El sesgo linneano


Reflexión tonta del día: en este bloj hemos hablado en múltiples ocasiones de la nomenclatura biológica, es decir, la manera que tenemos los biólogos de nombrar a los organismos conforme a una serie de reglas y estableciendo unas categorías jerárquicas. Me gusta incidir en que la verdadera relevancia de la nomenclatura está en su universalidad para que los biólogos nos entendamos, pero no en que el sistema sea en sí mismo el mejor posible. Al igual que cuando hablamos, al usar esta nomenclatura asumimos un funcionamiento análogo al del signo lingüístico, con su significante (conjunto de fonemas) y su significado, o sea, el concepto que los fonemas designan. Los significantes son normalmente arbitrarios y su valor está en que sean universalmente reconocidos. De igual manera, los nombres científicos en sí mismos son sólo etiquetas, significantes, cuyo valor reside en el consenso. Si usamos el binomio Homo sapiens para designar a la especie humana, poco nos importa que muy a menudo haya gente que no merezca ser considerada muy inteligente, al igual que tampoco es relevante que Quercus canariensis, en realidad, no viva en el archipiélago canario, siempre y cuando todos sepamos a qué nos estamos refiriendo. Mucha gente confunde la arbitrariedad consensuada de la nomenclatura con cuestiones realmente taxonómicas (de clasificación y delimitación de tipos de organismos y sus jerarquías; que debe ser conforme a la filogenia). Por eso hay que recordar constantemente que la nomenclatura es simplemente una disciplina que pone etiquetas, nombres, significantes vacíos en sí mismos, de acuerdo a unas reglas precisas (aunque no exentas de su problemática propia, que se las trae, por cierto).

Por supuesto, el hecho de que los nombres científicos de los organismos sean meras etiquetas no es en absoluto impedimento para que puedan resultar muy interesantes y que seamos capaces de sacar de ellos información curiosa. Hoy me apetece hablar de un fenómeno que me llama la atención y que podréis descubrir en muchos grupos de plantas y animales. Me refiero a cómo a menudo, determinados linajes muy diversos de organismos han comenzado a conocerse desde la excepción, y cómo eso ha quedado fijado en la nomenclatura. Voy a poner algunos ejemplos.

Los romanos usaban la palabra «ficus» para designar a la higuera (de ahí viene la palabra «higo»). En la actualidad llamamos Ficus carica a esta especie de árbol, pero no es la única. Dentro de su género hay más de 850 especies, la mayor parte de ellas tropicales, y muy diferentes a la higuera. La higuera, de alguna forma, es uno de los «Ficus» más raros y excepcionales que hay: es extratropical y originario de Oriente Medio, tiene hoja caduca y en su forma silvestre apenas se levantaba más de unos pocos metros del suelo. La higuera es, desde luego, la antítesis de un «Ficus» representativo, y sin embargo, todos reciben ese nombre genérico por ella.

Sicono de un Ficus en Ranomafana
Sicono de un Ficus tropical. No tan apetitosos como nuestros higos

Otro ejemplo son los camaleones. Reciben, igualmente, un nombre antiguo, pero que originalmente había hecho referencia a una única especie: la que hoy llamamos Chamaeleo chamaeleon, nuestro camaleón común, presente en el norte de África, Oriente Medio y algunos puntos selectos de la Europa Mediterránea. La mayoría de las aproximadamente 160 especies de camaleones que existen viven en el África subsahariana y Madagascar. Si quisiéramos buscar un representante característico de este grupo de reptiles, lo último que haríamos es escoger la especie más norteña, en nada representativa, y sin embargo es ella la que nombra a toda la familia: la de los camaleónidos.

Calumma oshaughnessyi 

Bradypodion sp. 

Arriba, nuestro humilde camaleón (Chamaeleo chamaeleon), una rareza de su estirpe. Abajo, otros ejemplos de África meridional y Madagascar (géneros Calumma, Furcifer, Bradypodion y Trioceros)

Algo parecido pasa con los martines pescadores (suborden alcedinos), un grupo de unas 90 especies de aves inconfundibles por su forma y sus costumbres. La primera especie nombrada «oficialmente» fue Alcedo atthis, el martín pescador que nos resulta familiar a los europeos, pues es el único que vive en nuestra geografía. Sin embargo, en el contexto de su grupo familiar, quizá resulte una especie anodina y algo descafeinada. Lo mismo no estais de acuerdo, pues el martín pescador es una de las aves más bonitas de nuestra fauna, pero es que algunos de sus primos cercanos son realmente espectaculares.

 

Martines pescadores «exóticos». El martín pescador enano oriental (Ceyx erithaca), común en el sudeste asiático, y el martín pescador gigante (Megaceryle maxima), extendidísimo por casi todo el continente africano.

Enésimo ejemplo: el de las ranas arborícolas (familia de los hýlidos), pequeños anfibios con característicos dedos acabados en ventosillas adhesivas. Se trata de una familia realmente multitudinaria ¡casi 900 especies! y están especialmente diversificadas en las Américas. Sin embargo, la especie que les da nombre… ¿Lo habéis adivinado? Sí, es una de las pocas presente en el continente europeo: la ranita de San Antón o Hyla arborea.

Hyla arborea 

Nuestra humilde ranita de San Antón (Hyla arborea) junto a la inconfundible rana arborícola de ojos rojos (Agalychnis callidryas)

A estas alturas ya os habréis dado cuenta de por dónde voy. La nomenclatura nos está dando pistas de dónde comenzó geográficamente el trabajo de nombrar científica y sistemáticamente a los organismos, y por lo tanto, cuáles resultaban más comunes a las primeras personas que se dedicaron a esta labor, pese a que esa familiaridad nada tuviese que ver con la representatividad de grupos que a veces sólo estaban presentes en Europa de chiripa. Hay literalmente cientos de ejemplos parecidos, estos son sólo unos pocos, pero os animo a hacer vuestras propias aportaciones en los comentarios.

¿Podemos afinar más? Pues sí. El estornino pinto recibe el epíteto de «vulgar» (Sturnus vulgaris) por ser el más común en el norte de Europa, frente, por ejemplo, al estornino negro (Sturnus unicolor) que es el que habría considerado realmente «vulgar» un español o un portugués. De forma análoga, el «enebro común» (Juniperus communis) es realmente el «común» en la Europa eurosiberiana, pero no tanto en la mediterránea, donde hay otros enebros distintos. El pino silvestre (Pinus sylvestris) no es menos «silvestre» que los demás, pero sí que es el único que vive de forma natural en Escandinavia…

Lógicamente, el responsable de nombrar todos estos ejemplos, allá por el siglo XVIII, fue el propio Linneo. Como sueco y como europeo, empezó a nombrar animales y plantas que le resultaban familiares, sin que existiese aún una perspectiva global de qué lugar ocupaban las especies europeas en el vasto conjunto de la diversidad global, y a veces esa posición era muy excéntrica. No puedo asegurarlo con rotundidad, pero sospecho que este patrón tan curioso ha impregnado la nomenclatura tal forma que sería detectable para un observador atento y objetivo. Digamos, para un biólogo extraterrestre postapocalíptico que tuviese acceso a nuestras bases de datos. Este observador hipotético podría darse cuenta de que la nomenclatura comenzó en Europa por la frecuencia de este tipo de sesgos y ya, si nos ponemos estupendos, que su epicentro estaba en Uppsala. Sería una conclusión quizá desconcertante: ¿Cómo es posible que una labor tan titánica tuviese su semilla en un área tan relativamente pobre en diversidad? ¡Ay! ¡Qué importante es la constricción histórica! Este patrón habría sido totalmente incomprensibe sin conocer la figura de Linneo.

Lo dicho: en el fondo esto es simplemente una curiosidad. Es irrelevante para nuestro conocimiento de los seres vivos qué conjunto de letras usemos para designar a los organismos… pero en el fondo dice mucho sobre nosotros mismos y nuestra historia. En el caso de este «sesgo linneano», lo que ha permanecido «fosilizado» es el eurocentrismo de la nomenclatura biológica.

Este post participa en el XI Carnaval de Biología, que este mes hospeda Gerardo en Ciencia y alguna otra cosa.

 

8 comentarios en “El sesgo linneano

  1. Con L de Linneo, con B de biólogo extratrerrestre postapocalíptico, con C de curioso copépodo. Aclaraciones no tan claras para todos a golpe de risas.

  2. Hola Copépodo.
    Ante tu pregunta: ¿Cómo es posible que una labor tan titánica tuviese su semilla en un área tan relativamente pobre en diversidad?
    Pues probáblemente esa y no otra sea la razón,de que el sistema binomial se le ocurriese al señor Lineo, la reducción a una idea abstracta de su sistema de clasificación, sospecho que debe ser mas sencilla en Laponia, que si no me equivoco es donde se le ocurrió, que en Costa Rica por poner un ejemplo, por un simple asunto numérico relacionado con el escaso número de especies frente al imenso número de otros lugares.
    Saludos

  3. Fascinante como dos palabras aportan tanta informacion, no solo sobre la especie, sino sobre su contexto historico.
    Y así las expediciones de los naturalistas galacticos fueron nombradas ‘Darwin’ para las no incursivas, ‘Wallace’ para las incursivas y «Linneo» para las misiones no tripuladas de catalogacion, con un software de inteligencia artificial que analiza morfologicamente las formas de vida y le dota de un nombre binomial

  4. Gracias a vosotros por comentar.

    Fernando: bueno, no estoy seguro de que el lugar tuviese algo que ver, quizá podríamos haber hecho cualquier justificación a posteriori dando igual en qué país hubiese nacido, pero claro, la mayoría de los científicos relevantes de la época eran europeos…

    Xema: ¡estoy deseando de ver el nuevo proyecto!

  5. Tu artículo ha sido añadido a la lista de los biocarnavales.

    La verdad es que el tema de los nombres científicos trae tela. Si encima nos ponemos a hablar de sinonimias e historias por el estilo, apaga y vámonos.

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