Los desheredados de Foster Drive y otras historias autobuseras


Hoy toca un poco de costumbrismo. ¿De qué sirve esto de venirse al extranjero si uno no puede demostrar su provincianismo asombrándose del abismo cultural atlántico? ¿eh, eh, eh? Como luego me dicen Eulez y Morti que sólo digo cosas buenas de Estados Unidos, hoy vamos a cachondearnos un poco de cómo me va con la movilidad en la «esquina tranquila de Connecticut».

No os digo nada nuevo si empiezo recordando que Estados Unidos es mayormente un país pensado para los coches. Cuando me decidí a venirme no quería añadir a todos los gastos que supone empezar una nueva etapa en otro país el hecho de hacerme con un coche. Me hace mucha gracia que cuando dices esto todos los españoles te dicen, «no, si en Estados Unidos el mercado de segunda mano es muy dinámico y por poco diner»UNA MIERDA pinchada en un palo. Que sí, que por 3000 dólares tendrás un coche de segunda mano, pero ¿qué pasa, que vosotros podeis sacar de debajo de una piedra 3000 dólares como si nada? Yo, después de seis meses en el paro y un viaje a Etiopía (mucha mejor inversión que una chatarra con ruedas) no, desde luego. Y menos después de pagar la fianza de un apartamento (totalmente vacío, claro) y todos los gastos iniciales que no son moco de pavo. Además, os informo que para comprar un coche aquí para empezar tienes que sacarte el carnet de conducir del estado, y para ello a su vez tienes que tener un número de la seguridad social, que es un trámite que lleva su tempo… vamos, que por mucho que te lo propongas, no puedes tener un coche el día que llegas. Como mucho puedes alquilarlo, y ya os digo yo por experiencias anteriores en mis estancias que esta opción es una auténtica ruina.

Hasta tal punto le cogí manía al coche en mis visitas previas (se comió él solito toda la ayuda extra que me daba la beca, que por aquel entonces sí se daban a tiempo) que tenía claro que no quería saber nada de él por este y por otros motivos. Es por esto que elegí sabiamente mi ubicación (ventajas de conocerse el terreno previamente) en el único pueblo que tiene línea de autobús con el campus. Que conste que mucha gente me ha ofrecido, y a veces he aceptado, llevarme a sitios y tal, pero por lo general mi cabezonería y mis ansias de autonomía, me han llevado a que me busque la vida sin que nadie me saque las castañas del fuego en la mayoría de las ocasiones. Y además hay un servicio de alquiler por demanda que no funciona mal para recados ineludibles. Sigo contento con esta decisión: ni tengo coche ni creo que lo vaya a tener, al menos en un tiempo, pero hay que asumir las consecuencias: para empezar las caras de asombro y desconcierto que me devuelven cuando lo confieso y para terminar la sensación de depender de ese cordón umbilical motorizado. La parte buena es que da para muchas observaciones de campo interesantes.

La línea que uso es un medio de transporte marginal, en el sentido de que sólo una minoría de la gente lo usa, y en una semana ya te conoces las caras de todo el mundo. Físicamente viene a ser un autobús normal, pero en el que el conductor es amable y maravilloso hasta la náusea. Te saluda, te da los buenos días, se espera a que te sientes antes de arrancar, soluciona cualquier duda que tengas sobre horarios o paradas, te desea que tengas un buen día cuando te bajas, o se despide de ti hasta el día siguiente cuando te deja en tu parada por la noche. A veces me han llegado a acercar a mi destino incluso después de haber acabado el turno. Muy del mundo de la gominola, todo.

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No es que le pongan una sonrisita al autobús gratuitamente, ¡Es que parece que el conductor va puesto de éxtasis!

Sin embargo, se da un curioso sesgo en la biota interna del autobús. Si te das un paseo por el campus, te verás rodeado de «la crème de la crème» universitaria: chicos y chicas blanquitos, altos, guapos, jóvenes, físicamente agraciados, como salidos de un anuncio de colonia o de esas páginas porn Sin embargo, si se toma el autobús de vuelta a Willimantic enseguida nos damos cuenta de una dinámica interesante. Los chiquillería delta-pi-épsilon se ha esfumado, no hay representantes de esa especie. No espera, está el chico ese rubio con monopatín, ese sí coge el autobús, y quizá algún otro. Sin embargo son los primeros en bajarse, porque lo hacen en un edificio residencial algo alejado, pero aún en el entorno del campus. Los demás recorremos los 12 km atravesando un bonito bosque mixto hasta el pueblo. En el centro comercial se baja normalmente una señora que creo que trabaja en una cafetería, y quizá algunas chicas que se acercan a comprar algo.

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Algo que no me esperaba de Estados Unidos y que resultó revelador allá por 2008: ciertos clichés de la vida universitaria parecen ser totalmente ciertos. Un submundo (o mejor dicho, un paramundo) de gente «wapa» maravillosa forjado a base de complementos dietéticos, depilación láser y ensaladas Florette se materializa en el campus universitario. La verdadera revelación es que cierta publicidad y cierto cine no es que estuviese encaminado a inventar una utopía estética, sino a que lo conseguido a base de una ¿inadvertida? ingeniería social forjada a golpe de capitalismo se sintiese identificado. Nota: estos chicos no cogen el autobús.

Llegamos a la primera parada del pueblo: la colonia de Foster Drive. La mayoría de la gente se baja aquí. Se trata de un conjunto de apartamentos tipo colonia Dharma en las afueras del pueblo habitado sobre todo por estudiantes de doctorado y postdoc, curiosamente con una gran mayoría de asiáticos (indios y chinos especialmente). Yo mismo estuve considerando alquilar aquí, no debe ser mal sitio, pero preferí tener una experiencia más castiza del Willimantic real (conocido por sus ranas y por haber sido la capital de la heroína en los años 60) y mudarme cerca del dauntáun. No sé cómo habría sido mi vida de haberme quedado en esta idílica burbuja universitaria asiática: molona pero no tan cool como para atraer a la chavalería A&F; con piscina y lavandería integrada pero lejos de la cooperativa alimentaria y el supermercado, ¡la vida está llena de compromisos y treidofs! Hasta tal punto parece que la línea de autobús estuviese pensada para unir esta colonia con el campus, que a veces el autobús se queda aquí y no continúa hasta el dauntáun, motivo de más para estar atento al horario, o disponer de las ganas para hacer el recorrido a pie (apenas un kilometrillo, pero por aceras ruinosas y descuidadas, que realmente nadie parece usar). Cuando el autobús sí que continúa hasta el centro, los que quedamos, los desheredados de Foster Drive, somos todos o negros o portorriqueños o invertebrados. Este es el trayecto más interesante. Cierto que le falta la algarabía que aportan los fosteritas, pero es cuando más cosas interesantes me han pasado.

Episodio 1: regalo de bienvenida

A los pocos días de llegar, iba yo tan pancho en el autobús cuando entra unas chavalas que parecen recién salidas de un concierto de gospel, se sienta en la fila de delante. Una de ellas me mira. Me deja de mirar. Cuchichean. Me mira otra vez. Al rato se me acerca y me da… ¡un genuino tratado de Chick!

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Helo. El momentazo «Libro de la Vida» siempre hace que se me erize el vello púbico

Como sabía exactamente lo que me estaban dando, no pude menos que agradecérselo con toda mi alma. Me lo tomé como un buen presagio, como no podía ser de otra forma, y aún lo conservo con todo mi cariño. Se trata de «This was your life», todo un clásico. Además aprendí para qué sirve el misterioso espacio en blanco que queda al final de los tratados…

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Cómpliments del pastor

¡Es para poner los datos de tu iglesia de confianza! Y hablando de iglesias…

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Episodio 2: «soy muy de UConn», o nacionalismo universitario

Me da a mi la sensación de que los estadounidenses son bastante más extrovertidos que los españoles. Tengo la impresión de que es mucho más fácil iniciar conversaciones con desconocidos. He sido testido, además, de cómo dos completos extraños se acababan dando los teléfonos en al menos dos viajes distintos en el metro de Nueva York. En general, esto me parece algo bueno, sobre todo si estás solo y aburrido. Hace unas semanas me abordó una señora en el autobús, otra desheredada de Foster Drive que se llama Kathy. Nos tocó esperar juntos a que llegara la otra línea, y a lo tonto, pues acabamos hablando y le conté mi vida de postdoc español, sin coche, y de la UConn. Con ser de la UConn, se ve que me la gané. Me hizo así como una confesión por lo bajini que me recordó a mi abuela cuando me decía algo de lo que no tenían que enterarse mi padres. Si lo pudiese traducir no sólo en contenido, sino también en énfasis, sería algo así como «yo soy muy de UConn también«, sospecho que lo decía por los deportes. Lo de por lo bajini luego entendí que podía tener que ver con algún tipo de rivalidad con la otra universidad de la zona: la ECSU (Eastern Connecticut State University), con campus precisamente en Willimantic, para que luego digan de que en España hay demasiadas universidades.

Sobre lo de no tener coche, la cosa acabó derivando en la imposibilidad de desplazarse en autobús en domingo, peeeeero, resulta que una de las muchas iglesias del pueblo te ofrece un shuttle para ir a misa. Enseguida me empezó a justificar por qué le gustaba más el reverendo Johnson que el reverendo Harris, y claro, ante mi mutismo, enseguida me preguntó que, de la amplia oferta religiosa del pueblo, dónde tenía yo mi nidito espiritual. El momento de revelarle que, así como ella era «muy de UConn«, yo no era «muy de Dios«, acabó inmediatamente con nuestra breve pero intensa amistad. Acabé de fastidiarla cuando solicité la parada, pues me bajé cerca del campus de la ECSU, que me pilla cerca de casa. Me lanzó una mirada de pasmo que nunca olvidaré y me dijo, como se le dice a los traidores «pensaba que eras de la UConn«. Con un hilillo de voz le perjuré que en realidad vivía allí y me fui consciente de que no se lo creía. La gente buena, de la UConn, no vive en el centro del pueblo, se quedan en Foster, como los becarios chinos decentes…

Corolario: verse otra vez el capítulo ese de los Simpsons en el que Homer vuelve a la universidad y se enfrenta a la universidad vecina en un concurso de carrozas..

Episodio 3: otro autobús, otra historia

Esto me pasó en el autobús de regreso desde Nueva York. De nuevo una conversación con un desconocido. Un señor alto como una torre, muy negro él, y muy orgulloso de ello (ya que trabajaba recisamente en una especie de organización anti-racismo). Me aborda con ese desparpajo típico yanqui, y a mí me venía muy bien, porque estaba aburrido. Nos contamos un poco la vida y tal, y me suelta que sus amigos se sorprenden de que le guste el autobús. «Me dicen: Greg, ¿por qué vas en autobús pudiendo ir en coche? Y yo les hablo de la gente interesante que se conoce en los autobuses, que es una gran experiencia. Me encanta el autobús» Hasta aquí todo perfecto, ya me había hecho ilusiones de tener un compañero para el viaje, pero ¡no! Cuando nos subimos en el autobús, yo me esperaba que se iba a sentar a mi lado, pero después de toda nuestra conversación va y me deja solo para irse a otro sitio. Al parecer la «ración individual de personalidad» ya le había saciado bastante.

Bueno pues eso es todo por hoy, otro día sigo con el TIMO de las garage sales, y con el local de «ciencia cristiana» que hay en la calle principal.

16 comentarios en “Los desheredados de Foster Drive y otras historias autobuseras

  1. Me encanta como cuentas las historias compañero. Casi me imagino la mirada de la señora que se sintió traicionada tanto por tu ateismo como por la localización de tu vivienda. Leo que te adaptas bien a tu nueva residencia y eso me congratula, no todos los invertebrados se adaptan bien otras aguas.

    Lo dicho, saludos y que sigas contando historias (tengo curiosidad por el timo de los garages.

  2. Uy, cómo he disfrutado con esta entrada. Me abstengo de comentar mis experiencias autobusiles bastante menos gloriosas, pero sí dejo un par de perlas de la zona completamente Suburgatory donde vivo:

    – El guarromán donde vivía anteriormente reunió firmas de vecinos para IMPEDIR que pasara un autobús por sus calles. Lo consiguieron, firmó todo el guarromán. En Europa habría sido al contrario, la gente habría firmado para conseguir una ruta de autobús. El motivo para no querer que pase un autobús es que el autobús solamente lo cogen negros e inmigrantes ilegales y poner una ruta que pase por calles residenciales facilitaría los posibles robos y asaltos a sus hogares. Para mearse y no tener con qué limpiarse.

    – Lo más blanco que ha pisado un autobús en veinte kilómeros a la redonda es servidora. Yo recibo gritos de «vuélvete a tu país marrón» por la calle, así que te puedes hacer a la idea del blanco nuclear que se puede ver en un autobús aquí.

    Es verdad que esto es una zona de ricachones, no vas a ver a un negro vestido con algo diferente al uniforme de Target ni a un hispano que no esté pasando la infernal sopladora de hojas caídas en algún jardín ricachón o esperando en grupo junto a la estación de tren a ver si alguien los contrata para trabajar un par de horas en algún jardín ricachón. El autobús es muy impopular.

    Si alguna vez tienes ganas de que se te terminen de quitar las ganas de tener coche, date un paseíllo por mi blog y la categoría Sobre Ruedas para ver la odisea que supuso sacar la licencia de conducir de mi Estado. Y cualquiera que diga que comprar un coche en los Estados Unidos es baratíiiiiiiiiiiisimo es que evidentemente nunca se ha comprado uno, ni le ha tenido que sacar seguro sin tener pareja local. Ay, el glorioso momento de sacarle el seguro.

    Espero ansiosa la entrada sobre el timo de los yard sales.

  3. Anda que justo dar un tratado de Chick a TI….soy tú y no pìenso que sea una conjunción cósmica, pensaría que hay una cámara oculta o algo.

    Alégrate de que haya autobús. Como estudiante graduado en Kansas State vivo totalmente aislado en la maravillosa ciudad de Manhattan, Kansas. Hay un shuttle que puedes contratar para ir a Kansas City por 150 dólares (que son dos horas!). Afortunadamente tengo novia y ella tiene coche. Y no me deja conducir, no sé si es algo malo o bueno :/

    pd: qué recuerdos de cuando estudiaba en Polonia e iba a la facultad….¡en tranvía de tiempos soviéticos!

  4. Muchacho, te superas con los días. He disfrutado mucho con la narración… casi tanto como la disfrutó la señora «muy de UConn» XD. Un abrazo

  5. Peazo de talento tienes para las historias, vive Dios. Por cierto, lo del tratadillo de Chick debe ser motivo de regocijo para toda la congregación copépoda.

  6. Qué emoción! Un auténtico tratado de Chick! Entregado en mano! Me mojo!
    Muy disfrutable su crónica, Copépodo. Un placer.

  7. Por favor amigo, por favor te lo pido: sigue escribiendo estos bocaditos de realidad, son geniales. Me he descohonado a viva voz cuando he llegado al trocito de Chick, ¡eso sí es un momento culminante! Toda tu experiencia bloguera recompensada con creces.

    En serio, en esos pequeños momentos se aprende más de los países que de cualquier otra manera. Es muy curioso, y toda una experiencia para los que no podemos ver mundo, por el momento.

    Y además, como lo cuentas tan chulamente, encima me parto. Chapó.

  8. Gracias a todos por los comentarios. Estoy recuperando la costumbre de escribir entradas «de variedades» y me alegra ver que siguen teniendo gancho.

    Mortiziia: Me parece directamente surrealista que la gente pida que NO pase el autobús por su barrio. Alucino. Me voy haciendo cargo de por dónde van los tiros en Guarromán, y como te dije, acabo de «descubrir» tu bloj, creo que tiene mucho que enseñarme. Me alegra mucho ver también que estás de acuerdo en que el coche es una ruina. Descuida que habrá post sobre las «yard sales».

    James: estoy muy contento de tener autobús, no te creas. Tiene sus cosas, pero cuando llega tarde por la nieve pienso en lo que cuesta el asunto del coche y ya te digo que de momento tengo de sobra.

    ¡Gracias a todos!

  9. Dime. Es cierto que usan AWESOME hasta la náusea? Yo soy pelín sociópata para autobuses y experiencias out of the space. Soy la chunga que sube leyendo en el Kindle y no saca la nariz hasta llegar a la puerta del labo. Voy casi siempre en coche pero hay semanas que me gusta ir en autobús porque puedo leer.

  10. De hecho yo estoy recuperando mucho tiempo de lectura. No hay mal que por bien no venga. En Madrid, entre los trasbordos y lo rápido que llegaba no me daba tiempo ni a sacar el libro.
    ¡OUSOM! (y sí, se oye mucho, sobre todo a según quién)

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