Mis episodios mormones


Prólogo

Tengo una fijación obsesiva con los misioneros mormones desde hace muchos años. Y sí, tienen que ser mormones, no me valen testigos de Jehová ni evangelistas. Para los despistados: a los mormones se les distingue de otros tipos de majaderos religiosos por una muy cuidada imagen corporativa: van en parejas, son jóvenes, educadísimos, siempre visten un impoluto modelito de pantalón y camisa blanca inmaculada con corbata y llevan la típica plaquita identificativa (Elder + apellido) que queda rubricada, como si una denominación de origen se tratase, por el nombre formal de su sarao: Iglesia de Jesucristo los santos de los últimos días. También hay chicas, pero son una minoría. La fascinación que me provoca esta religión se debe a varios motivos.

Por una parte está el fenómeno religioso en sí, que explicaré con un poco de detalle a continuación. No creo que el mormonismo sea muy diferente a otras religiones, pero su origen es tan reciente y se puede rastrear tan bien, que es fascinante comprobar el éxito que puede tener en la era moderna una… ejem…  maravillosa y esperpéntica chifladura. Dice muy poco, eso sí, a favor de la masa ovina de gente capaz de creerse cualquier cosa, pero da unos momentos de regocijo que ninguna otra religión puede igualar.

Por otra parte está el rollo corporativo; el contraste entre unas creencias anacrónicas con un marketing que es muy actual y vigente, milimétricamente diseñado para caer bien, adaptado a una sociedad de consumo, pulido para no despertar ningún sentimiento negativo o confrontación. Los misioneros mormones llaman la atención por su aura, no ya de santidad, sino de (aparente) carencia de cualquier traza de sospecha, picardía o maldad. Parecen ser tan inocentes, puros e inofensivos como su blanquísima camisa. Son como la versión misionera de los «visitantes» de «V» o de los candidatos de Ciudadanos a las elecciones.

Y luego también está aquello de que, lo confieso, siempre me han parecido guapísimos, como una versión almidonada de los guardias suizos del Vaticano: tan rubios, tan altos, tan puros y tan (in)corruptibles. En parte el responsable de esta obsesión fue mi amigo Álex que una vez me contó cómo el muy suertudo recibió la visita de dos de estos misioneros, dos rubiacos de dos metros, a los que acabó escandalizando al insinuarse descaradamente. Sus interlocutores tuvieron que huir despavoridos (una hazaña que siempre quise emular, puestos a pedir, con erótico resultado). A estas alturas, la idea de pervertir a un fanático religioso de 19 años me deja en bastante mal lugar, pero alegaré en mi defensa que esta kinkiness surgió en mis propios yoguriles años.

Pero vamos, a efectos prácticos a mí los mormones me llamaban la atención porque, como buen ex-creyente, era bastante radical y me gustaba la idea de discutir sobre religión con gente que llame a mi puerta para intentar convencerme de seguir a su dios de turno. Mi razonamiento era que si alguien está dispuesto a venir a mi casa y molestarme para que me cambie a su secta, estoy en mi pleno derecho a divertirme con ellos hablando de creacionismo o del tema que sea. Con un poco de suerte contribuyo a generar una duda razonable. Tenéis que perdonar mi simpleza de aquellos años, pero por si no os acordáis: a comienzos de siglo discutir con creacionistas estaba muy de moda y a mí me resultaba la mar de entretenido, algo que a día de hoy me admira porque,… menuda pereza, la verdad.

En fin, la cuestión es que durante la última década y pico me las he visto con distintos tipos de proselitistas religiosos de todo pelo, incluyendo algunos que vinieron a mi casa (como pasa a todo hijo de vecino), fanáticos evangélicos en la Puerta del Sol, establecimientos creacionistas en Estambul, Gente que me ha dado en mano genuinos tratados de Chick, y varias batallitas más, pero nunca, nunca, nunca había tenido la suerte de que unos genuinos misioneros mormones llamaran a mi puerta… hasta el verano pasado.

Episodio 1: Connor

Debo comenzar por una aclaración: la primera vez que llamaron yo no estaba en casa. Alfie, buen conocedor de mi prolongada espera por este momento, les dijo que él tenía mucho lío, pero que volvieran otro día, dándoles precisas indicaciones de cuándo encontrarían a alguien ávido por escucharles.

Efectivamente, unos días después volvieron a aparecer por mi casa, encontrándome yo disponible para atenderles. ¡Qué visión cuando se presentaron en la puerta! ¡Qué blancura la de sus camisas impecables y purísimas como su alma! ¡Qué apostura, qué sonrisa, qué ojos! Me quedé un par de segundos sin habla comprobando hasta qué punto estos dos especímenes cumplían a rajatabla el cliché que se había desarrollado en mi mente durante esta prolongada espera. Los hubiese designado inmediatamente isótipos de todos los misioneros mormones de los últimos días, de los primeros y de todos los tiempos habidos y por haber.

Obviamente les invité a pasar y, ladino, les ofrecí un café, algo que me negaron con vehemencia. Era una pregunta trampa: yo ya sabía que para ellos el café está tan prohibido como la cocaína o como el alcohol sin ir más lejos… pero no iba a tolerar que me dieran gato por liebre unos mormones que no fuesen de pura cepa. Tras servirles sendos vasos de agua y sentarles en el sillón frente a mí, comenzaron las presentaciones. En la chapita llevaban los apellidos, pero ante mi insistencia me acabaron diciendo sus nombres de pila, de los que sólo recuerdo el de uno de ellos, el más experimentado, el más hablador, empolloncete y el más guapo de los dos, el que se ganó un huequito en mi corazón: Connor.

Ahora voy a intentar resumiros lo que pasó durante las tres (sí, tres) visitas que Connor y su amigo me hicieron durante los días siguientes. Para empezar aclaro que  fueron unas visitas muy cordiales y agradables por ambas partes. Inmediatamente llegamos a un pacto tácito de cooperación. Quedó muy claro desde el principio que conmigo no tenían mucho que hacer si necesitaban convertir a alguien, pues yo ya tengo varios chalets de lujo a mi nombre en distintos círculos del infierno (algunos de ellos en multipropiedad), pero también les dejé claro que mi curiosidad por el mormonismo era sincera. Por su parte, hay que tener en cuenta que el 99% de las puertas a las que estos chavales llamaban nunca se abrían, o de hacerlo, eran rechazados de malos modos. Puede que yo no fuese lo que estaban buscando, pero les ofrecía un tiempo de conversación cordial en mi salón y un vaso de agua, algo que ya de por sí rompía una muy monótona rutina diaria.

Hablamos de todo un poco. Empezaron contándome los fundamentos de su religión, que si no conocéis, os resumo en un pliqui: a comienzos del siglo XIX un señor que vivía en Palmyra, Nueva York, que se aburría mucho y que se llamaba Joseph Smith, recibió la vista de un ángel que respondía al nombre de Moroni. Moroni le dijo que todas las religiones del mundo estaban equivocadas (qué original) y que en un descampado de por ahí cerca, ¡oh casualidad! había enterrada unas tablas doradas con una historia muy bonita. Joseph se plantó allí y encontró esas tablas (que nunca nadie más vio). Estaban inscritas con un lenguaje divino que sólo él podía leer y que dictó a un cantamañanas local y cuyo texto se convirtió en El libro del mormón. Este libro se presenta como «another testament of Jesus Christ«, vamos, como una continuación de la Biblia para aquellos a los que les había sabido a poco. Es un poco como «El despertar de la fuerza»: ¿Era realmente necesario hacer algo así? No, no lo era; ya estaba todo contado, y de hecho casi que estábamos mejor sin él, pero sorprendentemente, una vez se publicó, un montón de gente se volvió ferviente seguidora, por algún motivo.

El libro del mormón cuenta, por lo tanto, la historia que nos perdimos con los otros testamentos. Resulta que un puñado de israelitas, allá por el 600 a.C., en un momento dado se montaron en un barco y llegaron a Norteamérica. Sí, habéis leído bien. Allí se instalaron y se multiplicaron, y empezaron a tener sus guerras y sus saraos entre ellos y entre los indios americanos. Una genuina cronología bíblica de la que no sabíamos nada, que había permanecido oculta. Es como cuando estabas viendo Lost y todas las aventuras de los supervivientes del avión y sus historias y de repente, ¡Aparecen los supervivientes de la cola! ¡Ana-Lucía, Mr. Eco, y toda la banda! Con sus propias movidas y su intrahistoria, y tú como espectador dices «pffff, menudo follón». Pues igual. Además, luego en tiempos de Jesucristo, éste se teletransportaba de vez en cuando de Judea a Estados Unidos para hacer sus milagritos y sus parábolas con la diáspora americana. Cuando en el nuevo testamento no se sabe dónde andaba el Chechu, ¡Es que estaba en Nueva York el muy jodío!

Yo ya conocía un poco de esta historia, pero me deleité dejando que Connor, rubísimo, mirándome con sus ojazos azules, me relatara la historia con un convencimiento y una fe realmente entrañable, sin atisbo de duda, de escepticismo,… como te miraría un pez. Un pez muy guapo, pero pez al fin y al cabo. Aquí, obviamente le pregunté que cómo podía creerse que en el siglo VI a.C. alguien pudiese cruzar el Atlántico con los medios que había en aquel momento. Connor, sin pestañear, me dijo «de la misma manera que creo que Noé metió a todas las especies de animales en el Arca y sobrevivió todos esos días«. ¿No es pa quererle?

Al final de su primera visita me regalaron un ejemplar del libro del mormón, algo que me hizo mucha ilusión (aunque, como supe después, eso no me hacía precisamente especial). Lo estuve leyendo algunas noches, aunque apenas superé el centenar de páginas. Una lectura muy edificante: el libro es densísimo en detalles, y copia de forma bastante notable el estilo bíblico, lleno de referencias cruzadas con las profecías canónicas y cosas por el estilo. De verdad, me admira que este tío escribiese todo eso. El problema es que en lugar de haber vivido en Londres o en París, en una zona ilustrada, Joseph Smith vivió en upstate New York en una época en la que no había ni alumbrado público ni wifi, y en vez de haberse convertido en un autor de fantasía acojonante, un Tolkien, un Lovecraf, pues acabó siendo predicador. La literatura de fantasía perdió mucho en Palmyra, así os lo digo.

Bueno, os resumo. Fueron en total varias horas de conversaciones sobre el canon mormón (formado además por otros dos libros), por su relación con otras ramas del cristianismo haciendo un poco de teología comparada con la Iglesia Católica, los clichés (no todos los mormones viven en Utah), lo de los calzoncillos mágicos (buscad, buscad si no me creéis), el modo de vida en general (sexista, homófobo y ultraconservador, pero en plan «en el fondo molamos»), y muchas, muchas, cosas más, porque tenían cuerda para rato. También les pregunté mucho por su rutina diaria mientras estaban de misión, por sus motivaciones personales y sus rutinas: dedicación exclusiva a la oración, la lectura del librico del mormón y demás canónicos, sin acceso a internet y escuchando la música selecta aprobada que les dejaban en un flashdrive. Una fiesta, vaya.

En la tercera de sus visitas, ya habíamos cogido cierta confianza y le acabé preguntando el único tema que me quedaba pensiente tras mi documentación: el rollo de los aliens. Aunque no todas las ramas de los mormones lo entienden de la misma manera, el cabrón del Joseph Smith abrió el camino de la ciencia-ficción en la teología mormona admitiendo que Dios creó vida en varios planetas. Me constaba que aquí había un filón interesante, especialmente surrealista, y como Connor es empolloncete se lo pregunté esperando todo lujo de detalles. Asintió y se disponía a relatarme sus historias de naves espaciales y bautismos cósmicos cuando recibí una llamada importante y les tuve que pedir que se fueran.

Por desgracia nunca volvieron.

Episodio 2: el tercer jueves

Yo ya pensaba que no volvería a ver a Connor, su sonrisa deslumbrante y su mirada de pescadilla, pero estaba equivocado. En Willimantic, mi pueblo adoptivo connecticano, durante los meses de solecito y calor se celebra una especie de festival al aire libre cada tercer jueves del mes. En un alarde de encantador provincianismo, digno de Pawnee, la calle mayor se llena de actuaciones en directo de aspirantes a músicos, comida de fritanga, puestos de artesanía y paseos en poni, calle arriba, calle abajo. Es un muy bienintencionado intento de revitalizar el centro del pueblo y uno de los acontecimeintos del verano. Para demostraros hasta qué punto ha llegado mi fusión con el entorno, el verano pasado participé en persona en el tercer jueves. ¡Dos meses consecutivos! Lo hice porque estuve promocionando el bioblitz que organizamos los postdocs del departamento así que montamos un chiringuito para darnos a conocer y que la gente se apuntara. Nuestra carpa estaba en uno de los extremos de la fiesta, junto al paseo en poni y su rastro de mierda equina, la única actividad científica, disputando el interés del público con otros lobbies como los acupuntores, los machacas del CrossFit y, cómo no, los mormones.

El puesto de los mormones incluía una mesa enorme con una pirámide exquisitamente colocada de ejemplares del susodicho libro del mormón (y yo que me sentí especial cuando Connor me regaló mi ejemplar…). Como piéridos polinizadores, los misioneros, todos en sus corporativas camisas blancas, se escurrían entre los grupos de jóvenes y las parejas de abuelos comiendo helados mientras escuchan el flow del rapero local, afanadísimos en transmitirles que todo lo que sabían del cristianismo era el prólogo de la historia más fantástica jamás contada. Y yo, mientras les explicaba a unos obesísimos willimantiqueños la cantidad de especies de larvas de insecto que teníamos metidas en un bote, vi por el rabillo del ojo a Connor. Y con un par le pedí a mi compañera que me cubriese, que iba a ver a un amigo.

Saludé a Connor efusivamente, con mis esperanzas puestas en poder continuar nuestra conversación donde la dejamos (el rollo de las naves espaciales) y… ¿A que no sabéis lo que pasó? El muy capullo ¡se avergonzó de mí! Sí amigos, ¿qué clase de misionero hace eso? ¿Qué misionero reacciona de esa manera a una persona que, voluntariamente, viene a ti y te pide por favor que sigas dándole la chapa? No sé si hay muchos precedentes de misioneros que se te piden educadamente que les dejes en paz cuando les solicitas que te hablen de su religión, pero sospecho que es un logro del que puedo presumir. Connor, de hecho, me dijo que todas esas interesantísimas preguntas que quería hacerle, en realidad tenía que hacérselas a Elder Larsen (nombre ficticio), que estaba sentado junto a la mesa con la pirámide de libros, y procedió raudo a hacer las presentaciones pertinentes. El interfecto en cuestión, un rollizo rubito demasiado cansado como para evangelizar a los traunseúntes, me recibió con amabilidad, y yo, deseoso de llegar a los más profundos y ridículos detalles espaciales del mormonismo, acepté de mala gana el sucedáneo. Connor se perdió entre la multitud, ahora sí, para no ser visto nunca más.

Después de las presentaciones y de examinarme con la idéntica mirada santurrona e ictioide, Elder Larsen intentó soltarme el rollo de «Mormonismo 101» que ya tenía preparado, pero yo le interrumpí (¡quieto parao!) para aclararle que ya era un escuchador premium del movimiento, que se podía saltar todo lo de Moroni, las tablas y el cánon, que todo eso ya me lo había contado Connor y que yo lo que quería era saber la parte de las naves espaciales. La mirada de Elder Larsen cambió inmediatamente, y durante unos segundos ni siquiera su más férreo entrenamiento consiguió mantener la sólida fachada de beatitud indolente. Larsen dejó escapar una emoción: desconfianza. Ese fue el momento en el que se rompió el encanto: los mormones, al fin y al cabo, no eran esos seres de luz pura y conciencia incorruptible que había soñado, sino personas de carne y hueso capaces de desconfiar de un cabronazo como yo que en el fondo sólo quiero contar en mi bloj lo loquísima que me parece su religión. Aquel paso en falso lo pagué muy caro. «No hay nada de naves espaciales ni de otros planetas en el mormonismo«, me respondió ¡el muy mentiroso! ««, le repliqué impaciente «todo aquello de que Dios no creó solamente la Tierra, que hay mormones en otros planetas«. No hubo nada que hacer: no pude asistir con regocijo a que un mormón me hablase de naves espaciales y de alienígenas. Larsen no soltó prenda y su incomodidad manifiesta me invitó a irme. Compungido, regresé a mi carpa de actividad científica, que ningún mormón visitó.

Episodio 3: el musical

El epílogo de estos sobrecogedores encuentros lo pone mi asistencia emocionada a The Book of Mormon, el musical de Broadway. Pues sí, no es ninguna broma, es un musical real creado por Trey Parker y Matt Stone (los autores de South Park) unidos a Robert Lopez (co-resonsable de otros musicales cómicos como Avenue Q). Quienes seáis seguidores de South Park recordaréis que el tema de los mormones está exquisitamente tratado en el duodécimo episodio de la séptima temporada (All about the Mormons), capítulo muy recomendable que explora varios temas que son recuperados en el musical.

Broche de oro para todas mis experiencias mormonas, que me documentaron estupendamente, el musical trata las aventuras de un grupo de misioneros destinados a Uganda. No tiene desperdicio: os lo recomiendo de todo corazón.

No os voy a destripar el musical, pero sí os diré que el libreto del mismo tenía un solo anunciante: la Iglesia de Jesucristo de los santos de los últimos días. Sí. La iglesia mormona pagó para poner anuncios en el libreto de una obra musical que se dedica básicamente a descojonarse de su fe. No me digáis que no es grande, el trolleo absoluto. No contentos con eso, los espectadores de la obra tuvimos a la salida el recibimiento de seis, ¡seis! misioneros mormones que bajo la consigna de «we are the real thing» trataban de ganar adeptos entre la gente que minutos antes estaba llorando de la risa con unos actores disfrazados de ellos mismos. En ese momento la verdad es que me dieron más pena que nunca. Tan joviales y amigables como siempre, domesticados, se reían y dejaban hacerse selfies con los espectadores como si fuesen parte del espectáculo (había quien no se dio cuenta de que no eran actores). Ninguno de sus jefazos, obispos o superiores debió plantearse que si eres indistinguible de tu propia caricatura, quizá no estés en el lugar adecuado.

[Flashback] En ese momento me acordé de Connor y de un par de preguntas que le hice en una de nuestras… em… entrevistas en profundidad. La primera era que a cuántas personas había conseguido convertir al mormonismo después de un año de misión. Un año, recordemos, con casi 9000 horas enfocadas a un único y exclusivo objetivo: convertir infieles al mormonismo, y nada más. Un año. Entero. La respuesta era esperable: a nadie. La segunda pregunta, nacida de mi sincera curiosidad, era precisamente que si esa falta de éxito intentando cambiar las creencias de la gente no le hacía plantearse que estaba empleando un tiempo irrecuperable en una misión sin sentido. Connor me miró con esos ojazos azulérrimos y me dijo que él hacía lo que creía que tenía que hacer y que no pensaba estar perdiéndose nada interesante. En mis oídos resonaron las carcajadas de millones de chavales de 19 años en todo el mundo y asentí. A la salida del teatro pensé que al pobre Connor lo que le hacía falta era que le hubiesen destinado a Uganda. Al menos hubiese visto mundo.

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17 comentarios en “Mis episodios mormones

  1. No sé por dónde empezar a comentar. Este post me ha parecido sublime, magistralmente escrito, pero además cargado de profundidad. Has traspasado los límites de los géneros blogueriles para confeccionar tu más depurada mezcla de sátira documental, tan personal y subjetiva como rigurosa. Creo que es algo bastante inédito, es como el Roger Moore de los blogueros pero en plan castizo. Lo que me he podido reír.

    Además el tema también me interesa puesto que siento una parecida curiosidad malsana hacia esta gente (sin eróticos resultados, en mi caso, pero malsana al fin y al cabo) que pulula mucho por mi barrio, en el que por cierto también hay muchos testigos de Jehová. Y varias otras iglesias bastante peculiares. Yo que soy una persona totalmente en contra de la burla y la mofa de los demás, en estos casos, como tú, me es imposible carcajearme y de verdad dan ganas de sentarse junto a esta gente que en el fondo es bienintencionada e ingenua para pedirles que se paren DOS MINUTOS a escucharse «desde fuera», a ver si siguen en sus trece. Es un experimento sociológico increíble.

    Mucho más se podría sacar de aquí; de hecho, cada vez estoy más convencido de que lo único que diferencia a estos chicos de cualquier creyente católico «de toda la vida» son unos cuantos cientos de año de afianzamiento y de connivencia con instituciones, y la gran masa de seguidores que los han oficializado; y que se han adaptado «mejor» en muchas cosas, a los tiempos modernos. Pero en el fondo y sobre el papel, la ridiculez y la debilidad de sus cimientos son totalmente equiparables.

    Aunque lo de los planetas y todo eso es un punto extra a favor del mormonismo… por favor no dejes de intentar llegar al fondo del asunto, y de contárnoslo.

    Si vuelves a ver a Connor, dale recuerdos, para mí ya es de la familia, qué buen escritor eres colega.

  2. Según le daba a «enviar» he visto «Roger Moore»… Michael Moore! El otro es James Bond!! Joer qué viejuno me he sentido XDDD

  3. En una palabra: descacharrante.
    Por otro lado, Copépodo, has demostrado ser más pesado que un Mormón. Eso es para hacérselo mirar. Menos mal que los demás lo podemos gozar.

  4. Me pasaba algo similar a mi. Desde que supe de la existencia de los mormones tras ver el capítulo de South Park siempre tuve el gusanillo de encontrarme con alguno, ya cansado de tanto testigo de Jehova. Leí algo sobre ellos en la wiki y tal. Pensé que en España sería difícil que hubiese alguno, y mucho menos «trabajando». Pues cual es mi sorpresa cuando un día cualquiera, andando por la calle en el célebre barrio de Gamonal, me asaltan unos para «hacerme unas preguntas». A priori pensé que que eran testigos de Jehova, pero para nada respondían al perfil. Estos eran exactamente tan cual los describes: dos tipos altos, rubios, con ojos azules y un uniforme impoluto. Y efectivamente, de ambos hay uno que toma las riendas del asunto mientras el secundario apenas tiene alguna intervención discreta en el discurso. ‘Elder’ Webber comenzó a hacerme las típicas preguntas existenciales cuando le digo que tiene un marcadísimo acento de Utah (por supuesto que yo ni idea de qué acento tenía, pero tiré un triple a sabiendas de que allí son mayoritarios). Pues se quedaron un tanto perplejos ya que di en el clavo (que tampoco era difícil). Y también cuando les pregunté por Joseph Smith sin que ellos le hubiesen nombrado aún. No parecían estar acostumbrados a que alguien conociera de su existencia, directamente. La conversación que siguió se ajustó al esquema estándar entre un proselitista y un ateo (dios, creación, ¿pruebas?, big bang, evolución…). Sin embargo dada mi paciencia y ociosidad del momento la cosa llegó a un nivel de preguntas y argumentos a los que quizá no están muy acostumbrados si la gente se les quita de encima rápidamente sin entablar siquiera conversación. Noté que empezaban a vacilar y recurrir al mismo discurso una y otra vez. Por un momento me pareció que iba a convertir en ateos a dos mormones. Al final me dieron hasta penuca porque parecían estar acalorados con la conversación y eran conscientes de que su repetitividad no me satisfacía. De hecho algunos transeúntes se acercaban para ver de qué podían estar hablando estos exóticos misioneros durante tanto tiempo con un ciudadano -en apariencia- normal. Eso, he de reconocer, puede que me estuviese incomodando más a mi, pero mi timidez sucumbió ante mis ganas de seguir con esa inusual conversación. No recuerdo cómo acabó exactamente la historia pero lo que sí hicieron es regalarme el libro del mormón tras suplicarme que lo aceptara. Yo les dije que no me parecía correcto por mi parte ya que el uso que pensaba hacer del libro no se correspondía con el que ellos buscaban. Si acaso, lo ojearía por mero interés antropológico. Aún así insistieron y yo acepté el regalo con sincera gratitud. Ahora ocupa un lugar preferencial en mi estantería de textos de ciencia ficción, entre la Biblia y el Silmarillion. Lo último que ocurrió, antes de la despedida, fue que me pidieron encarecidamente un minuto para rezar por mi. Me pareció del todo entrañable y no pude negarme, así que presencié cómo enunciaban sus peticiones a un ser imaginario y nos despedimos.

  5. ¡Felicidades Copepod! Y mis condolencias. Es duro enfrentarse a los mitos que uno mismo monta, la verdad, pero me alegro de que tuvieras la oportunidad de hacerlo. Si no, no habríamos disfrutado de tu crónica.
    Después de tantos años esperando, al final obtuviste lo que pedías. ¡Y tú que casi habías abandonado la fe! ;P

  6. Ostras, yo también he tenido una relación con los mormones. Todo empieza en el lejano año de 2014. Un sector de mis amistades, aficionado a los musicales, descubrió Book of Mormon y, como no podía ser de otra forma, se dedicaron a difundir la palabra intensivamente. Recuerdo que la primera vez que vi el musical era en una grabación en screener superchusquera y no entendía nada.

    Se obsesionaron con el tema. Les encantó el musical. Llegaron a ir a la iglesia mormona de Valencia un día, a ver qué les contaban, y estuvieron debatiendo más o menos los mismos temas que mencionas con el Elder jefazo local. ¡Pidieron que me mandaran una copia del libro por correo!

    Un par de meses después, una de mis amigas y yo fuimos a Barcelona con una de esas webs para compartir coche y gastos. Hablando con la otra viajera que nos acompañaba, mencionó que era mormona. Os aseguro que vi un cambio en la postura de mi amiga, un movimiento que decía a todas luces «esta es la mía», y se tiró todo el viaje preguntándole, a lo que ella respondía con sorpresa (porque alguien supiera qué es el mormonismo y sus intríngulis), y con la disposición de los mejores divulgadores.

    Mi padre estuvo trabajando casi dos años en Canadá, él solo. Se fue sin saber ni papa del idioma. Un día nos dijo que se había apuntado a unos cursos de inglés. «¿Dónde?», le pregunté, inocentemente. «En una iglesia mormona», respondió. Empecé a imaginarme a mi padre, a sus cincuenta años, con la camisa y pantalones, perdido en África, predicando.

  7. Lo de South Park y el capítulo de los mormones es de lo mejor que se ha hecho en TV. El relato que nos cuentas es maravilloso. Está tan bien narrado que te imaginas las escenas en la cabeza. Yo creo que hasta daría para filmar un corto, coméntaselo a Alfie XD

  8. Qué grande!
    Tengo que confesar que, de entrada, no sabía que a los niños de la chapita se les llamaba mormones, pero sabiendo un poco más de ellos, me entran unas ganas tremendas de hincharlos a preguntas, sobre todo estas:

    ¿Si hay mormones en otros planetas, nos han visitado? Y de hacerlo, ¿cómo lo han hecho?

    Cuánto tiempo perdido… Nosotros mandando pulsos electromagnéticos con secuencias lógicas al cúmulo de M13 donde tardaremos 50.000 años en recibir una respuesta, y los niños de la chapita viajando en sus corceles galácticos.

    Un saludo!

  9. Entre los recuerdos más entrañables de mi familia siempre aparece aquella ocasión en que mi padre, hace ya 40 años, invitó al comedor de casa a dos mormones «a charlar». Recuerdo llegar del cole y preguntarle a mi madre -«¿Quienes son esos?» -«Nah! Dos mormones que tu padre a invitado a pasar y ya lleva con ellos dos horas!!»
    Mi padre se lo tomaba como una cuestión de orgullo personal, a ver quien podía más, si ellos y su biblia o yo con mi «Capital» (hay que situarse, el centro de la pared del salón de mi casa donde los invitaba a sentarse estaba presidido por un póster enorme de Carl Marx). Siempre surgía la pregunta de «Quien era ese» a lo que mi padre con una serenidad acojonante respondía «un apóstol desconocido».
    Siempre he sentido cierta fascinación por mantener el reto familiar, pero soy incapaz, no tengo tanta paciencia. Creo que me crisparía y acabaría gritándoles algún disparate!! Eso sí, mis admiraciones a todos lo que como mi padre tratáis de evangelizar a tantos corderos, borregos y cabritos.
    Bendiciones.

  10. ¡Jo, jo, jo! Eres malo. Pero malo, malísimo. Vamos, eres tan malo que si hubiera un Nobel de maldad, debería llevar tu nombre.

  11. Cómo se nota lo que os gusta, bribones. 13 comentarios en menos de un día, ¿Qué os creéis, que estamos en 2004?

    Dr Litos: hay un poso de tristeza en el post porque después de tantos años esperando, llegada la ocasión me dio bastante penilla poner en aprietos a los chavales, hubiese sido un abuso. Incluso me siento un poco culpable por burlarme así. Pobrecillos mormones, son carne de cañón. Tienen tanto éxito aparentando ser inofensivos que son blanco fácil. Por supuesto, si algún día puedo continuar aprendiendo sobre cosmología mormona, ¡daré debida cuenta!

    Anónimo: ¡Más pesado que un mormón, y a mucha honra! Eso sí que es un logro

    Dr. Colossus: ¡Me encanta! Qué buena experiencia, y sí, se ven claramente los resultados del corporativismo: da igual dónde te los enceuntres, las reacciones de los mormones son de manual. Como muy bien describes, es que son tan entrañables que es imposible que no te caigan bien. Por lo del libro no te preocupes: al parecer los imprimen en cantidades industriales. Creo que estará muy a gusto junto al Silmarillion.

    Juanjo: No conocía a Veitchl, ¡buenísimo!

    ¡Radagast! Tú sabes muy bien lo que hay detrás de este post X-D

    Francisco: ¡Tus amigos sí que saben! La verdad es que no me extraña, y el musical es muy, muy bueno. No sólo muy divertido, sino que además expone de una forma aguda muchas características de las religiones en general. Hubiese dado una fortuna por estar en ese viaje en coche, me puedo imaginar la alegría de la «fan». Es curioso esto de que los mormones despierten tantos admiradores.

    Darksapiens: ¡Eres del club de fans tú también! :-D

    Eulez: Alfie fue testigo privilegiado de una de las visitas, y aunque nos dejó a nuestra bola, creo que estaría de acuerdo en que algo se puede sacar.

    Anto: Si encuentras a alguno no le preguntes por lo de los planteas y las naves de sopetón, tienes que ganarte su confianza antes, mira lo que me pasó a mí. ¡Sácanos de dudas!

    Trebol-a: ¡Tu padre también era fan, jajajaja! En mi plan original sí que estaba el tratar de evangelizarlos, pero a la hora de la verdad fui bastante suave, lo que quería era que soltaran prenda, ¡y están muy bien enseñados!

    Dani: ¡otro!

    Jmongil: ¡Ya sabía que te pasarías! La primera la vi, en cine, en un festival. Muy mala, pero el director de casting lo hizo muy bien con el rubio.

  12. Gracias por el post, me uno al sentir general de los comentarios. Los cuales me ha encantado leer también.

    Si llegaras a recobrar el hilo de «los aliens en la boquita de piñón de alguno de esos rubiales», acuérdate de nosotros y escribe una 2ª parte…

  13. Increible, me ha encantado.
    pero que volvieran otro día, dándoles precisas indicaciones de cuándo encontrarían a alguien ávido por escucharles.
    Esta frase da un poquillo de miedo. XD

    En temas de marketing, la comunidad cientifica somos bastante pardillos respecto a las religiones. A pesar de que la ciencia esta muy implicada en esta disciplina.
    En Teoria, un grupo cientifico interesado en predicar, deberia ser mucho más eficaz que ninguna religion.
    Tambien esta la cuestion sobre si de los cientificos deben hacer un esfuerzo combatir las religiones o no deberiamos meternos con las «elecciones libres» de otras personas.
    Por cierto, muchos cientificos crean un efecto rebote tomando una postura algo agresiva contra estas creencias.

    Pienso que en este la estrategia racional poco tiene que hacer y enfoque mas emocional funcionaria mucho mejor. Basicamente como el marketing mercantil funciona.

    Cuando Connor se avergonzo de ti. Pienso que influyo mucho el grupo, sobre todo si grupo es una ¿secta?. Seguro que si te lo encuentras solo podeis tener una conversación.

    Es sorprendente cuanto puede cambiar el comportamiento dependiendo del entorno, una procesion, un campo de futbol, dentro del coche o los turistas cuando viajan fuera, que se abren positiva o negativamente.

    Además, tu, aunque sea de un forma muy educada, podrias meterle en problemas por haberte contado cosas que tal vez no debia o no sabe si debia o no.
    Ante la duda casi todo es pecado. Es una estragia practica para que no se les escapen los acolitos.

    Creo que este reportaje, viene muy al tema y te resultara muy flipante. La primera familia es bastante mas normal que la segunda.
    http://www.mitele.es/programas-tv/21-dias/temporada-7/programa-41/
    Me preocupan bastante los niños. Al final del segundo reportaje uno decia: «Yo me quiero ir con nena(la reportera)». Al ver el reportaje uno no sabe si reir o llorar, pero esta claro que es un problema.

    Pienso que los niños deberian tener un recurso para poder disentir cuando el adoctrinamiento no es puramente por conviccion.
    Como poco, tu familia te alimenta y en esos entornos se fomenta el miedo a lo desconocido y al exterior.
    Un niño puede saber o sentir que no le gusta, no le conviene o ser critico con lo que oye y, sin embargo, no tener opcion a decidir.

    Yo de pequeño no queria hacer la Comunión, basicamente no queria llevar pajarita y todo lo demás, no me voy a poner transcendental. Veia las pegas pero no las ventajas. Yo pensaba que era como la mili y nadie me dijo que no era obligatorio y eso que di mi opinion claramente.

    PD: Que casualidad!! El mismo dia que publicas esto, un picapuertas consiguio venderle un pack de libros a mi madre cobrandole unos cuantos cientos de euros. El mismo dia se arrepintio y por suerte conseguimos devolverlos.
    Jamas pensé que mi madre picaria, asi que no te confies, porque cualquier dia te captan. A lo mejor llega uno más guapo aun que Connor y con más consciencia de sus armas.. XD

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