Los explosivos de mi equipaje

Pues nada que ya estoy de vuelta, ya me ha subido el nivel de jamonina en sangre hasta niveles ibéricos, ya me han pitado y puesto las largas varias veces por la M-30 y tantas otras cosas que me hacen sentir como en casa. Me siento un poco vaguete para reiniciar la rutina blogueril, así que empecemos por la anécdota del regreso de la que se saca como moraleja que el susto te cae cuando menos te lo esperas.

En el viaje de ida, yo estaba bien alerta, con los cinco sentidos afinados, con toda la documentación bien ordenadita y listo para superar cualquier interrogatorio, pero no fue necesario porque atravesar el control de inmigración fue un paseo y no me preguntaron ni la hora.

El 2 de diciembre a las 4:00 pm, sin embargo, llegamos al aeropuerto de Hartford, CT con la hora pegada al culo, preguntándome cómo era posible que pasara eso cuando habíamos tenido todo el día para prepararnos, y no podía quitarme de la cabeza que me había dejado la tarjeta de crédito en un comercio y que ya era demasiado tarde para recuperarla (la tarjeta se anuló antes de que ocurriera ninguna desgracia, por cierto). De esta forma, cuando nos dispusimos a atravesar el arco de seguridad, yo ya no sabía ni dónde había dejado exactamente mi formulario DS2019, ni dónde tenía la cabeza. Así que allí voy yo, con el anorak puesto, la cartera del portátil llena a reventar y una bolsa de deporte con las cámaras y demás material electrónico. Nos hacen quitarnos los zapatos y desplegar todo nuestro equipaje en bandejas, con lo cual me tuve que hacer cargo de una bandeja con el anorak, los zapatos y el cinturón, otra con la bolsa de deportes, otra con la cartera del portátil y el contenido de mis bolsillos (llaves, memoria flash, tapones para los oídos, cartera, monedero) y otra para el portátil en sí mismo. Eso hacen cuatro bandejas para una persona, que no está mal, con el consiguiente estrés derivado de estar pendiente de todas tus bandejas y sus vicisitudes. Tras pasar el arco un señor con bigote me advierte de que van a mirar mi equipaje, y yo digo que vale (como si pudiese decir otra cosa), así que nos retiramos a un rincón, se pone unos guantes azules, y empieza a cotillear mis cosas mientras yo pienso en las musarañas y en la tarjeta de crédito olvidada.

En un momento dado, el señor coge con unas pinzas una especie de trapito estéril (tiene una lata enorme lleno de ellos) y lo pasea por mis pertenencias para meterlo en un cacharrito después. Cuando el cacharrito se puso a pitar, no le di mayor importancia. Cuando cogió un segundo trapito, lo frotó con mi PDA, lo volvió a meter en el cacharro y me di cuenta de que la pantalla pasaba de un tranquilizador verde kiwi a un rojo parpadeante acompañado de la leyenda «EXPLOSIVOS» con letras mayúsculas, como que me sentí un tanto inquieto. Tercer intento con un nuevo trapito y de nuevo pitidos, pantalla roja y amenaza de explosivos en mi PDA. El señor del bigote, que no pierde la calma en ningún momento, llama a dos compinches suyos. Uno de ellos, con exquisitos modales (cosa que me intranquilizaba más aún) me advierte que me va a cachear, cosa que hace con parsimonia y exhaustividad mientras los otros dos pavos con sus respectivos pares de guantes examinan mis pertenencias como si cualquiera de ellas fuese a explotar en cualquier momento: miran muy de cerca mi llavero (peligrosísimo artefacto jamesbondiano), por todos sus lados entrecerrando los ojos, la cajita de los tapones para los oídos (sin atreverse a abrirla), y así sucesivamente.

El señor que me cachea no encuentra nada, pero el aviso de explosivos sigue en la pantalla y los operarios cuchichean entre ellos y señalan a la PDA. Yo, la verdad, es que estoy bastante incómodo. Con una pantalla parpadeante en señal de alarma acompañada de un aviso de explosivos ¿quién podría evitar que esta gente se tomase las «libertades» que quisieran? También pensé en el tiempo que la PDA o el portátil estuvieron en un laboratorio con todo tipo de productos, vete tú a saber cuál de ellos estaba provocando aquel desaguisado.

Al final, lógicamente, la cosa se aclaró. Me preguntaron si uso algún tipo de loción de manos, y de hecho sí la uso. Una crema hecha en Bélgica que, al igual que otros productos europeos, al parecer contiene algún derivado de la nitroglicerina. Los restos de esta crema en la PDA fueron suficientes para que el cacharrito de marras detectara trazas de explosivos. Por suerte en ningún momento intentaron confiscarme la PDA, pero el tubo de crema, que excedía los 100 mL, lo confiscaron.

Así que amigüitos, tened cuidado de lo que os echáis por las manos cuando viajéis a los EEUU. La obsesión paranoica por la seguridad de esta gente es algo sobradamente demostrado en un país donde usar incorrectamente un quitagrasas es considerado un delito federal. Eso sí: a pesar de mis pintas y de la visa siria de mi pasaporte, en todo momento me trataron muy educadamente.

PD: Os queda muy poco tiempo para participar en los Copépodos de Oro de este año.

8 comentarios en “Los explosivos de mi equipaje

  1. ¡Pues claro! Con la rabia que te dio que no te metieran en la sala de los posibles aspirantes a Guantánamo de ida, por lo menos de vuelta te has llevado un bonito recuerdo del control de policía yanqui… Y menos mal que cayeron en lo de la nitroglicerina, porque si no, te quedas sin crema de manos y sin PDA también!!

    A mí me pasó algo parecido en Inglaterra, porque llevaba la mochila cargada de té (que parecían sospechosos paquetes de drogaína)… El trapito a mí también me pitó, pero en cuanto le dije a la tipa que lo de los paquetes era té, ¡no se molestó ni en abrirlos! (que mira que podría haberme traído un par de kilos de coca de Hertfordshire jeje…).

  2. Bienvenido de vuelta amigo Copépodo! y encima has conseguido escapar de la paranoica seguridad estadounidense… eres nuestro héroe! jajajaja. Y llevas razón se me está haciendo tardísimo para los copépodos, pero estoy falto de inspiración con los berberechos…

  3. Muy bueno, hubiera sido gracioso q la PDA les estallara en la cara en el momento de inspeccionarla xD.

    Para momento paranoico cuando en el aeropuerto de Pisa me hicieron tirar mi botella de gazpacho q me había hecho pa alimentarme en el viaje. Ni bebiéndome media delante suya se convencieron de q no era un explosivo… si es q las reglas son las reglas, y la de los líqidos es la más absurda de todas.

  4. Eulez: es una palm Tungsten, un artefacto peligrosísimo, ya se sabe.

    Juliacgs: Pues menos mal que no me traje muestras de las mías (las envié por correo a la universidad), porque imagínate cómo le explicas tú a un agente de seguridad aeroportuaria qué son una sarta de plantas metiditas en sobres, todos ellos cuidadosamente anotados.

    Agu2v: la norma de los líquidos es de risa y no creo que valga para nada. ¿Por qué narices si no se nos permite llevar botellas de más de 100 mL en todos los demás transportes, estadios de fútbol, manifestaciones y cualquier otra aglomeración de gente?

  5. Pingback: Enésima marca en mi expediente aeroportuario « Diario de un copépodo

Deja un comentario