Cosas que aprendí en Madagascar sobre la burbuja del cebú


Seguramente habréis escuchado o leído en anterioridad referencias al «mito del buen salvaje». Si bien en nuestros días se le suele poner lo de «mito» durante mucho tiempo, la idea del «buen salvaje» fue un tópico muy extendido entre los occidentales, que pensaban que de forma ancestral las comunidades humanas vivían en perfecta armonía con la naturaleza, todo era prístino y maravilloso, y así se mantuvo hasta que el malvado desarrollo vino a cargárselo todo. Por extensión, aquellas comunidades humanas que aún viven igual que hace 10.000 años, por ejemplo en las selvas del Amazonas o Nueva Guinea, son igualmente representaciones de este estilo de vida ancestral y no puede haber mejor interacción hombre-naturaleza que la que se da en estos pagos. Abusando un poco de este mito, también hay tendencia, incluso en la actualidad, a asociar los «usos tradicionales del terreno» con una relación excelente con los recursos naturales, permitiendo su renovación y la felicidad de las personas.

Ni qué decir tiene que esto no siempre es así, y que si bien en muchas ocasiones los usos tradicionales son mucho más sostenibles y deseables que los actuales, no faltan ejemplos en los que el ser humano ha demostrado su capacidad destructora desde mucho antes de las autopistas de peaje, el AVE y las redes WiFi. Un triste ejemplo de cómo los «usos tradicionales» del terreno pueden resultar horriblemente destructivos en contextos históricos modernos lo podemos encontrar en Madagascar y en uno de los elementos más importantes de la economía de este país: el cebú.

Cebú

Un puto cebú (Bos taurus indicus), pieza clave de la economía malgache

El cebú es una subespecie bovina, supuestamente derivada de los uros que habitaban el sur del continente asiático hace 8000 años. Se les reconoce muy bien por su gran tamaño, cuernos amenazantes, papada colgante y una característica joroba. A los pocos minutos de llegar a Madagascar se empiezan a ver cebúes por los caminos, los campos de arroz y las carreteras, y así se siguen viendo por todas partes y durante todo lo que dure la estancia. No se sabe muy bien cuándo se introdujo esta res asiática en Madagascar, pero muchos otros países del este de África también adoptaron a estos animales como ganado preferente, aunque su penetración en la cultura de Madagascar es especialmente notable.

Rebaño de cebúesLos cebús son relativamente versátiles: son excelentes animales de carga (y para muchos miles de malgaches su medio de transporte principal), su carne y su leche son comestibles y de su piel y huesos también se saca provecho. Sin embargo, dicha carne de cebú se consume sólo en determinadas ocasiones y la leche no es que sea ninguna maravilla, y si bien tiran de carros que da gusto verlos, raramente serán necesarios más que un par de ellos para una familia normal. A pesar de ello, la cría del cebú es una auténtica obsesión en Madagascar. Se ven por doquier rebaños enormes de estos tremendos bóvidos sin que aparentemente tengan otra función más que simplemente estar, y como veremos comprometen el tiempo y los recursos de una parte enorme de la población. ¿Y por qué? Porque por encima de todo, por encima de su valor tractor y alimenticio (y de forma parecida a como ocurre en otros países), los cebús son símbolo y ostentación de riqueza, son los ahorros familiares, los planes de pensiones y la dote de las hijas. Los cebús son, por encima de todo, la moneda del país.

Durante mi visita a la isla, por más que escuchara anécdotas y tradiciones relacionadas con los cebús nunca dejaron de resultarme sorprendentes, cuando no totalmente absurdas. A los occidentales nos resulta muy difícil entender a qué viene tanto afán de ahorrar y gastar dinero en la compra y cría de animales enormes que exigen un espacio, un cuidado, un pastoreo y una roturación del terreno constante sin que ello reporte ningún tipo de beneficio directo. Los ganaderos crían y compran cebúes sabiendo que no se los van a comer y que nunca tendrán una cantidad de carros tal que necesiten decenas o cientos de reses. simplemente los crían como quien ve crecer sus inversiones en bolsa (quien las tenga), aunque ciertamente contiene un gran significado puramente cultural. No podemos hacernos una idea de las sensaciones que despiertan entre los malgaches un saludable grupo de cebús caminando apaciblemente hacia el río para beber.

Originalmente, con una población humana relativamente baja, el impacto de la ganadería pudo haber sido sostenible y equilibrado, pero según se fue incrementando hacia los 20 millones de la actualidad los efectos han sido desastrosos. Los cebús exigen alimentarse de pasto, por lo que los bosques hubieron de talarse por toda la isla. Para mantener una población creciente de cebús (se cree que supera incluso a la de personas), más y más bosques fueron reducidos a cenizas, e incluso en los pastos ya existentes las quemas regulares son la regla para mantener una calidad de pasto adecuada para el alimento de los cebús. La triste realidad es que más del 90% de los bosques de Madagascar ha desaparecido, y cerca del 70% de esa deforestación se produjo entre 1895 y 1925, comenzando justo después de que Francia se anexionara la isla como colonia. El colonialismo francés resultó ser nefasto para los bosques de Madagascar, ya que se forzó la salida masiva al campo de gran parte de la población que llevó a cabo agricultura de corta y quema, que si bien fue prohibida a comienzos del siglo XX, caló muy hondo en los malgaches, que se hicieron dependientes del carbón vegetal así obtenido y de unos cultivos destructivos que han dejado destruida por la erosión una gran parte del país. La necesidad de mantener la creciente población de cebús hizo su parte impidiendo la recuperación de los bosques y perpetuando las quemas hasta niveles trágicos. En todo el país no cesan de verse incendios provocados para mantener los pastos del cebú, incluso de forma ilegal. En el fondo esto es una grave tragedia humanitaria, ya que gran parte de la población necesita carbón y pastos para subsistir. Desconozco si en su momento la cría del cebú fue una actividad sostenible, pero hoy en día, por muy tradicional que esta sea, desde luego no lo es.

Fuego

Incendios continuos en Madagascar. Los cebús tienen que comer. En los bosques deciduos muchas veces los baobas más viejos han sobrevivido, en parte porque son sagrados para muchos pueblos. Uno de nuestros guías llegaba a hablar de «la mafia del cebú», controlada por ganaderos cuya prioridad es el control de los pastos.

Durante el viaje tuve ocasión de conocer en persona el mayor mercado de cebús del país, que tiene lugar semanalmente en Ambalavao. Ganaderos de todo el país invierten muchas semanas para llevar y traer a pie sus rebaños desde ciudades lejanas. Los cebús que se mueven grandes distancias están todos convenientemente marcados con una etiqueta de plástico amarillo en la oreja para poder controlarse en las distintas fronteras regionales. Todo está escrupulosamente regulado, y desde luego es una experiencia de los más curiosa. Las reses empiezan a llegar a media mañana en gran número a una explanada elevada a las afueras de la ciudad, muchos cientos de cabezas todas las semanas. Asistir a una jornada de este mercado es penetrar en lo más íntimo de la cultura malgache y de su forma de entender la economía. Se ven familias humildes comprando o vendiendo unos pocos animales y grandes «empresarios» ataviados con ropa ecléctica y rodeados de cierto número de ayudantes que se encargan de ojear el ganado y de ir seleccionando las mejores operaciones. Todo se desarrolla siguiendo unos códigos que resultan incomprensibles para quienes no lo conoces, como en las lonjas, y todo lo alimenta la obsesión de convertir la riqueza personal en cebús.

Ambalavao. Mercado de cebúes
Mercado de cebús en Ambalavao

Orgulloso pequeño ganadero
Joven y orgulloso ganadero con su mercancía

Espekuladores del cebú
Empresario de fortuna decidiendo su inversión junto a su séquito

Más cebúes
Camino al mercado de Ambalavao

Brokeback Ambalavao
Brokeback Ambalavao

Ambalavao. Mercado de cebúes
Cebús marcados para poder circular por las carreteras

Cebúes por todas partesPor supuesto, intentaron venderme cebús. Varias fantasías se me pasaron por la cabeza, desde fundirme todo el dinero que quedaba del viaje en unos cuantos cebús para ir tirando, o incluso comprar uno pequeñito y llevarlo a pastar todos los días al Retiro, caminando tranquilamente por la calle de Alcalá dándole con la vara de Cathariostachys madagascariensis y, siguiendo el estilo malgache, no haciendo mucho caso al tráfico. Como es de esperar, el ganadero quiso sacarme por un joven y lozano ejemplar negro una cantidad desorbitada (millón y medio de ariarys) , aunque yo (que ya estaba documentado sobre el tema), sabía que un cebú puede salir por alrededor de los 700.000 (unos 250 euros). El tío estaba realmente empeñado en vendérmelo, así que preferí no regatear, que lo mismo me veía con algún problema de exceso de equipaje en el aeropuerto. El resto del viaje intenté calcular las cantidades grandes de dinero en función de los cebús que se pueden comprar con ella, así como mi sueldo o lo que nos habían costado los billetes de avión. Estoy seguro de que así es como piensan muchos malgaches. Por supuesto, la compra de uno solo de estos animales es un desembolso muy considerable para el malgache medio.

Sin embargo, no os he contado aún lo que para mí son las costumbres más estrafalarias relacionadas con estos animales. Seguro que no os extraña a estas alturas saber que los cebús son parte de las dotes de bodas, y que muchas familias ahorran durante muchos años para conseguir una dote razonable. En esta y otras celebraciones sí que es habitual consumir cebús, previo sacrificio que conlleva su ceremonial (como la entrega de la cabeza al padre de familia o el uso de la sangre con fines purificadores). Lo que se escapa a mi comprensión es que, por ejemplo, entre los betsileo de las zonas rurales, (y supongo que también en otras etnias), la fortuna familiar está destinada a desaparecer con la muerte del padre de familia. Cuando esto ocurre, los funerales (no las exhumaciones, o famadihana de las que os hablé aquí) exigen que se sacrifique un cebú al día mientras duren las exequias (es decir, hasta que no queden cebús), lo que implica en muchas ocasiones la ruina de la familia.

Pero sin lugar a dudas, los campeones de la excentricidad son una vez más la tribu de los bara. Como he contado en otras ocasiones (1, 2), los bara ocuparon las mesetas interiores del sur de la isla. Un terreno devastado precisamente por la obsesión de esta etnia por la cría del cebú, que ha reducido el terreno a una yerma llanura de pastos periódicamente incendiada con algún que otro árbol agonizante accidental. Culturalmente, los bara aprecian muchísimo este tipo de terrenos, lo ven bello y agradable porque es el que les permite criar cebús.

Meseta de los Bara

La desoladora llanura de los bara

Nuestra principal fuente sobre las tradiciones bara fue Todi,  un guía del parque de Isalo (de etnia sakalava). Es muy llamativo que incluso para sus compatriotas, los bara son gente misteriosa y un poco loca, de costumbres incomprensibles. Todi define a los bara como «gente rica que vive como pobre». Voy a intentar explicarlo. Ante todo los bara son ricos porque tienen cebús. Muchos. Muchísimos. En su cría y acumulación es en lo que afanan sus vidas, y pastorean rebaños enormes por estos pastos interminables. Los bara son polígamos, y Todi nos habló de un hombre que poseía 5.000 cebús y siete esposas. Ahí es nada. Lo de que viven como pobres es porque, pese a sus fortunas ganaderas, son seminómadas, no forman ciudades sino poblados y no viven como el resto de los malgaches, no invierten su riqueza en una casa grande, en un vehículo o en unas mínimas posesiones materiales que hagan su vida más cómoda, como por ejemplo, calzado. Daos cuenta de qué curiosa es esta definición y de cómo les choca a los propios malgaches ese contraste entre la riqueza de los cebús y la forma de vida de los bara. Tengo grabada la imagen de uno de ellos, llevando un rebaño de cebús y cubierto por un grueso lambas (prenda típica malgache, a modo de capa), que al parecer usan como manta cuando tienen que pasar la noche al raso (cosa que ocurre muy a menudo si se es pastor). De ella asomaba un fusil.

Pero si por algo son famosos los bara es por el rito iniciático que aún hoy sigue celebrándose para que los chicos jóvenes pasen a estar socialmente integrados como adulto. Ningún joven bara puede aspirar a casarse si no ha participado en un robo de cebús. Esta tradición ancestral bara es tolerada a nivel político ya que en principio sólo se roban reses entre poblados de la misma etnia, con lo que todo queda en casa. El procedimiento es realmente complejo. El adolescente que va a pasar a la vida adulta necesita en primer lugar la tutela de un chamán. El chamán le otrogará un talismán y le asignará una fecha propicia. durante la preparación del rito el joven está sujeto a muchos fadys (tabúes), como la abstención de determinados tipos de alimentos. El asalto a la tribu rival se hace de noche y en grupo. Una parte de los participantes (entre los que está el/los jóvenes que están pasando la prueba) roban el rebaño, cuanto más grande mejor, y otra parte del grupo les cubre en la retirada. Es fady retirarse del lugar caminando de frente, así que dicha retirada siempre se realiza corriendo de espaldas. La parte trágica es que desde hace algunos siglos los bara son amigos del uso de las armas de fuego, y muy habitualmente hay muertes durante estos robos, especialmente si se tiene en cuenta que los propios bara siempre están ojo avizor ante posibles robos de su propiedad, ya que perder el ganado es sinónimo de ruina.

De nuevo, no tengo ninguna conclusión. Simplemente quería contaros las impresiones tan hondas que me causó el tema del cebú y lo sorprendente que es que en nuestros días existan culturas tan distintas a la nuestra. Culturas que son capaces de empeñar todo su trabajo en adquirir unas posesiones caras, difíciles de mantener, que están causando la destrucción de su entorno natural a pasos agigantados y de forma irreversible y que aparentemente no tienen ningún fin más que la ostentación de riqueza, pues esa acumulación de bienes excede claramente a lo que son las necesidades y la utilidad que podría cubrirse con mucho menos. Totalmente absurdo y estúpido, ¿verdad?

15 comentarios en “Cosas que aprendí en Madagascar sobre la burbuja del cebú

  1. Pingback: Tweets that mention Cosas que aprendí en Madagascar sobre la burbuja del cebú « Diario de un copépodo -- Topsy.com

  2. jesús, ¿un cochazo? Y para qué? ¿Para ir al trabajo? ¿Para ir a comprar el pan? Y ¿dónde lo guardas? Ese coche en la calle te lo quitan. Ya tendría que ir con la casa en las afueras y protección privada de serie. Y volvemos a lo mismo ¿para qué? ¿y la hipoteca? ¿y el gasto brutal de agua, luz y gas a saco? Para qué sirve eso ¿para presumir? Amigo, para presumir y sentirte mejor y más superior que los demás. Lo mismo que los cebús, vaya.

    Mejor gastarse el dinero, si es que lo tienes, en no tener deudas y en un viaje a Madagascar, por ejemplo, ¿no?

  3. ¿Quién quiere ir a Madagascar teniendo un cochazo tan impresionante con el que ligarse a macizas, y una chabola tan guay para hacer fiestas con ellas desnudas en la piscina?
    Y yo no he hablado nada de hipotecas:también me pido en el paquete el dinero suficiente para no tener que pedirla, ni preocuparme de los recibos.

  4. Nos impresiona porque tendemos a mirar las otras culturas con nuestros propios ojos siempre provistos de cultura occidental.

    Dudo mucho que la ostentacion de la riqueza sea un factor clave en lo de estos animales. Mas bien parece que rige todo un universo simbolico de ritos (paso de jovenes a adultos), alianzas (matrimonios y dotes), etc… que poco tienen que ver con la acumulacion de riqueza, lo cual es practicamente unico en nuestra cultura occidental. Lo de la riqueza lo tenemos tan asimilado que pensamos que es un universal cultural.

    NO hablo del mito del buen salvaje. Evidentemente, los motivos y sistemas que forman parte de lo sagrado de una cultura no siempre tienen por que ser sostenibles con el medio ambiente (sea el dinero, sean los cebus).

    Por cierto, ¿el señor Todi era miembro de esa tribu? tampoco tiene por que pensar como ellos aunque sea compatriota. Nosotros no solemos pensar muy bien de los gitanos y otras etnias, xD.

    Estoy buscando en google si algun antropologo ha estudiado a los bara, y estoy viendo que, a diferencia de los betsileo de los que si hay varias monografias, parece ser que no. Y eso que yo pensaba que no quedaban tribus a repartir entre antropologos, xD.

    Gracias copepodo, lo mismo has conseguido que empiece a buscar un nicho de trabajo :-)

    PD: no estoy en huelga de tildes, es que el teclado ha decidido prescindir de ellos.

  5. Sobre por qué he puesto la foto del coche (aunque sea obvio), sólo quiero dejar claro que mi intención era poner un coche de lujo, es decir, cuyo precio excede con creces el necesario para llevar a cabo una función (transporte) y alcanza la ostentación de la riqueza y el status social. Lo mismo pasa con los cebús. Tener unos cuantos es imprescindible para arar los campos de arroz, transportar mercancías y demás necesidades de una familia rural. Querer poseer cuantos más mejor y obsesionarse con ellos tiene otros fines que, sinceramente, veo equivalentes al hecho de comprarse un Mercedes en vez de un Dacia. Cosas que tenemos los humanos, estemos donde estemos.

    la_Pé: Me alegro de que te haya gustado, pero por lo que sé (ojo, que no soy ningún experto) no estoy de acuerdo contigo. La gente intenta conseguir tantos cebús como pueda permitirse mantener, al margen de que no les sirvan para nada, más que como «inversión»: en vez de meter el dinero en un banco o debajo del colchón, crían ganado, y es un hecho generalmente admitido (así lo refleja, por ejemplo, cualquier guía de viajes) que es reflejo del estatus social y el poder adquisitivo. Al principio simplemente me sorprendía lo aparentemente absurda que resulta esta actividad, hasta que uno repara en nuestras abundantes contradicciones que en el fondo son muy similares.

    Los bara son especialmente excéntricos por los ritos de robos de ganado (¡imagínate pasar por eso para ser reconocido como adulto por la sociedad!), pero por todo el país se crían cebús con el mismo propósito. Todi es sakalava, y como digo en el texto, él mismo pensaba que los bara están un poco chiflados, ¡pero no por criar cebús! ¡Sino por la incapacidad de entender que esa gente tan rica (rica por tener cebús) viviesen de forma seminómada sin ni siquiera adquirir calzado! La gracia de que fuese Todi el que nos contara las costumbres de los bara es que efectivamente te dabas cuenta de algunos prejuicios que le afectaban a él como malgache a la hora de hablar de sus compatriotas.

    No sé, quizá tengas razón, pero para mí fue una sorpresa ver que una actividad tradicional como la cría del cebú, además de ser horriblemente nociva para la maltrecha biodiversidad del país, está impulsada por conductas humanas que en el fondo no nos son tan ajenas.

    No te puedo recomendar ningún libro que conozca sobre la antropología de la isla, pero es un tema apasionante que a mí también me ha quedado pensiente. Mi principal interés original era la flora y fauna, pero me fascinó la riqueza cultural de los malgaches y volví con ganas de leer algo. De entrada en esta página está la recopilación más completa de libros sobre Madagascar, aunque algunos supongo que son difíciles de encontrar. También te recomiendo que leas esta entrada si no la leiste en su momento, donde hablo de algunos ritos muy interesantes relacionados con la muerte de varias de las etnias de la isla.

    ¡Un abrazo!

  6. Tremendamente curioso y absurdo, tal y como yo lo veo, al igual que muchas de las costumbres «occidentales».
    ¡Cómo odio ese mito del buen salvaje, joder! Los humanos seguimos siendo humanos estemos donde estemos. Si vemos cómo una sociedad menos industrializada cuida su entorno vamos y pensamos «¡Qué sabios son! ¡Han comprendido su lugar dentro del ‘sistema Tierra’!» Y una mierda: lo que sucede es que no han accedido a un nivel de industrialización como el nuestro.
    Veo como una prueba de esa idea el excelente post con el que nos regalas, Copépodo.

  7. El tema es muy, muy interesante. Una matización chorra-pedantesca: por lo que cuentas, y lo que entiendo, creo que no se trata exactamente de una burbuja. Para que la hubiera, sería preciso que el precio de los cebúes estuviera aumentando continuamente debido —principalmente— a la mera expectativa del propio incremento de precio. O sea, algo del tipo «hay que comprar cebúes —o viviendas—, porque el cebú —o la vivienda— nunca baja de precio» que nos es tan familiar a otros aborígenes de otros lugares.
    La destrucción del depósito de valor (económico y simbólico) acumulado en los cebúes a la muerte del cabeza de familia me recuerda más bien a un rito de tipo potlatch.
    Saludos, y una vez más, enhorabuena. Se sigue superando usted.
    Moriarty

  8. Bueno, se han encontrado varios yacimientos de hachas de piedra correspondientes al período Achelense (alrededor de hace medio millón de años) que nunca fueron utilizadas (conservan el filo en perfecto estado). Al parecer, tales hachas habrían podido ser un símbolo de estátus y posición social: mira qué guay soy que puedo producir montones de hachas perfectas y no necesitar usarlas.

    El despliegue de estátus podrá dar asco a sensibilidades modernas, pero es lo esperable de una especie sometida a selección sexual.

  9. Gracias a todos por comentar

    Rad: exacto. Cualquier occidental que vea el percal le acabará preguntando al malgache «¿Y para qué quieres tantos cebús?», esa pregunta es tan absurda para ellos como lo es preguntarle al que se compra el mercedes.

    Moriarty: sí, tienes razón. Quise conservar lo de «burbuja» en el título porque durante el viaje tuvimos mucho cachondeo con la posibilidad de especular con cebús en el mercado y provocar una burbuja, pero en efecto, es un titular poco adecuado porque al final ni siquiera lo he mencionado. Ustedes me perdonen la licencia humorística.

    Lorenzo: Hombre, me parece un salto un poco arriesgado, cuando menos. Además, incluso aunque fuese cierto creo que la reflexión es más social que biológica, una reflexión acerca de nuestras ansias de control y acaparamiento de recursos incluso cuando supone una amenaza para la sostenibilidad de nuestras sociedades, por muy biológico que sea el origen de esta «pulsión». Muy interesante lo de las hachas, en todo caso.

  10. Muy buen post y muy interesante el tema. Desafortunadamente el mito del buen salvaje aún persiste, y en america hispana nos gusta mucho asociarlo con las culturas precolombinas, me parece muy jipioso todo eso.
    Lo de la tribu bara y el comentario de tu guía me recordó algunas historias que he escuchado acerca de gente que vive en condiciones más bien de pauperismo pero que tiene guardadas cantidades inimaginables de dinero o incluso casas en diferentes estados (de México, creo que serían provincias o algo así en España).
    sería muy interesante ver que pasa si llegara a Madagascar una epidemia que acabara con los putoscebues.

    • Ey Lalo, gracias por comentar. Imagino que una epidemia de cebús debe ser la pesadilla de los malgaches, supondría un cambio de paradigma cultural nada desdeñable. Supongo, eso sí, que los bosques lo agradecerían.

  11. Un version mas desmontando el estereotipo del buen salvaje.
    http://naukas.com/2012/03/05/ahora-somos-mas-materialistas-y-despilfarradores-que-antes/

    De todas formas pienso que el mito del buen salvaje tiene su fundamento.
    Tienen que proveerse de la naturaleza y si no lo hacen de forma sostenible acabaran destruyendo su fuente de sustento.

    Pasa un poco como con debate natural vs aritificial. Ambos pueden ser buenos o malos, pero normalmente las cosas naturales llevan usandose más tiempo esta más probadas.
    A veces hace falta un periodo prolongado para encontrar los efectos adversos, ejemplo el DDT.

    Pero como el caso que has mostrado, hay muchos ejemplos criticables en tribus y animales en los que nos vemos reflejados.

Deja un comentario