Escultismo, banderas y cintas de video (basado en una historia real)

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Amigos y criaturas del blogoplancton:

Hoy voy a hablaros de uno de los capítulos más psicodélicos y surrealistas de mi vida: el mes que estuve trabajando como pinche de cocina en un campamento ejcáut (en adelante, scout).

Lo primero de todo, y que quede bien claro: yo nunca, insisto, nunca he sido scout. Si mi opinión antes del trabajo sobre un grupo infantil paramilitar ya era un poco negativa, cuando se acabó aquella corta temporada echaba pestes, aunque se debía principalmente a lo quemado que acabé, como contaré en breve. Y vale, podéis contarme todos vuestras experiencias con los scouts supermolonas y tal que no tienen nada que ver con lo que yo vi con estos ojos que se comerán los gusanos, vale, genial. Esta es una opinión personal, si no gusta, lo siento. No pretendo generalizar.

¿Y cómo acabé yo trabajando allí? pues porque un buen amigo mío consiguió el trabajo de cocinero gracias a su novia (también buena amiga mía) y me informó de que se necesitaban tres pinches. No es que fuese un gran trabajo económicamente hablando, pero la idea de pasar un mes en las montañas de Zamora acampado en mitad del monte me gustaba. En mi fértil imaginación yo me veía cocinando en el país de las golosinas y en mi tiempo libre triscando por el campo observando aves, identificando florecillas y cazando insectos, lo que hubiese sido un salario más que suficiente. Por tanto accedí. Según mi (inexistente) contrato mi trabajo consistiría en ayudar al cocinero en la preparación del desayuno, comida, merienda y cena del centenar de niños del campamento y colaborar en el fregoteo pertinente del material de cocina. A todo esto hay que añadir un detalle fundamental: a mí no me gustan nada los niños. Vale, individualmente y para un ratito hay niños muy majetes, pero así, en masa y durante periodos prolongado me dan bastante alergia, pero aún así, la promesa de la vida campestre me compensaba, así que, a primeros de julio, allí estaba yo en el autobús con 100 niños berreantes dirección la comarca de Sanabria.

El entorno del campamento era muy bonito, entre avellanedas, melojos y brezales, en un pequeño valle. Una cosa que me gustó de cómo se montó todo es que el impacto natural fue escaso para la cantidad de gente que éramos: no había ni una sola pared, todo estaba hecho con tronquitos y maderas y algunas tiendas de estas grandes para efectos de almacenaje y demás. A los críos los tenían en canadienses grandes agrupados en función de su edad y los monitores y demás personal (intendencia y cocina) estábamos agrupados en otro sitio. Fue la prueba de fuego de mi nuevo iglú. Las letrinas eran unos hoyos en el suelo y las aguas grises iban a otras fosas distintas de forma que al acabarse todo se tapó y, bueno, el impacto la verdad es que era mínimo (que yo casi me temía que se fueran a lavar la ropa al río o algo así). Toda el agua se subía desde el río con una bomba y se usaba para las duchas, la cocina, los fregaderos, todo muy pedestre y campero. En ese sentido, todo estupendo.

Las cosas raras empiezan cuando ves en directo de qué va todo aquello. A primera hora de la mañana los ponen a todos a correr perfectamente «uniformados» alrededor de un mástil enorme en el centro de una explanada plantado ex-profeso para portar la bandera española, la de la CAM y la de los scouts (una flor de lis con un nudo). A toque de pito forman, se ponen tiesos y empiezan a repetir consignas en plan militar pero con nombres de animales forestales. Ver a un chavalín de 8 años en pantalón corto haciendo eso a mí me da pena. Ver a un tío de 16 haciendo lo mismo me da mucha más pena y ver a un ciudadano adulto de 20 con los mismos pantaloncitos… bueno, mejor me callo.

No sé muy bien en qué consistía exactamente la vida para los niños allí. Yo sólo los veía a la hora de comer y fregar y cuando formaban en la explanada dos o tres veces al día, que era cuando estaban cerca de la «cocina» (una mesa de troncos y una tabla y unos quemadores tapados por un techo de palos).

Recuerdo de forma vívida la primera mañana, cuando tocó hacer el desayuno. Calentar una cacerola con unos 40 litros de leche es interesante, y lo es aún más descubrir demasiado tarde que el saco de colacao se ha llenado de hormigas durante la noche. Es de esas experiencias que no se olvidan. Mejor no cuento cómo acabó este capítulo, pero ningún niño le puso pegas al colacao.

El trabajo, la verdad, era bastante desagradecido. Pronto descubrí que ayudar en las cuatro comidas diarias y colaborar en el fregoteo no dejaba tiempo para triscar por Arcadia. Cocinar para 100 personas no es moco de pavo, y ver cómo sistemáticamente los comensales se quejan porque no les gusta tu comida no ayuda mucho. Después de cada comida se suponía que fregaban distintas patrullas de chavales y yo estaba allí un poco para ayudar porque el que los controlaba era el monitor de turno. Poco tardé en descubrir que al que le tocaba controlar a la chiquillería sería a mí mismo porque lo que eran los monitores (de media de edad 19 años) controlar, controlaban más bien poco. Así que ahí me teníais a mí, perpetuo odiador de niños, gritándoles que dejaran de tocar los cuchillos con punta mientras jugaban a mojarse con la manguera sin parar de gritar. Y así un día, y otro, y otro…

Claro que yo también tenía mis momentos de venganza. Gustosamente me presentaba voluntario para servir la comida. ¿No era una mili para niños? Pues yo soy el que sirve el rancho. Imaginadme con mi delantal, mi gorrito sanitario (estaríamos en mitad del campo, pero la higiene era lo primero) con la olla llena de puré de patatas y el cucharón, y delante de mí, una fila de niños negros de tierra hasta las orejas por estar revolcándose todo el día, con su plato y su cubierto en plan postguerra, pero con niños pijos.

Niño- ¡A mí es que no me gusta el puré de patata!
Rafa- Pues te aguantas y te lo comes- Le hecho un cargadísimo cucharón con violencia, como si en el gesto de descargar el cucharón con desgana transmitieran que es aún más asqueroso de lo que debiera parecerle– Hale, ¡el siguiente!
Niña- ¡A mí superpoquito, a mí superpoquito!
Rafa (con falsísimo tono cariñoso)– No maja, tienes que comer puré de patata para ponerte muy grande y muy fuerte –otro cargado cucharón de (por otra parte delicioso) puré de patata– venga y un poquito más –otro cucharón, ignorando las quejas– ¡siguiente!

O cuando llegaba la hora de la merienda (distintos tipos de bocatas) cuando tooooodos los niños exigían que se les diera pan «sin pico», y claro, como estadísticamente el 50% de los bocadillos tenían pico (cada barra daba lugar a 4 bocadillos), siempre había un 50% de niños descontentos. Mentiría vilmente si no admitiera que los bocadillos no se repartían precisamente de forma aleatoria.

Y es que estos niños, no sé si por estar especialmente mimados, eran «supermelindrosos, osea» con la comida. Mira que cocinar para tanta gente tenía su dificultad, y a pesar de todo mi amigo (el cocinero) se lo curraba mogollón para tener una dieta variada. Daba igual que nos tomáramos la molestia de hacer unas lentejas en condiciones (que entraban solas después de comer precocinados y salchichas en lata durante días), ellos se quejaban igual que con el puré de patata.

Yo sé que me pasé mucho con los críos, pero bueno, soy consciente de que los niños son niños y tampoco hay que escandalizarse mucho porque no quieran ensalada. Se les pone doble ración y andando. El problema surge cuando ves que los monitores, que en su mayoría también eran bastante pijines y malcriados, resultaban ser en general mucho peor que los niños (con honradísimas excepciones, que quede claro). Cuando te dejas la espalda para hacer cien raciones de ensalada muy variada y perfectamente aliñada en mitad del campo, a decenas de kilómetros de agua corriente o de un microondas y debajo de un techo de palos y cien niños en fila te dicen todo el gradiente de frases que van desde «no quiero» hasta «menuda porquería de ensalada» te pones de mal humor. Cuando, en esas circunstancias, una «monitora» (responsable de la «educación» de los niños scouts) pone cara de asco porque la lechuga tiene un bicho el mal humor es sustituido por un curioso estado de insensibilidad próximo al nirvana (ganas de matar aumentandoooo, que diría Homer).

Mi convivencia con los monitores era de lo más curiosa. Ahí teníamos a un chaval de 18 años residente en un chalet en Aravaca comentando en voz alta su opinión sobre las noticias de inmigración de «La Razón» mientras se secaba el sudor con una camiseta de las nuevas generaciones del PP que llevaba con orgullo día sí-día también y a mí mismo, fregando los cacharros con la gorra del partido comunista soviético que un familiar me trajo de la U.R.S.S. en 1988 y que guardo como una reliquia. Y ni crispación ni nada. Al menos hasta que llegó el episodio de las banderas.

Sucedió durante los días tranquilos del campamento, en los que muchos de los niños estaban de marcha dánsose tripazos por el monte. Nosotros les seguíamos haciendo la comida como siempre y el intendente se la llevaba en la furgoneta allá donde estuviesen, así que para nosotros los pinches y el cocinero la única diferencia era que reinaba el silencio. Aquella mañana, sin embargo, algo cambió: las banderas del mástil habían desaparecido. Este hecho fue considerado inmediatamente como un gravísimo agravio por todos los monitores ¡qué digo un agravio! como una ofensa profundísima y un deshonor que les cegó por completo.

Simultánea aunque independientemente ocurrió un desgraciado accidente: la bomba que subía agua del río se estropeó. Para apreciar la gravedad de esa circunstancia recordemos que ese agua era lo que mantenía activo el campamento: sin agua no se puede beber, no se puede cocinar y no se puede fregar. En un campamento ejcáut, amigos míos, como en la biosfera, el agua es la vida. A pesar de la crisis el cocinero y su equipo mantuvimos la sangre fría: aún quedaban unos litros en el depósito de los que ir tirando. Procurando que no cundiera el pánico informamos de la situación con estoicismo y entereza al intendente, que nos escuchó con la mirada en el infinito, como ido, asintió sabiamente, sopesó la situación, se montó en la furgoneta, y… se fue a denunciar la desaparición de las banderas.

¡¡¡ACOJONANTE!!! El campamento sin agua, la comida y la bebida de 100 personas comprometida por una avería de gravedad desconocida y el responsable de todo se va a denunciar que han desaparecido unas banderas. Amigos del blogoplancton: ese día aprendí mucho, muchísimo sobre la humanidad. Como dice la cita del blog de Kike: «La tontería es infinitamente más fascinante que la inteligencia. La inteligencia tiene sus límites. La tontería no«. Pues eso, fascinado me quedé yo.

Como en el fondo éramos buenas personas, en lugar de acaparar el agua que quedaba para asegurar nuestra supervivencia y mirar con indiferencia cómo el sol del mediodía resecaba los restos de comida de los cacharros sin fregar mientras se acercaba la hora de la cena lenta pero inexorablemente, al final bajamos al río con las ollas y subimos con nuestros riñones el agua necesaria para cumplir nuestra obligación. Esfuerzo nunca reconocido ni con unas baratas palmaditas en la espalda, por cierto.

Milagrosamente, las banderas se recuperaron dos días después (unos gamberros del pueblo de al lado hacia los que sentí inmediata simpatía las devolvieron con las misma nocturnidad con la que las robaron, supuestamente porque en los pueblos todo se sabe y cuando la se mete en el ajo la Guardia Civil, el tema de las banderas deja de ser baladí). Y la bomba también se arregló, al día siguiente, eso sí, y sólo después de haberse denunciado el robo de las banderas en el cuartelillo y de que hubiésemos subido a pulso algunos cientos de litros de agua.

Esta situación acabó estallando. Una de las noches en las que se hacía una especie de asamblea tomé la palabra en el turno de ruegos y preguntas (mmm, cuánta ilusión me hacía hacer eso) y expuse las quejas laborales de los pinches a nuestra patronal, que se quedó con la boca abierta (¡traidores obreros desagradecidos!). La situación cambió lo suficiente como para que se tomaran más en serio la disciplina de los niños a la hora de fregar y que no nos cayese todo el muerto a nosotros. A partir de entonces sí que tuve tiempo para hacerme paseítos por el campo con mi gorra del CCCP y hasta me permití el lujo de bajarles unas flores de lis de las montañas para que las vieran en algún otro sitio que no fuese sólo su amada bandera. El sindicato funcionó. La jefa del campamento no volvió a mirarme a la cara. Así es la vida.

Recuerdo el último día. El jolgorio generalizado, la tala del mástil de las banderas de las narices y todo eso. Una larga noche. Me acuerdo también de la última mañana. Salgo de la tienda, está amaneciendo, veo a otro de mis compañeros pinches salir de la suya. Nos miramos. Brillos en las pupilas. Película de campos de concentración, cuando llegan los yanquis al final. Nos gritamos nuestros nombres y corremos a abrazarnos entre risas… ¡¡¡Nos vamos a casa!!!

Dedicado a M.S. y a B.L., que fueron lo mejor de aquel mes.

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22 comentarios en “Escultismo, banderas y cintas de video (basado en una historia real)

  1. Pedazo de historia. Eres un cuentacuentos maravilloso (no se si cuentacuentos tiene connotaciones negativas, pero en este caso no va con ellas). Un Heroe :D

    El episodio de la camiseta y la gorra, lo mejor xD. Y de la frase del colega Kike, suprema :D
    Saludos!

  2. Nosotros estamos disfrutando lo que los nietos de Rafa disfrutarán en un futuro. :D

    Yo no estuve en los ejcáut pero sí que estaba en una asociación juvenil y nos íbamos de acampada y senderismo siempre que podíamos. Eso sí, todo mucho más distentido. La hora de la comida era clavaita a como tú la describes… xDD Allí las ollas les tocaba fregarlas a los castigados. :P

    Lo recuerdo como una de las experiencias más gratas de mi infancia/adolescencia. :)

    Un saludo!

  3. Que bonito, pero que pena que fuese tanto marron.

    Que paso con las hormigas en el colacao?
    Aviso que se nota mas el olor a insecticida que las antenas y patas de hormiga. Ademas, como los grumito camuflan, espero que no hubiene inventado todavia el ColaCao Turbo.

    No te preocupes a todos nos puede pasar. A un compañero le «toco» una drosophila en un paquete de patatas fritas sacadas de la maquina.

    Yo estuve 2 dias de campamento, en una isla (a que suena guay :). Ademas, que se llamaba la isla de los conejos, que no se si suena pelicula pirata o una guarrilla.
    Es curioso que sea la isla mas grande del Pais Vasco estando en Alava.

    Alli habia bastante fauna. Un cervatillo venia al comedor a la hora de comer, habia conejos (obviamente), vi un lagarto verde, y sapitos varios.
    Esta en medio de un embalse y accediamos a ella con una barquita.

  4. Lo mejor es poder contarlo. Acabé muy quemado, pero desde la distancia es tan divertido… que tengo que contarlo.

    Sobre las hormigas del colacao sólo diré una palabra: «colador»

  5. buah chaval increible. jajaja.

    yo tengo muchas experiencias en campamentos, no como cocinero ni monitor, si no como niño porculero. Yo no soy rico ni pijo ni me pongo tonto con la comida, pero sé exactamente lo que dices de 300 niños jodiendo cada rato.

    Hasta yo mismo acababa harto de tanto niño estupido.

    Me parto con tus historias macho… XD

  6. El asunto no es que fueran ejcáus, sino que, por lo que cuentas, eran de un barrio pijo. ¿De qué barrio eran? No dices tampoco de qué organización eran. Eso es importante.
    Yo he sido monitor «ejcaus» de esos y allí, ni uniforme ni historias militares. Vamos, mucho más distendido… Y además, eso de contratar pinche de cocina… joder, debían estar forrados. Nosotros teníamos que rogarles a gentes voluntarias que vinieran, en turnos de varios dias, a ayudarnos… y a veces ni por esas: los propios monitores cocinábamos y hacíamos de todo.
    Lo dicho, lo importante no es que fueran ejcaus, es que eran unos pijos de mucho cuidado…

  7. ¿Osaste darles a los pobres niños colacao al extracto de hormiga? Bueno, yo tengo un dicho: «Pa donde va a terminar, todo es carbono». Supongo que si no te denunciaron, tan grave no fue.

  8. Ay, a mí esto me trae muchos recuerdos…
    Yo también tengo un pasado de cocinera-campamentil (si quieres hacemos terapia de grupo). Tienes razón en que es un trabajo duro y desagradecido, encima yo no cobraba y tenía un pinche que no ayudaba mucho… Toda una experiencia lo de hacer una paella para 70 personas o levantarse a las 7 para poner a cocer un perolón de garbanzos. Pero lo que peor llevaba era que los niños se me colaran en la cocina por la tarde, especialmente cuando tocaba fritanga de congelados: ellos, que se acababan de duchar y que se paseaban por el campamento en bikini/bañador, se colocaban a medio metro de las sartenes llenas de aceite hirviendo para preguntarme que qué había de cena. Yo me ponía de los nervios, claro.
    En cuanto a que los niños sean melindrosos, confirmo que es un mal extendido. Los de mi campamento no eran pijos, pero igualmente le hacían ascos a todo (menos a los bocatas de nocilla de la merienda).

  9. Bueno, creo que no tengo que insistir en que no estoy generalizando sobre todos los ejcáuts, pero estos, además de pijos, pues eran ejcáuts, qué le vamos a hacer, si no lo hubiesen sido el capítulo de las banderitas (jugoso y bizarro a más no poder) no habría sido posible (y reconozco que aunque sólo sea para contarlo mereció la pena).
    Me tenéis que comprender, yo acabé muy quemado de aquello y a la vuelta ni me digné a ir a la cena que montaron y a la que el personal de cocina estaba invitado (para una vez que no había que cocinar…).

    De aquellos días hay muchos chascarrillos. Como las raciones de arroz blanco que se preparaban para los enfermos y que aumentaban de número progresivamente según pasaba el tiempo. Otro pinche cayó malito también y le tocó comer arroz. «A mí házmelo sueltecito, que me gusta más» me decía mientras yo sudaba la gota gorda empanando pescado congelado. Me meaba de la risa «sí sí, a ti sueltecito, no te preocupes».

  10. Madre mía, qué historia más guapa, lo que me he divertido leyéndola. A mí vivir ese tipo de situaciones me habría vuelto loco y la sangre habría llegado al río… pufff qué mala leche entra ante tanto pijerío, ¿eh?

  11. Me parto…Mira que ya me habías contado esta historia, pero revivirla ha sido un lujo. ¡Es verdad lo de que eres un cuentacuentos buenísimo!

  12. Hola,

    He creado mi Blog ‘La Carpa Indiscreta’ en http://lacarpaindiscreta.blogspot.com

    Este espacio en la web está destinado a mostrar ese ángulo de la coyuntura scout que no vemos o que no queremos ver. Desde esta perspectiva, la Carpa Indiscreta se torna en un elemento perturbador y rebelde si se quiere, cuya misión es crear conciencia en los visitantes y motivarla a responder activamente a su entorno.

  13. Si te digo la verdad no creo que este sea un lugar muy adecuado para que anuncies esa coyuntura de la que hablas pero… be my guest, Kike. ;-)

  14. Que tal Rafa, te dire que llevo 18 años siendo Scout, y cada campamento es una verdadera aventura, y en todo ese tiempo me ha tocado trabajar de monitora de toda clase de chiquillos desde los muy aniñados que no comen ni hacen nada hasta los verdaderos scouts que trabajan por los demas y comen lo que se les da dando gracias al creador por todo y por lo tanto hay de todo en este mundo
    saludos
    siempre lista para ervir

  15. Ahora entiendo porque mi madre no quería mandarnos de colonias y ponía esa cara cuando veía a los boy scouts…Me he reído un buen rato con tu historia y comparto al cien por cien la opinión sobre la tontería de tu amigo, lo peor es que si no tienes cuidado te acabas contagiando.

  16. He vuelto a releer esta entrada, muy recomendable. ¿porque gustaran tanto las anecdotas?

    Que edad tenias?
    Que hubieses hecho diferente despues de ver como fue la experiencia?

    Un comportamiento muy extendido yo creo que es el exceso de paciencia. Esperar a ver si las cosas cambian y pedir la cosas con buenos modales sin todavia ponerse uno serio. Sobre todo en situaciones que un aprende a ver que no tiene visos de cambiar si uno no se pone serio.

    Yo creo que en parte es uno de los comportatamientos en el que nos educan, en mi opinion, no se si equivocadamente, pero si poco eficaces.

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