Back to the autoescuela


A estas alturas ya he dejado claro que disponer de un coche, por desgracia, se acaba convirtiendo en algo muy necesario en estas coordenadas. Durante muchos meses me desenvolví más o menos de aquella manera sólo con la bicicleta y el autobús. Esta temporada, que ahora recuerdo con incredulidad y asombro de mi determinación, incluía hazañas como salir de casa a las siete de la tarde en una negra noche lovecraftiana con una mochila llena de ropa sucia, dejar mi colada en la lavandería, ir al supermercado, hacer la compra de la semana en veinte minutos, volver a la lavandería a poner la ropa en la secadora, llevar la compra a casa, regresar, una vez más a la lavandería, recoger la colada, doblarla, volver a casa y colocar la compra y la ropa limpia antes de ponerme a hacer la cena. Muy a pesar de mi huella ecológica, ahora dispongo de un coche prestado y pronto me compraré uno. Quizá fuese inevitable.

El problema llega cuando te das cuenta de que la caducidad de tu permiso de conducir internacional (expedido sólo por un año) se acerca inexorablemente, y el «bah, ya lo haré luego», empieza a comprometer tu vida motorizada. Me apetece tener un carnet de conducir local, no sólo para poder seguir sembrando el pánico entre los ciervos del lugar, sino por la ventaja de poder enseñar una identificación que no despierte preguntas y que no llame la atención. El carnet de conducir es la indiscutible acreditación que te identifica como «uno de los nuestros», y no me extraña todo el rollo ese que hay con los carnets falsos y lo deseados que son por los borrachines prepúberes. Conseguirlo, incluso si peinas canas en el escroto y llevas ya algún que otro lustro al volante al otro lado del charco, es, como digo, un rollo. Por ir al grano: salvo si eres canadiense, francés o alemán (no sé si hay más excepciones), tu carnet no vale nada aquí: tienes que volver a sacártelo, y no contentos con hacerte pasar por un examen teórico (ya superado) y uno práctico (lo tengo el primero de octubre), tienes, obligatoriamente, que asistir a un «curso de conducción segura» de ocho horas de duración y de unos 125 dolaracos del ala de precio. A este menester he dedicado mis dos últimas mañanas de sábado, unas horas de mi vida perdidas irrecuperablemente y por las que he llorado chapapote enriquecido. Aunque suelo ver el lado bueno de las cosas, no conseguía encontrar nada que este meconio de curso me haya aportado, así que después de darle muchas vueltas he decidido sacarle algún partido… contándolo.

Preciosa mañana de sábado en Willimantic, heroine town, promesa de un día al que dedicar mil y una actividades maravillosas, excepto la de presentarse en una autoescuela a las 8:30 de la mañana. Atravieso el umbral de la puerta, me presento ante una señorita con mi humillante «Adult Learner Permit» (un carnet provisional que, teóricamente, sólo te permite conducir si estás acompañado y que que tiene un aún más humillante encabezado rosa -pero que aún no necesito porque mi permiso internacional sigue siendo válido). La señorita reconoce que he pagado ya por internet mi cuota y me señala dónde está la clase.

Mi entrada triunfal en la estancia es respondida por una treintena de pares de ojos que me miran al llegar. Ninguno de los presentes parece tener mas de veinte años. Me pregunto por un momento si se creen que soy el profesor. Me siento en un rincón, intentando no llamar más la atención, humillado. ¡Todo un doctor yendo a clase con unos adolescentes! ¡P’a lo que hemos quedao! La clase está plagada con las esperables señales de tráfico y con unos «collages» de «Don’t Drink and Drive» que por su manufactura parecen el producto de alumnos de preescolar. Decido no preguntarme por su origen. Al rato entra un grupo de chicos asiáticos (estudiantes de doctorado chinos, como sabría luego) que se sientan en una de las mesas y se ponen a hablar de sus cosas. Al rato, una señora que parece ser la única en disputarme mi rango como persona más veterana de la guardería, y unos minutos después, nuestro instructor.

Mr Robertson, que así se llamaba, es un señor entrado en la cincuentena, que viste pantalones cortos y polo amarillo. Cubre su reluciente calva con una gorra y lleva colgada una especie de acreditación, quizá para imponer respeto. Es la viva imagen (todo lo viva que la puedo tener) de un entrenador de béisbol. Su trato, forjado por vete-tú-a-saber cuántos años de rigurosa instrucción automovilística es seco y marcial, pero la respuesta de la apática clase siempre es más bien pasiva, como si a esta gente lo que les hiciese falta es una Michelle Pfeiffer en «Mentes peligrosas» (con la única excepción de una chica a mi lado, que resulta ser la marisabidilla que a todo responde, aunque sea para que sólo lo oiga yo y que me quede muy claro las ganas locas que tiene de conducir y lo bien preparada que está pese a sus 16 años).

Las primeras instrucciones de Mr. Robertson son sencillas: coger un impreso, rellenar con nuestros datos, escribir «Mr. Robertson» arriba a la derecha y entregárselo. Tardamos como quince interminables minutos en completar el proceso. Tiemblo de pensar lo que será capaz de hacer esta gente frente a un volante si se hacen la picha un lío por escribir su dirección. El grupo de los chinos, que parece recién llegado del avión, son especialmente tozudos a la diligencia que Mr. Robertson espera de ellos, y no en una, ni dos, sino hasta en tres ocasiones se les pide a varios de sus miembros que rectifiquen algún detalle de la primera y última pregunta del examen. La venganza llegaría luego, cuando Mr. Robertson tuviese que leer nuestros nombres en voz alta: resulta bastante cómico escucharle llamar a los chinos.

Comienzan las cuatro primeras horas de HORROR. Conducir en Connecticut es muy parecido a conducir en Europa. Hay diferencias, por supuesto, en algunas normas y señalizaciones, pero nada del otro mundo. La cuestión es que yo ya he superado el examen teórico… ¿Por qué, Zeñó, por qué tengo que pasar por esto? Mr Robertson empieza a repasar el código de circulación, las señales, lo que hay que hacer si viene el autobús escolar, y cómo guardar la distancia de seguridad con un tono monocorde y torturador. Cuando crees que estás a punto de morirte de aburrimiento, va y pone, ¡un vídeo! Un vídeo, queridos lectores, en los que un señor con americana de pana y una señora (negra, por aquello de la diversidad) con traje de chaqueta-pantalón y hombreras se presentan en plan «hola, soy Troy McClure y hoy vamos a hablar de la importancia de las líneas de la calzada». Tal cual. Me maravillo de nuevo ante la capacidad de Matt Groening de plasmar la realidad de la vida misma, justo antes de caer en una espiral de terror. Reglas mnemotécnicas, acrónimos, cruces, autopistas, chistecitos malos. Fecha de producción, 1994.

El momento álgido de la mañana tarda en llegar. En un momento dado, Mr. Robertson pregunta retóricamente: «¿Es la conducción un derecho?» Mi compañera la marisabidilla salta rauda: «no». Y nuestro instrutor asiente y nos da una breve pero significativa clase de derecho (traducción libre, pero ácureit):

«Efectiviwonder, conducir no es un derecho, es un privilegio. Hay que ganarse el privilegio de conducir, por eso estáis aquí. Conducir no es un derecho, como podrían serlo la libertad de expresión o la tenencia de armas [sic], esos son derechos que vienen en la constitución… pero ¡ojo! No son derechos otorgados por la constitución, ya los teníamos de antes: son derechos porque nos los da Dios [¡SIC!], la constitución simplemente evita que el gobierno nos los quite o nos los prohiba» (fin de la cita)

Fielmente retratado en su moderada moderación moderosa, esta perla de Mr. Robertson no parece provocar ni un pestañeo a mi alrededor. Con disimulo, recojo mis cejas del techo, donde se habían quedado pegadas, y me digo a mí mismo que no es el momento ni el lugar, y de repente conseguir el certificado de conducción segura parece mucho más difícil de lo que creía. (Nota: lejos de ser una actitud aceptable, esta declaración de intenciones de Mr. Robertson podría costarle algún disgusto si alguien se pusiera serio, pero como he dicho, esa no era mi guerra). Unas penosas lecciones, y otros tantos vídeos vintage después, somos liberados de nuestro infortunio hasta la semana siguiente.

Temiéndome lo peor, pero tomándomelo con tranquilidad regresé al sábado siguiente a agazaparme en el mismo rincón esperando que todo pasase pronto. Mr. Robertson nos recibe, ya algo más cordial (cuatro horas de tortura unen mucho) y con cierto ánimo nos vuelve a repartir los impresos para firmar, tomándose su tiempo en una cuidada pronunciación del chino. El tema de hoy: «DUI», que lejos de ser un dispositivo anticonceptivo es una manifestación de esa manía yanqui de ponerle siglas a cualquier tontería, en este caso Driving Under Influence: uséase, vamos a hablar de alcohol y drogas.

Mr Robertson empieza su segunda clase con una capciosa pregunta: «¿Por qué bebe la gente?» Alguien responde «porque tienen sed», y curiosamente el único que se ríe es Mr. Robertson. Tras un silencio incómodo yo me esperaba de nuestro instructor que nos respondiera con alguna razón hiperreligiosa del tipo «porque son unos pecadores irresponsables» o algo así. Nada me había preparado para la naturalidad de su respuesta: «beber forma parte de nuestra cultura», dice Mr. Robertson afablemente, y hete aquí que la clase empezó a sorprenderme. Con parsimonia empezó a sacar de un armario botellas de cerveza, de distintos tipos, botellas de vino, copas, vasos de chupito y el imprescindible vasito rojo de plástico mientras nos contaba una, sorprendentemente interesante, historia del alcohol en EE.UU. «El alcohol ha estado en este país desde su comienzo», y así, desde qué tipo de cerveza llevaban los puritanos, hasta qué inmigrantes fueron trayendo los distintos vinos y licores, pasando por la historia de la Ley Seca y las destilerías sureñas, el muy cabronazo se tiró hablando una hora. Para mi decepción, las botellas de muestra estaban vacías y sólo las usó para hacer comparaciones de volúmenes y estimaciones de lo fácil que es llegar al límite del nivel permitido.

Después nos puso nuevos vídeos de casos reales de supervivientes parapléjicos de accidentes de tráfico, todo muy dramático, en plan película de Antena 3 de la tarde del domingo. Un estudiante chino se queda dormido y Mr. Robertson le tira una bola de papel. El mundo al revés.

Cuando parecía que todo estaba perdido, llegamos al asunto de las drogas. Mr. Robertson vuelve a deleitarnos con unos insospechados conocimientos sobre la historia de las drogas en EE.UU. «¿Qué ocurrió en este país entre 1861 y 1865?» Silencio en la sala. No me puedo creer que nadie esté respondiendo, ni siquiera la marisabidilla. Se me pasa por la cabeza, durante una fracción de segundo responder, pero paso. Mr. Robertson parece indignado por recordar a la chavalería willimantiqueña lo que fue la guerra civil: 600.000 muertos, un millón de heridos; nos detalla los efectos que tenía la metralla, la imposibilidad de hacer otra cosa que amputar en muchas ocasiones y el origen de la primera «drogadicción masiva» del país: la de morfina. De ahí a la introducción del opio por los chinos que trabajaban en el ferrocarril, los experimentos (fallidos) que hacía el ejército con el LSD como potenciador mental, la naturaleza eminentemente rural de la metanfetamina, pasando por detalles locales jugosos como las guerras del crack en Hartford o la época que le mereció a Willimantic el sobrenombre de heroine town.

Aún duelen los 125 dolaracos del curso, y sigo pensando que he perdido dos mañanas, pero según Mr. Robertson nos pone vídeos de Youtube con caras de adictos a la metanfetamina, antes y después de su adicción, pienso que hay cosas peores que asistir a estas clases, como,… como… bueno, como otras cosas peores.

El minutero se resiste vilmente a atravesar los últimos diez minutos de castigo mientras asistimos a otro reportaje sobre familias rotas por un conductor cansado o las declaraciones de un automovilista imprudente que lleva diez años en la cárcel y que nos educa con el ejemplo. La apatía de mis compañeros me hace dudar de la eficacia de esta conmovedora producción. Por fin, dan las doce y media. Somos libres. En una austera ceremonia de graduación, Mr. Robertson nos llama por nuestro nombre y nos da un papelote amarilllo arrancado de un bloc que certifica nuestra asistencia al curso. «Wu-Yang Ho», «Naan Ilo», «Reifeiel» (aquí es que me llamo Reifeiel, que lo sepáis). Me levanto, cojo mi papelote, lanzo mi birrete al aire y me voy por la puerta esperando dejar pronto atrás, muy atrás, el recuerdo de esta experiencia.

Y para desengrasar: ¡Los mejores DUI de Yutú!

19 comentarios en “Back to the autoescuela

  1. Es abracadabrante la oscilación cuántica del instructor: Robertson/Davidson, por no mencionar la antena americana «automovilística».

    Muy bien escrito, como es marca de la casa.

  2. «Peinar canas en el escroto», «llorar chapapote enriquecido», «meconio de curso». Me parto…

    Pero Reifei, ¿de dónde sacas esas expresiones delirantes?

    (La cagaste: ahora te voy a llamar Reifei hasta que las ranas se peinen)

  3. Me repito más que el ajo, pero es que estas entradas me ALEGRAN LA VIDA. Además, se aprende mucho. Eres un cronista fantástico, y lo fuerte es que cuando te pones en plan National Geographic (uséase, serio y riguroso) también cumples con creces. Pero basta de halagos vacuos y repetitivos: te diré una única frase que creo que es elocuente de sobra:

    No dejes nunca de escribir.

    Del post podría comentar muchísimas más cosas, pero no tengo tiempo ahora. Lástima porque hay telita.

    Un saludo Reifeiel.

  4. Meconio de curso. Muero xD.

    A mí también me alegran la vida estas entradas xD. Declaración de Cope como producto didáctico y de entertainment YA!!

    :_D ay…

  5. El momento vídeo Troy McLure fue impagable en mi tortura equivalente (seis horas, un solo día). No tuvimos botellas de alcohol, pero para compensar nos pusieron un vídeo caserito del Drogatas Anónimos local que fue para llorar de la desesperación. He visto vídeos de comunión grabados por el tío borracho con acabado más profesional. Y luego el vídeo más apoteósico de todos fue la dramatización de una Jenny y un Dylan yendo con sus amigos a la fiesta de graduación y accidentándose por el camino por DUI. Con posible embarazo de la Jenny incluido en el vídeo, porque estaba tan borracha que ni sabía si al final se había trincado a Dylan antes de que se matara: ay mi niño, que crecerá sin padre. Un dramón que lo flipas.

  6. Te entiendo, la de vídeos que me tengo que tragar en Kansas State para tener licencia de enseñanza:
    -Curso de Primeros Auxilios…2 horas de vídeos…curso de 40 mins…y ya tengo el diploma!
    -Y los vídeos de qué hacer en caso de fluidos corporales por clase son la releche.

    Y próximamente me tengo que sacar el carnet de conducir….te recordaré mucho, Mr Copepodson!

  7. «Con disimulo, recojo mis cejas del techo, donde se habían quedado pegadas, y me digo a mí mismo que no es el momento ni el lugar,»! XD

    Dicen que los desamores ayudan componer canciones de amor. A ti los disgustos te hacen mejorar tu capacidad literaria, si resulta posible :P

    jmongil, hay ranas con pelo.

    A un piloto de motos, creo que Sete, tambien le daba vergüenza sacarse el carnet de moto por ser demasiado mayor y creo que todavia no tiene.
    Por lo visto a los pilotos no le dejan sacarselo cuando son jovenes por si tienen un accidente.

    Suerte que no es un derecho conducir, si no no podrian negarselo a los ciegos a diferencia de las armas
    No se si en USA a salido esa noticia o como ha reaccionado la gente.

  8. Buf, qué coñazo, ¿no? Yo aguanté por aquellos lares con la combinación guagua-bici durante el año y medio que estuve y aunque a veces me arrepentía de no comprar un coche sí que es verdad que gracias a ello «sólo» me volví con 90 y pocos kilos (para comparar, ahora más de 10 años después tengo casi 30 kg menos :P ). No quiero imaginar qué habría pasado con mi cuerpo si hubiera pillado coche, la verdad.

    Ahora ya sabes, precaución amigo conductor… Salud y tal.

  9. ¿Quién no sacrifica dos mañanas de sábado con estos lectores tan entregados? Gracias por comentar a todos, ¡majos!

    César: La oscilación cuántica se explica porque no quería poner el verdadero nombre y al final me ha fallado el subconsciente hasta en tres ocasiones, pero el resbalón ortográfico no tiene perdón. Todo ello está enmendado, ¡y agradecido quedo por las oportunas llamadas de atención!

    Jmongil: no sé de dónde me he sacado esas cosas, se ve que el aburrimiento hace mucho. La segunda sesión hasta tomaba notas en clase.

    Mortiziia: lo que me acabas de contar es la quintaesencia de lo peor que nos traen los sistemas políticos federales: me parece una injusticia que tú tuvieses seis horas de tortura y yo me haya tenido que tragar ¡ocho!

    James: Leería con mucho gusto tus experiencias de por ahí adentro, pero creo que decidiste dejar de dar pistas, de hecho me sorprendió en su día cuando me contaste que estabas a este lado del charco. Siento lo de los fluidos corporales, a nadie tendrían que hacerle pasar por eso.

    Pipistrellum: Ten en cuenta que las normas para sacarse el carnet, como tantas otras cosas, cambian de estado a estado, supongo que habrá estados en los que no te hagan esperar tres meses con el permiso provisional hasta que puedas presentarte al examen, incluso es posible que haya estados que sí te acepten el carnet español (como hacen con el francés o el canadiense). Ya te digo yo que aquí y ahora no es cosa de pagar 25 dólares, descuida, que si no fuese necesario hacer el curso este obligatorio, ya me habría enterado. Es ridículo que después de 12 años conduciendo en un país con normas de circulación tan parecidas te obliguen a sacarte el carnet casi como si fueses un adolescente, pero es lo que hay.

    Exseminarista: Yo en mi primera visita perdí mucho peso (¡increíble!). El coche también te puede llevar a la piscina, todo es montárselo.

  10. Pingback: Octavo aniversario de Diario de un copépodo | Diario de un copépodo

  11. Tengo una pregunta offtopic y he buscado algun post en el que podia encajar algo, pero poco.

    Supongo que tienes conocidos alli que hablan bastante bien el español. Con fluidez y distendidamente. No se si alguno lee tu blog, pero lo entienden o entederian?

    Espero no suene mal. Me encanta tu prosa, pero debe ser dificil para alguien para quien el español sea su segunda lengua aunque hable muy bien.

    Para mejorar el español viene muy bien tus post no tecnicos y son muy divertidos, no como Cela que no se entiende y es un toston.

  12. No te creas. Subliminalmente se adquiere cierta culturilla popular y adquieres retorica defensiva. En una discusion en otro idioma tienes muy pocas armas salvo que el otro ponga voluntad conciliadora. Si no es el caso, razonar es lo de menos.

    De esto me di cuenta viendo la ultimas temporadas de «lo que se avecina». Es muy util para quien tiene alto nivel, pero poca expericia de campo. Además, no se suelen enseñar en la clases de ingles, por muy practicas que sean.

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