a trabajar y a otros menesteres. Hubiese estado bien hacer un balance en el primer aniversario, pero me pilló la criptobiosis, así que lo dejaremos para la siguiente efeméride. Mientras tanto, y por pasar el tiempo, vamos a hacer un poco como en Barrio Sésamo y vamos a comparar dos reportajes sobre ciclismo urbano en Madrid: uno malo y uno bueno.

Resulta, queridos lectores, que los madrileños tenemos una mutación en el cromosoma 12 que nos provoca un atavismo intelectual indeleble por ahí donde el hipotálamo pierde su honrado nombre y nos hace tener como la mayor de las certezas que ¡Madrid no está preparado para ir en bici! (¡copón!). Científicos de todo el mundo intentan aún sin éxito encontrar una cura a este problema, pero hasta que eso llegue, seguiremos pensando que antes de poder ir en bici, la ciudad debe prepararse (como si de unos juegos olímpicos o una JMJ se tratase, solo que sin llegar a estar lista nunca). Además, inequívocamente, esa preparación consiste en hacer kilómetros de carriles bici. Mientras tanto, el resto de ciudades de España y de Europa pedalea cada vez más.

En este contexto, prestad atención a este reportaje de TVE que salió en el telediario hace sólo unos días. Está realizado por varios periodistas, cada uno en una ciudad distinta, y aunque os animo a que lo veáis entero (poco más de 5 minutos), vale con que atendáis a la parte de Madrid, que sale al principio, en apenas un par de minutos.

DALE CANDELA

(El reportaje empieza en el minuto 34:20 )

Se nota a la legua que este reportaje lo ha hecho una persona que no tiene ni puñetera idea de con qué tiene que enfrentarse un ciclista en Madrid y que tira de tópicos. Pese a haberse montado en una bici para hacer el trabajo de campo, el contenido del reportaje estaba ya preparado de antemano, todo a base de prejuicios.

En resumen:

– La bici es sostenible y verde como una lechuga (siempre según «los expertos»), pero Madrid no está preparado porque no hay suficientes carriles bici

– Ir en bici por Madrid es peligrosísimo: el año pasado murieron dos personas

– La bici molesta en todas partes

– Cada vez hay más carriles bici, pero aún estamos lejos de ese advenimiento prometido de la preparación madrileña a la bici. Mientras tanto, queda reservado a los suicidas.

Nótese que:

– La periodista alquila la bici (se ve que no tiene) para su experiencia ciclista. Por cómo viste y cómo pedalea diríase que no ha tocado una bicicleta en lustros.

– Decide estrenarse en calles de mucho tráfico en plena hora punta, para que se vea lo peligroso que es.  Necesita un escolta y, además, se salta un semáforo.

– Da a entender que «hay que ir sorteando» a los coches, en lugar de haberse informado sobre la forma correcta, circulando por el centro del carril (como bien apunta uno de los entrevistados, aunque ni se le entiende).

– Acaba hablando de asuntos que no tienen NADA que ver con el ciclismo urbano, como gente que pasea a su perro con patines.

– Hace preguntas a ciclistas. Algunos (sólo algunos) ponen un poco de cordura y hablan realmente de aspectos importantes sobre visibilidad y circulación, pero las conclusiones del reportaje son las mismas que las premisas: ¡Madrid no está preparado para la bici! (¡copón!) Y todo el reportaje está centrado  en la peligrosidad. Estoy seguro de que la reportera podía haberlo escrito tal cual sin salir de su estudio.

Y ahora, una pequeña reflexión: en el mismo reportaje en el que dicen que «constantemente hay accidentes y sustos y que en Madrid murieron tan solo en un año dos personas», más adelante, cuando se habla de Berlín, se dice (textualmente) que «sólo hay una decena de muertos al año». Tremendo. Dos ciudades europeas con poblaciones equivalentes pero cuyos ciclistas muertos se interpretan de forma completamente distinta. Diez muertos en Berlín son poquísimos según un reportero (que se ha informado en Berlín, claro), y sin embargo dos en Madrid son motivo para creer que la bici es un vehículo mortal ¡Y mueren cinco veces menos ciclistas! Es cierto que puesto que en Berlín hay más desplazamientos en bici, hay más probabilidades de tener un accidente, pero ¿Dos muertos al año es indicio de peligrosidad? Se me ocurren formas mucho más probables de morir en Madrid a las que no se le tiene miedo constante precisamente por su improbabilidad, desde un tiroteo entre bandas a un coma etílico, cruzar un paso de cebra, intoxicación alimentaria y, por supuesto, estar al volante de un coche. Por favor, un poco de cordura.

Frente a ejemplos como este, tenemos el reportaje de Rafa Vidiella que salió el lunes en 20 Minutos. Comienza con un hecho paradójico: el domingo se celebró la llamada «fiesta de la bicicleta» en Madrid. Se trata de un acontecimiento controvertido entre muchos ciclistas madrileños. Aunque es muy divertido y cortan calles a lo largo de 20 kilómetros para que miles de madrileños puedan darse unos tripazos por el asfalto (muchos de ellos, como la reportera de TVE, ni se acuerdan de dónde está el depósito de gasolina), está más que claro que para el ayuntamiento es una especie de concesión festivalera familiar que nada tiene que ver con una apuesta por la movilidad urbana. Algunos años, incluso el cartel promocional rezaba «disfruta de tu bici sólo por un día«. El reportaje destaca la paradoja que supone que en esa fiesta de la bicicleta, los ciclistas a los que el mediodía les pillaba sin haber concluido el recorrido, eran invitados por la policía a que dejara de circular por el peligro del tráfico y que se fueran a sus casas.

Quitando esta más que merecida denuncia, el resto del reportaje es justamente eso, un reportaje sin prejuicios ni conclusiones precocinadas en la redacción en las que se deja hablar a quienes tienen ya una experiencia en el asfalto madrileño. Como es de esperar, la visión de este segundo reportaje, mucho más fiel a la realidad por la autenticidad de sus fuentes, no es alarmista y muy al contrario, ofrece buenos consejos por auténticos expertos con hasta 38 años de experiencia.

¡leedlo ya!

Si para ir en bici por Madrid hubiera que esperar a que «la ciudad esté preparada», ya podríamos esperar sentados los cambios siempre prometidos y nunca cumplidos. Quienes tienen que cambiar (de mentalidad) somos los madrileños, y por suerte parece que eso ya está ocurriendo.

VI Carnaval de Biología: presentación y bienvenida

Amigos del blogoplancton y demás fauna digital: es para mí un motivo de gran orgullo y regocijo recoger el testigo del Carnaval de Biología en la que será su sexta edición ordinaria. Como ya sabéis muchos, y si no ya os lo digo yo ahora, esto de los carnavales es un conjunto de iniciativas blogueras para compartir entradas divulgativas sobre un campo determinado. En nuestro caso, blogueros apasionados por la ecología, la genética, la zoología, la microbiología y cualquier otra disciplina biológica se dan cita mensualmente para hablar de descubrimientos recientes, datos curiosos o cualquier otro asunto que consideren digno de mención. Desde hoy y hasta el próximo 31 de octubre, esta santa casa se encargará de coordinar el carnaval.

¿Cómo puedo disfrutar del carnaval?

Si te interesa la biología y quieres aprovechar la ocasión, permanece atento a «Diario de un copépodo»: los enlaces a las distintas aportaciones de blogueros aparecerán al final de esta entrada, así como en la barra lateral y en la página temporal dedicadas a tal efecto. Al finalizar el mes, se publicará una entrada recopilatoria con todos los posts participantes debidamente presentados y se anunciará el blog anfitrión de la siguiente edición, para que puedas seguir pendiente de la iniciativa.

¿Cómo puedo participar?

Si te apetece participar en el carnaval como autor, ni siquiera es necesario que tengas un blog propio. Lee las instrucciones y anímate ¡Cuantos más mejor!

1. Participación libre, bien a través de un blog propio o como autor invitado en el blog de un amigo, familiar, etc o pidiéndoselo al anfitrión de turno del carnaval.

2. Cada mes el blog anfitrión anunciará el inicio del carnaval indicando la fecha de comienzo (se recomienda que sea la misma que la del anuncio y en la segunda semana del mes) y la fecha de fin del mismo (preferiblemente a finales de cada mes).

3. La temática será libre pudiendo ser de cualquiera de los muchos campos dentro de la biología: evolución, botánica, zoología, microbiología, bioquímica, genética, etc. Sin embargo, el anfitrión puede proponer un tema concreto sobre el que los participantes pueden escribir, dibujar, cantar, o lo que tengan pensado.

4. Cada entrada (post) publicado deberá indicar que participa en la n-Edición del Carnaval de Biología citando y enlazando al blog organizador. Tenéis dos posibles formas de avisar, directamente al blog anfitrión o al twitter del carnaval @biocarnaval.

5. Cada organizador puede ir mejorando e innovando con nuevas propuestas y apuestas. Todo debe funcionar solo.

Pues bien, como he dicho, las fechas de participación para esta sexta edición serán entre el 3 y el 31 de octubre de 2011. Para participar recordad que tenéis que avisarme a mí (por correo electrónico, twitter o dejando un comentario en este post) o a la cuenta de twitter de @biocarnaval.

Aunque, como ha quedado claro, la temática de las entradas es libre, mi sugerencia (sólo es una sugerencia) es la siguiente:

¡No puedo creer que no sea…!

Me explico: en la ciencia, por suerte o por desgracia, el conocimiento es con frecuencia muy poco intuitivo o contrario a lo que nuestros prejuicios e incluso nuestros sentidos parecen dictarnos: desde el lápiz que parece quebrado cuando lo metemos en un vaso de agua debido a la refracción de la luz a la mosca que imita los colores de una avispa para no ser molestada. Cada vez que el conocimiento científico nos saca de una de estas ideas preconcebidas erróneas y nos hace entender el porqué, se produce una refrescante revolución mental que puede ir desde un «qué curioso» hasta una verdadera sacudida de la comunidad científica internacional.

Os propongo que escojáis vuestros momentos «no puedo creer que no sea…» favoritos y los contéis para el carnaval: desde descubrimientos históricos y cambios de paradigma a pequeñas curiosidades cotidianas de las que hay tantísimas en biología en las que las apariencias engañan y nada es lo que parece. Para el título podéis completar los puntos suspensivos: ¡No puedo creer que no sea un hueso de pollo!, ¡No puedo creer que no sea una hoja seca!, ¡No puedo creer que no sea una fosforilasa! ¡No puedo creer que no sea una creación divina! (etc).

Ánimo a todos, esperamos vuestras contribuciones.

Listado provisional de entradas

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Ediciones anteriores del Carnaval de Biología

I edición (febrero de 2011): MicroGaia

II edición (marzo de 2011): La muerte de un ácaro

III edición (abril 2011): El Pakozoico

IV edición (mayo 2011): BioUnalm

V edición (junio 2011): Feelsynapsis

1ª edición del Biocarnaval de verano (julio y agosto de 2011), coordinado por Marimarus blog y ¡Jindetrés sal!