Latinajos y malas hierbas

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A muchos de los lectores esta genial secuencia de “La vida de Brian” les hará gracia sólo parcialmente. A aquellos que en algún momento de su vida hayan tenido que bucear entre los ablativos, los verbos semideponentes, los valores de cur y “las aves del César murieron por falta de salud” posiblemente les resulte mucho más cómica. Que al latín es una “lengua muerta” no es ninguna novedad, pero si nos fijamos en cómo “avanzan” los planes de estudio, posiblemente no sea exagerado decir que hay quien además se ensaña con el cadáver, aunque sea el tipo de muerte de la que sólo pueden disfrutar lo que de por sí ya entró hace mucho en la eternidad.

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Ahora bien ¿sois capaces de encontrar un entorno moderno en el que el latín se utilice de forma obligatoria y normativa? Vale que Beni-16 continúa publicando en latín de sus encíclicas, pero eso no impide que éstas se publiquen también en otros idiomas ¿Alguien se las leerá en latín? Sin embargo quizá os sorprenda que hay un ámbito profesional, y además dentro del campo de las ciencias en el que el latín, como idioma, aún juega un papel normativo fundamental, y me estoy refiriendo a la botánica.

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“Vale”, me diréis, “ya estás haciendo trampa, claro que sabíamos que los nombres científicos se escriben en latín”. Bueno, pues no me refiero a eso. Efectivamente los nombres científicos de los seres vivos se construyen en principoio a partir de un binomio latino o latinizado, pero si nos fuésemos a quedar en eso no tendría suficiente chicha como para escribir una entrada completa. Además, en los tiempos que corren, está permitido asignar un nuevo nombre a pesar de que no sea de origen latino, o alterando el nombre de las letras de un nombre anterior, por ejemplo. Por si eso fuera poco, en realidad cuando nombramos una especie nos da igual que estemos hablando en latín o en chino, pues sólo nos importa que cada taxón tenga un nombre unívoco y no tanto su significado o exactitud (Quercus canariensis no está presente en Canarias y es un nombre tan bueno como cualquier otro). Lo que mucha gente no sabe es que hoy, a junio de 2008, para que el nombre de una nueva especie de planta sea válido debe ser publicado junto a una diagnosis en latín de forma obligatoria. Los fundamentos y justificaciones de esta norma es lo que me gustaría discutir con vosotros.

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La normativa que rige la nomenclatura de las plantas reside en el Código Internacional de Nomenclatura Botánica. Existe un código similar zoológico y otro microbiano. Esta división es un artificio consecuencia de motivos históricos que no vienen a cuento y fuente de problemas: por ejemplo, la definición de “animal” o “vegetal” no es tan nítida hoy como se pensaba hace tiempo, hay nombres genéricos que se aplican tanto a animales como a plantas (Crambe, por ejemplo, puede ser tanto una crucífera como una esponja), y, sobre todo, que de forma intuitiva lo lógico sería que existiese un sistema más o menos unificado para dar nombres a los seres vivos. Dejemos esto al margen; lo importante es que la diagnosis latina sólo perdura en el código botánico y se abandonó en el zoológico y el microbiano.

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El texto del código que nos ocupa está disponible libremente en la red y es el remedio más eficaz contra el insomnio. En cada Congreso Internacional de Botánica, los popes de turno incorporan algunas enmiendas y se publica la nueva edición. La más moderna es la que surgió tras el Congreso de Viena en 2005 y por eso se le llama habitualmente “el Código de Viena”. Distintos estudios científicos demuestran que su sola presencia en la mesilla de noche es un potentísimo somnífero, y si no me creéis, echemos un vistazo:

8.1. The type (holotype, lectotype, or neotype) of a name of a species or infraspecific taxon is either a single specimen conserved in one herbarium or other collection or institution, or an illustration (but see also Art. 37.4 and 37.6 for names published on or after 1 January 1958).

8.2. For the purpose of typification a specimen is a gathering, or part of a gathering, of a single species or infraspecific taxon made at one time, disregarding admixtures (see Art. 9.12). It may consist of a single plant, parts of one or several plants, or of multiple small plants. A specimen is usually mounted on a single herbarium sheet or in an equivalent preparation, such as a box, packet, jar or microscope slide.

Ex. 1. «Echinocereus sanpedroensis» (Raudonat & Rischer in Echinocereenfreund 8(4): 91-92. 1995) was based on a «holotype» consisting of a complete plant with roots, a detached branch, an entire flower, a flower cut in halves, and two fruits, which according to the label were taken from the same cultivated individual at different times and preserved, in alcohol, in a single jar. This material belongs to more than one gathering and cannot be accepted as a type. Raudonat & Rischer’s name is not validly published under Art. 37.2.

8.3. A specimen may be mounted as more than one preparation, as long as the parts are clearly labelled as being part of that same specimen. Multiple preparations from a single gathering that are not clearly labelled as being part of a single specimen are duplicates, irrespective of whether the source was one plant or more than one (but see Art. 8.5).

Ex. 2. The holotype specimen of Delissea eleeleensis H. St. John, Christensen 261 (BISH), is mounted as two preparations, a herbarium sheet (BISH No. 519675) bearing the annotation «fl. bottled» and an inflorescence preserved in alcohol in a jar labelled «Cyanea, Christensen 261». The annotation indicates that the inflorescence is part of the holotype specimen and not a duplicate, nor is it part of the isotype specimen (BISH No. 519676), which is not labelled as including additional material preserved in a separate preparation.
Ex. 3. The holotype specimen of Johannesteijsmannia magnifica J. Dransf., Dransfield 862 (K), consists of a leaf mounted on five herbarium sheets, an inflorescence and infructescence in a box, and liquid-preserved material in a bottle.
Ex. 4. The holotype of Cephaëlis acanthacea Steyerm., Cuatrecasas 16752 (F), consists of a single specimen mounted on two herbarium sheets, labelled «sheet 1» and «sheet 2». Although the two sheets have separate herbarium accession numbers, F-1153741 and F-1153742, respectively, the cross-labelling indicates that they constitute a single specimen. A third sheet of Cuatrecasas 16572, F-1153740, is not cross-labelled and is therefore a duplicate.
Ex. 5. The holotype specimen of Eugenia ceibensis Standl., Yuncker & al. 8309, is mounted on a single herbarium sheet at F. A fragment was removed from the specimen subsequent to its designation as holotype and is now conserved in LL. The fragment is mounted on a herbarium sheet along with a photograph of the holotype and is labelled «fragment of type!». The fragment is no longer part of the holotype specimen because it is not permanently conserved in the same herbarium as the holotype. Such fragments have the status of a duplicate, i.e. an isotype.

8.4. Type specimens of names of taxa must be preserved permanently and may not be living plants or cultures. However, cultures of fungi and algae, if preserved in a metabolically inactive state (e.g. by lyophilization or deep-freezing), are acceptable as types.

Ex. 6. The strain CBS 7351 is acceptable as the type of the name Candida populi Hagler & al. (in Int. J. Syst. Bacteriol. 39: 98. 1989) because it is permanently preserved in a metabolically inactive state by lyophilization (see also Rec. 8B.2).

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Y así sigue páginas y páginas. El capítulo que rige la normativa sobre el uso del latín (con modificaciones para las algas y los fósiles) es el 36 y dice así:

36.1. On or after 1 January 1935a name of a new taxon (algal and all fossil taxa excepted) must, in order to be validly published, be accompanied by a Latin description or diagnosis or by a reference to a previously and effectively published Latin description or diagnosis

(Antes de 1935 también se hacía, pero la norma no era igual)

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¿Esto qué quiere decir? Cuando un botánico propone un nuevo nombre para una especie, ese nombre sólo será válido si cumple una serie de normas respecto a, por ejemplo, la efectividad de su publicación (no vale publicar tu hallazo en la hoja parroquial del pueblo, sino en un medio científico que tenga un mínimo de divulgación en el mundo). Una de esas “normas de validez” es que se expongan en latín ordenadamente qué caracteres permiten distinguir la nueva especie que se propone de otras cercanas. Normalmente ocupa apenas unas pocas líneas, uno o dos párrafos como mucho y a esto es a lo que se denomina diagnosis, que a veces llega a ser una breve descripción. El origen de esta costumbre se remonta al siglo XVIII, cuando el latín seguía siendo la lingua franca del pensamiento y la ciencia en todo el mundo; en ese momento la decisión sobre el idioma de consenso era obvia.

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(Inciso: en la primera clase de botánica de la carrera las primeras palabras del profesor fueron: «posiblemente penséis que los botánicos somos una gente muy rara que habla latinajos…«. Yo por aquel entonces carecía de una opinión acerca de los botánicos, pero las palabras de mi profesor resultaron ser proféticas)

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Hay que aclarar que el latín que se usa para estos menesteres es una versión descafeinada y simplificada del latín clásico. Digamos que el latín botánico es al latín clásico lo que un mensaje SMS a Calderón de la Barca (aunque sin faltas de ortografía). Si Cicerón leyese la diagnosis en latín de una planta posiblemente se arrancaría los ojos con su stilus y se tiraría desde la Roca Tarpeya gritando horrorizado. Para los botánicos esto puede ser una ventaja, porque escribir en latín es relativamente más fácil de lo esperado. El manual de referencia sobre latín botánico es la obra de William T. Stearn, un clásico que sólo recientemente ha sido traducido al castellano (y es que me da a mí que los sajones siempre han sabido disfrutar del latín más que los que hablamos romance).

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¿Tiene esto alguna utilidad? Que potencialmente la diagnosis de todas las especies de plantas estén escritas en un mismo idioma por consenso es una ventaja tremenda. Si os viéseis en la tesitura de estudiar la flora de un territorio y os encontráis con lo que parece una nueva especie de planta, tendríais que revisar de forma exhaustiva lo que dice la bibliografía sobre las plantas de la región (¡hay que estar seguro de que lo que tenemos entre manos no fue ya descrito por Fulanito de Tal en sus expediciones de 1830!). Tirando del hilo de cada nombre que se cita en libros viejos y con dos dedos de polvo finalmente llegaréis a su protólogo, a su descipción original, cuya diagnosis (¡la esencia que detectó su autor para considerarla una especie distinta!) estará siempre en latín y no en diez idiomas distintos, según la época o país del autor. Este dato puede que no os parezca muy atractivo pero, creedme, cuando todo el texto está en sueco o en ruso, el parrafito en latín es un oasis y una bendición.

Ejemplo de protólogo tal y como se publica en la actualidad. Corresponde a Ocimum montjaneanum, una labiada africana descrita en 2004 (McCallum, D. A. & Balkwill K. (2004) A new species of Ocimum (Lamiaceae) from Swaziland. Botanical Journal of the Linnean Society 145: 379-383). En este caso la diagnosis es bastante corta, reducida a su mínima expresión, pero puede llegar a ser una breve descripción de la planta.

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Lo que quiero decir con esto es que da igual que trabajes en un laboratorio de alta tecnología y que hagas taxonomía secuenciando marcadores moleculares del genoma mitocondrial. Si quieres saber por qué en la etiqueta de tu planta pone Bryochuscum calliphragillistichum y no otra cosa, si quieres saber qué significa el concepto último, la esencia de esas dos palabras da igual lo que hagas, que al final la clave la tendrá un párrafo en latín.

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La pregunta que surge es por qué no se adopta el inglés como lengua universal de ahora en adelante, como ya han hecho los zoólogos. Personalmente yo estoy en contra. El sentido de usar una lengua consensuada para hacer internacional las diagnosis sólo se mantiene si esa lengua no se cambia, incluso aunque haya caído en desuso. Ahora puede parecernos tan evidente que un científico va a saber inglés en todo momento como hace tres siglos se esperaba lo mismo de cualquier persona educada respecto al latín. Hay que tener una visión a muy largo plazo ¿Realmente pondríamos la mano en el fuego por que, dentro de doscientos años, el idioma de la ciencia seguirá siendo el inglés? De cambiar la situación podríamos encontrarnos con que, en un tiempo, un estudioso de las plantas -que queden vivas- tendrá que estar familiarizado no sólo con el latín (puesto que siempre estará presente la necesidad de recurrir a las fuentes más clásicas) sino además, digamos, con el inglés, el chino y el euskera. Por otra parte si nos empeñamos en mantener el latín como normativo para las diagnosis sólo habrá que conocer ese idioma, incluso aunque esté en desuso.

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El contraargumento que se puede utilizar es de un pragmatismo incontestable: el latín se estudia cada vez menos y es indudable que el inglés realmente ha pasado a ser la lengua de la ciencia. Si los futuros científicos ya no estudian latín (y esto es un hecho), con toda seguridad esta reliquia de la botánica desaparecerá en poco tiempo. En varias ocasiones la controversia de retirar la exigencia de la diagnosis latina del Código ya ha sido discutida. Ya en nuestros días se nota que cada vez menos botánicos están familiarizados con el latín y muchos profesionales tienen que pedir ayuda al colega senior más cercano porque no queda ya nadie en su grupo de investigación que sea capaz de escribir una breve y telegráfica diagnosis. El próximo Congreso Internacional de Botánica es en 2011. Teniendo en cuenta el inexorable relevo generacional, ¿Incluirá el «Código de Melbourne» el artículo 36 tal y como lo conocemos ahora?

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¿Cómo justificar entonces el estudio del latín entre los científicos? El propio planteamiento de la pregunta únicamente en términos de utilidad me disgusta, especialmente porque la gente que suele plantearla no acepta respuestas más allá de un pragmatismo miope que difícilmente se puede combatir. Efectivamente, para mucha gente un científico no necesita ni latín, ni historia, ni filosofía, ni arte ni nada más allá de lo que tiene delante. En un mundo en el que los centros educativos cada vez se parecen más a simples lugares de capacitación laboral, sólo preocupados por lo que el individuo puede aportar a la empresa, no hay sitio para lenguas muertas. Incluso los estudiantes de Bachillerato que optan por el estudio de humanidades ven reducida a una mínima expresión sus posibilidades de aprendizaje de latín y griego respecto a hace unos años. En este contexto será mucho más fácil que se acabe con la diagnosis obligatoria en latín botánico antes que recuperar el estudio del mismo.

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Y vosotros ¿qué opináis?

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Esta entrada está dedicada a las personas que hacen posible la web Chiron, unos docentes entusiastas que intentan, pese a todas las adversidades, mantener viva la llama de las Clásicas entre los escasos y privilegiados jóvenes que pueden estudiarlas en la actualidad.

20 comentarios en “Latinajos y malas hierbas

  1. Yo siempre he defendido que se pueda estudiar latín en el instituto fuera cual fuera la rama elegida, al menos como optativa.

    Y no siendo así, la segunda opción sería ofertar el latín básico en la carrera de biología, pero claro con el nuevo plan Bolonia que forma «trabajadores» en lugar de personas, imposible lo veo.

    Estoy muy de acuerdo contigo en que un científico no debe ceñirse a su campo, pues en el fondo acabaría siendo un ignorante.

    Un saludo

  2. hola copepodo, bueno eso de que los botánicos son gente rara, me parece muy excluyente, los zoólogos, micólogos y biotecnólogos(así como sus aspirantes) también los somos jajaja… creo que es un requisito para entrar a la carrera de biología. pero fuera de este chascarrin…

    Sabes, un ex-seminarista me enseñó más latín en la preparatoria, mi maestro del primer curso de zoología nos enseñó algunas cosas, ero mas tienen que ver con pronunciación y cosillas así, pero realmente en la facultad no he aprendido nada de latín, y los rudimentos que prendí en la preparatoria casi se me han olvidado…

    Ahora bien, por un lado me parece que sería mas facil adoptar el uso del ingles, pero de todas manera tendrían que habérselas con los diagnósticos antiguos en latín…
    por otro lado pues el latín suena mas «bonito» que el inglés, eso es innegable pero, el uso de un latín hiper simplificado ¿no denota una tendencia cada vez mayor hacia el abandono del latín para dicho fin?.

  3. Claro, lo del uso del latín en este aspecto supongo que será una remanencia del pasado, de cuando Isaac Newton firmaba Isaacus Newtinus (no es coña) Viene a ser como el sistema de formulación química que, llegado un momento, fue cambiando (y aún está en transición) ¿Acabará cambiando? Quién sabe, yo creo que no, son cosas que están ahí desde siempre y tendría que haber mucha polémica al respecto.

    Por otro lado, el tema utilidad, como bien decís todos, elimina cualquier posibilidad de saber algo (yo apenas sé sumar, eso sí, te canto OT en latín si quieres)

    Y, por último, el aprendizaje del latín (incluso para los estudiantes de humanidades) no te creas que es muy brillante. No se estudia como puede hacerse el inglés, pues se trata de una lengua muerta, así que se cargan las tintas en la traducción, pero no en la producción. Y, por cierto, creo que un alumno de bachillerato de Ciencias de la salud no puede estudiar latín, no es optativo. Pero esto no lo tengo seguro ¿eh? (en todo caso, no lo escogen, nadie sabe lo de Melbourne)

  4. Yo soy de antes de la ESO, uséase de BUP. En 2º no teníamos todavía que elegir ciencias o letras, así que estudiábamos latín junto con literatura o física. Fue algo que siempre agradecí. Gracias al latín, uno conoce mejor su propia lengua y, como bien decís, una carrera puede ser todo lo científica que quieras, pero la mayor parte de los términos científicos son o latinos o latinizados (todavía me acuerdo del «Arrhenius vivit!»). Siempre creeré que el latín debería ser obligatorio, al igual que filosofía, fuera cual fuera la rama por la que uno se decidiera.
    Las fuentes clásicas están en lenguas muertas en su mayoría, y no veo yo a la IUPAC biológica (sea cual sea su nombre, que no soy biólogo) revisando todos los escritos y traduciéndolos al inglés o al idioma que sea.
    Por cierto, este lunes empiezo un curso de latín impartido por la Universidad de Salamanca. Es curioso que escribas este post, copépodo, precisamente ahora…
    Ita est!

  5. Gorrión: No creo ni que fuese necesario ofertar el latín en una carrera de letras. Bastaría, como ocurría antes, con que en el Bachillerato se diese un curso alguna vez, simplemente tener unas nociones, pero ni eso.

    Lalo: Gente rara desde luego, pero en latinajos los botánicos aún dan más la campanada. De todas formas sólo quería contar la anécdota, claro que el latín y el griego son omnipresentes en el vocabulario científico.

    Gloria: yo sospecho que si vas por ciencias no lo puedes elegir. Faltaría que algún docente más enterado nos cuente cómo van las cosas ahora. Creo que hay examen de latín y griego en selectividad/PAU, pero sólo para los que van por Humanidades, el resto ni lo huelen.

    Radagast: ¿Un curso de latín para científicos? Qué buena idea, y sí, menuda casualidad.

    Yo también soy de BUP y COU, por eso tuve mi curso de latín. Tampoco es que haya que pedir mucho más, un curso bien apañadete, igual que se estudia historia o literatura, ¡que estamos hablando de tener formación! A mí me ha aportado muchas satisfacciones personales, y no sólo intangibles, también indudablemente prácticas (como sacar un notable en un examen de antropología de 4º que no me había preparado por deducir la etimologíia de un término del que nunca había oído hablar), pero me parece que eso no vale nada a efectos modernos. Yo al menos ya he tenido la satisfacción de hacer por mí mismo una diagnosis botánica en latín (aunque luego necesitase correcciones, lógicamente), y que Melbourne me quite lo bailado.

  6. Es un curso de latín-latín clásico de toda la vida, para todos los públicos y permitido a todas las edades (si naciste antes del 92). Vamos, como Bambi.
    Aunque la idea de un curso de latín enfocado a los científicos… suena chulo… si hubiera

  7. En la Universidad de Valencia me suena que hay algún curso de lenguas clásicas para gente de Medicina, que es una carrera en la que los latinajos abundan. Además, alguna gente coge como libre opción la troncal de latín I de filología clásica, para familiarizarse un poco con el léxico. Yo lo hice con latín y griego (dos cursos de cada), pero en defensa propia: en la facultad de Filosofía hay profesores que coleccionan idiomas, y de vez en cuando te salían con un «esto hay que entenderlo en latín, o no se entiende nada» que te dejaban roto.

  8. Que tiempos…, esto me recuerda en la facultad, había varios libros de botánica preciosos, pero… en !!japones¡¡, no se de donde habrían salido, lo único que se entendía eran los nombres.

  9. Ahh, olvidaba que cierto briólogo francés publico su guía en esperanto, era bastante molesto buscar un musgo con esa guía.

  10. Pingback: El código de Melbourne « Diario de un copépodo

  11. Que un profano en la materia describa el latín como «una lengua muerta» no demuestra má que pura ignorancia.

    Enseño esta lengua desde hace años. Es demostrable que el español contiene un 80% de latín bajo las formas de términos patrimoniales, cultismos y latinismos. Y éstos últimos, los latinismos, representan la prueba más evidente de la vigencia del latín en nuestra lengua: palabras latinas incorporadas a nuestra lengua (sic, ad hoc, a priori, in situ, in vitro, in extremis, per saecula saeculorum, etcétera). Además, podríamos hablar de la presencia del latín en la publicidad, las marcas comerciales, etc.

    El latín no es una lengua hablada; pero de ninguna manera es una lengua muerta, sino presente en nuestra cotidianeidad más inconsciente.

  12. Pingback: El latín, ni para la botánica | OrgulloDeSerLatino.com

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