Docencia en Estados Unidos: reflexiones sueltas

 

Hace unos días que se acabó el curso por aquí y aprovechando el respiro que ello conlleva voy a ver si actualizo un poco esto. Los últimos meses han estado llenos de nuevas experiencias derivadas del cambio de trabajo, que en gran parte consiste en ponerme delante de un puñado de desconocidos de veinte años y enseñarles algo. Hacía ya bastante tiempo que no daba clase, y nunca lo había hecho en un contexto como este, así que, sí, digamos que ha sido un proceso intenso que bien merece algunas divagaciones. He hablado varias veces ya de cómo funciona la universidad en Estados Unidos (una vez en 2008 y otra en 2013). Va a ser inevitable que me repita un poco, aunque intentaré insistir en las novedades que me da la nueva perspectiva.

Comenzaré con algunos detalles técnicos. En esta universidad tenemos un calendario que va por trimestres, tres por año académico, cada uno de ellos consistente en diez semanas (aunque en breve vamos a pasarnos al típico estadounidense de dos trimestres de quince semanas por año académico). Para que os hagáis una idea de cómo son las cosas, este año he dado dos cursos de botánica (uno en el primer trimestre y otro en el segundo) y uno de ecología (en el tercero). Como esta es una universidad pequeña, no tenemos asistentes de laboratorio y las prácticas las tenemos que dar nosotros -sólo la práctica en sí, hay una coordinadora de laboratorio que se encarga de preparar los materiales antes de que llegues- lo que en total equivale a que este curso he tenido entre 7 y 9 horas semanales estrictamente de docencia (230 en total). Por lo que sé, aunque es bastante si se compara con centros estadounidenses (sobre todo los de las grandes universidades), esto no es muy diferente a la dedicación total que tiene un profesor en muchas universidades españolas.

Las diferencias empiezan, por ejemplo, en el número de alumnos por clase. Mi departamento es, no sé si el primero o el segundo en cuanto a tamaño dentro del campus, eso quiere decir que mis clases han tenido entre 25 y 40 alumnos por curso (20-25 por turno de laboratorio), y esto, lo creáis o no, son unas cifras muy altas. La página web de la universidad presume de tener un ratio medio de doce (¡doce!) estudiantes por profesor, lo que convierte a clases como las que he dado (una troncal para el grado en biología y una optativa muy socorrida para completar unos requerimientos generales en conocimientos científicos) en asignaturas excepcionalmente concurridas. El año que viene, que doy una asignatura de filogenética más avanzada, espero tener en ella unos diez. A cualquiera de los presentes que nos hayamos licenciado en una universidad pública española, esto nos puede sonar a guasa. En las asignaturas de primero y segundo no era raro que estuviésemos en clases de más de cien alumnos. Esto tiene mucho que ver con el «producto» que la universidad ofrece, y es que, recordemos, una característica propia de la educación en EE.UU. es que se ve más como negocio que como servicio.

Explicándolo en términos de negocio: el nicho que explota una universidad como esta, la forma que tiene de diferenciarse de las competidoras, reside precisamente en los beneficios que conlleva para la educación del alumno en clases pequeñas, con una interacción cercana con el profesorado, más personalizada, y una mayor posibilidad de hacer, por ejemplo, pinitos en investigación. La satisfacción con el «servicio» es importante, claro, porque entre pitos y flautas cada estudiante se deja la friolera de 33.000 dólares de media por año. Sí, no me he equivocado, y ojo, que esa es la cifra media después de aplicar ayudas, becas y subvenciones.

Ya solamente esta afirmación nos cuesta un esfuerzo tremebundo de asimilación a quienes entendemos que la educación accesible a cualquiera debería ser un derecho, así que aquí es donde se hace evidente esa diferencia de concepto que anticipaba antes. En Estados Unidos, los estudios universitarios son, para empezar, un rito iniciático, una especie de mili de la vida adulta. Es cuando, casi por sistema, se deja la casa de los padres y se independiza uno, más o menos, como hemos visto en tantas películas. Después de varios años viviendo este tipo de universidad, cada vez estoy más convencido de que lo que se paga es en parte toda la pompa, el artificio y el decorado para que ese rito iniciático resulte creíble. En comparación, nuestras austeras universidades públicas están desprovistas de todo cascarón estético y se quedan con lo que es la esencia imprescindible de una educación superior. La única contrapartida negativa que veo a un sistema público y virtualmente gratuito en comparación es que, como ya he dicho alguna vez, es fácil que el estudiante español no valore en su justa medida lo afortunado que es al tener un acceso tan relativamente asequible a un título universitario, precisamente porque no implica un elevado coste económico.

La verdadera tragedia de la educación superior en Estados Unidos es doble. Para empezar, implícitamente es casi imposible acceder a un buen empleo sin título universitario. Dado el coste que tienen, esto supone una brecha social casi abismal entre los que pueden acceder a la universidad y los que no. Esto quiere decir que las élites de toda la vida, los blanquitos de buena familia cuyos padres fueron a la universidad, normalmente pueden perpetuarse en esas posiciones. Sin embargo, el salto que tienen que dar todos aquellos que vienen de familias sin estudios universitarios es inmenso y para muchos, completamente insalvable. Los que consiguen dar el salto (a menudo endeudándose hasta las cejas) lo tienen además especialmente difícil porque pasan a convivir con estudiantes de un contexto social que desconocen y en el que les cuesta mucho sentirse socialmente integrados. Los abandonos son mucho más frecuentes en estos alumnos de primera generación, que además, con frecuencia pertenecen a minorías raciales y otros grupos históricamente discriminados.

La segunda tragedia es la que, lamentablemente, se está haciendo evidente no sólo en EE.UU. sino en todo el mundo: hoy en día, tener un título universitario no es, en absoluto garantía de conseguir un empleo «decente». Digamos que es un requisito necesario, pero no suficiente. Este problema, que es generacional, resulta especialmente perverso en un país donde a menudo tienes que pedir una hipoteca para poder estudiar. Lo de que la deuda contraída por estudiantes universitarios sea ya uno de los grandes problemas nacionales en muchas encuestas es sintomático de la gravedad de esta situación.

A nivel personal, ha habido muchos aspectos de pasar a trabajar en un centro así me tenían inicialmente un poco desorientado. En este caso, no ser ciudadano estadounidense ayuda a poner un poco de distancia: así es como funcionan las cosas aquí, literalmente «ya estaban así cuando llegué» y no siento que nadie me haya pedido opinión. Así que nada, me toca asumir que este contexto educativo es el que es, dar gracias por el que yo disfruté (valiosísimo y digno de conservación en España) y recordarme a mí mismo que no me tengo que confundir: soy un currito y la universidad es mi empleador, la que me da dinero por mi trabajo y punto. Que este trabajo además me guste es una suerte añadida que me motiva para hacerlo lo mejor posible, en unas circunstancias que, asumo, son las que son.

En cuanto a las clases en sí, he tenido sorpresas de todo tipo. Para empezar, confirmé algo que ya me olía en la UConn, y es que el nivel de exigencia a nivel de contenidos me parece muy bajo comparado con lo que yo creo recorder de cursos equivalentes. Si comparo, por ejemplo, la asignatura de botánica que enseño con la que recibí en la carrera, el contraste es tremendo. En esto sé que tengo que tener cuidado porque se están mezclando varias cosas: 1) la diferencia de contenidos en sí, que no voy a negar, 2) el hecho de que ya ha llovido mucho desde que yo estudié (y con la edad ya se sabe que uno se vuelve más gruñón y más proclive a decir que «en mis tiempos todo se hacía mejor») y 3) que tampoco me puedo poner yo como ejemplo, que a fin de cuentas era un empollón indomable y mi motivación no era representativa de la típica.

Dicho esto, sé que el dilema entre dar prioridad a los contenidos o a las competencias es uno de esos debates interminables de los docentes y que a mí me pilla recién llegado, así que no me voy a meter en jardines, pero digamos que en este centro sí que se valora que te tomes en serio cómo quieres que tu docencia sea efectiva y se te anima a que pongas en práctica técnicas de aprendizaje activo. Vamos, que menos clase magistral y más discusión, empleo de casos de estudio, proyectos y cosas por el estilo, y por mí, bien, porque aquí entra en juego una de las características de cómo funcionan las clases aquí. En mi primer día, a los pocos minutos de empezar a hablar, lancé una pregunta/globo sonda y cuál fue mi sorpresa al ver que no una sino varias manos se alzaban en poco tiempo. Ni como estudiante ni como profesor estaba yo muy acostumbrado a la participación en clase, y tengo que decir que este aspecto sí que me ha sorprendido muy positivamente y ayuda a que las clases sean más agradables para todo. Muy peliculero, eso sí, una vez más.

Además, el apoyo del centro a aprendas y experimentes estrategias docentes nuevas anima bastante a salirte de los formatos clásicos.

Por lo tanto, asumiendo que es imposible incluir todos los contenidos que me gustarían, mi reflexión es la siguiente: yo soy la última línea de defensa antes de que esta panda reciba un título de biólogo y su única oportunidad de «alfabetización» en, digamos, botánica, van a ser las diez semanas que pasen conmigo. ?Qué quiero hacer con ese tiempo?

Entre los momentos para recordar citaré: cuando acabé tirando bolas de papel de distintos tamaños a los alumnos para demostrar una cosa sobre dispersión de esporas (tirando a dar); cuando le pedí a una estudiante que abriese un coco a martillazos y que encontrase el embrión, o en general cuando puedo contarles alguna batallita de mis viajes. Siempre me llama la atención lo fácil que es asombrarles sobre algo con poco esfuerzo. En general mi percepción es que su experiencia vital ha sido bastante limitada, y esto como docente me da bastante juego, al menos con algunos, que responden muy bien. Es justamente este tipo de momentos, cuando ves caras de asombro o cuando ves que algo que has dicho hace encajar la última pieza del puzzle los que me dejan más contento.

Luego hay de todo, claro. He tenido típicas frustraciones que seguro comparten todos los profesores que lean esto. Gente que me ha intentado torear y se ha presentado tres horas tarde el día del examen final lloriqueándome porque se le había pasado la fecha (que se establece con meses de antelación), algún intento de plagio, retrasos a la hora de presentar trabajos y un largo etcétera. En la parte personal, aunque hay de todo, sí que me da la impresión de que estos alumnos están bastante mimadetes y consentidos por la universidad. Como he dicho antes, yo tengo cierta flexibilidad a la hora de ser más o menos exigente, pero no puedo abstraerme del todo a la realidad del sistema. Por ejemplo, se espera de ellos que asistan a clase y se espera de mí que lleve la cuenta de las faltas de asistencia (cosa que hago, pero resistiéndome a penalizar por las faltas, pese a las amenazas que les lanzo). La consecuencia es que horas antes de una clase son capaces de escribirme un email contándome con innecesario detalle la tremenda diarrea que están sufriendo y que les impide asistir. Tengo que contenerme para decirles que en el fondo me la sopla que vengan o no, pues ya son mayorcitos para decidir lo que hacen con su vida, (y, de paso, que no me creo el 90% de sus burdas excusas de lunes de resaca). En fin, gajes del oficio, supongo.

Los estudiantes con los que tengo relación más cercana son los que están haciendo investigación en mi laboratorio. Tengo en marcha la digitalización del herbario (algo de la que ya os hablaré en otro momento) y un par de proyectos piloto florísticos para ir calentando. Estoy un poco hasta arriba, pero mi idea era empezar este verano el trabajo de campo para mi proyecto central (biogeográfico), que también os contaré otro día. En total son cinco los estudiantes que han trabajado más o menos regularmente conmigo los últimos meses. En general están siendo experiencias buenas, pero he aprendido (o se me había olvidado) lo lento que es el proceso de formar estudiantes desde cero.

Hablar con ellos también me ha quitado algunos de los prejuicios con los que vine. Esperaba que una mayoría de ellos fuesen chavales de familias muy acomodadas (lo suficiente como para poderte pagar la matrícula en un sitio así), pero me he dado cuenta de que hay que tener cuidado porque las historias que hay detrás son de lo más diversas y no se pueden anticipar. Algunos forman parte de esos alumnos que se han hipotecado a más no poder y eso les pone en una situación muy vulnerable. A diferencia de lo que ocurre en un sistema público, la mayoría de los estudiantes universitarios (y en especial los de primera generación) están usando su único cartucho y no tendrán más oportunidades de titularse si fracasan. Esta fuente de ansiedad añadida explica por qué muchos tipos de problemas de salud mental son muy elevados entre la población universitaria, e incluso la incidencia del suicidio es especialmente alta. Añadamos algunas otras situaciones que me consta se están dando entre algunos de los alumnos del centro (como pertenecer a una familia indocumentada en la América de Trump) y quizá entendáis por qué he perdido algunos prejuicios sobre qué tipo de alumnos iba a tener.

Como detalle final, aterrizar en mi nuevo centro ha sido más sencillo de lo esperable gracias a un sistema de formación para los nuevos profesores con reuniones semanales y un tutor de fuera de tu departamento al que pedir que te oriente en los primeros meses. Estos pequeños detalles (que se dan también en empresas privadas, por ejemplo) se agradecen muchísimo y son parte de ese toque yanqui destinado a que las cosas funcionen que hay que reconocer que saben hacer muy bien.

 

 

 

 

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5 comentarios en “Docencia en Estados Unidos: reflexiones sueltas

  1. Qué interesante cómo es el sistema. Bastante diferente al sistema español, aunque eso no es complicado.

    Lo del nivel, es algo que ya he escuchado bastantes veces en comparación con Europa, que en general en España los que éramos/somos de Licenciatura estábamos mejor formados en comparación con el resto (materias, conocimientos, etc.).

    Lo viví hace poco en Portugal estando de estancia y aproveché para conocer un poco el sistema. En general, nosotros tenemos una formación mucho mejor en licenciatura, incluso en los grados; aunque al llegar al Máster ellos nos superan. Un sistema 3+2 puro.

    No sé si ya lo has dicho en alguna otra ocasión, pero en USA ¿necesitas tener algún tipo de acreditación o habilitación por la Universidad, tal y como ocurre en los países lusófonos o francófonos?

    La verdad que las 240 horas son bastante más que algunos profesores titulares en España. Quizás el hecho de que estés en una Universidad relativamente pequeña debe de ayudar en ese sentido.

    Sigue contando cosas que siempre viene bien ir sabiendo qué habas se cuecen por otros lares..

    PD. Creo que tienes una errata «La página web de la universidad presume de tener un ratio medio de doce (¡doce!) estudiantes por alumno» supongo que es por profesor, en lugar de por alumno.

  2. Gracias Andrés, por lo de la errata. Aquí cada universidad va por libre en todo, no hay pruebas de acceso unificadas para estudiantes ni sistema de acreditaciones para docentes. Imagino que además de los países lusófonos y francófonos también incluyes a la ANECA. En el caso de EE.UU., en los dos aspectos (profesores y alumnos) se valora más el hecho de que se sea un «good fit» para la universidad en concreto y precisamente por eso no tendría mucho sentido un baremo universal que valiese para todos los centros, simplemente no encajaría con cómo se entiende aquí la educación universitaria.

  3. Muy interesante ver las diferencias con España, lo de 12 alumnos por clase ( o incluso los 40 que tenías) es flipante.

  4. En Escarabajo verde tambien explican como estan digitalizando los especimenes de sus museos.
    Supongo que en tu caso es mas facil, puesto que las plantas han perdido su tridimensionalidad.
    Puedes ir directo a como digitalizan los bichos en 3d en los minutos :
    7:30
    17:00
    El resto del documental explica la utilidad de la taxonomia y el papel de los museos. No sé si te aportará algo que no sepas.

    «y precisamente por eso no tendría mucho sentido un baremo universal que valiese para todos los centros,»

    Estamos demasiado acostumbrado a medir las cosas en una dimension: puntos, notas, tiempos.
    Es más facil comparar una cifra respecto a otra, pero muchas veces es insuficiente y es mas eficaz analizar los multiples factores de algo para ver si es lo mejor para una finalidad concreta.

    Un coche con mas velocidad punta, no tiene porque ser mas rapido en un circuito, porque hay mas factores, paso por curva, frenada.
    Un coche de rally puede ganar a un F1 en Monaco.
    Pongo el ejemplo del coche por ser algo con relativamente pocas variables.

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