Día de Darwin 2009: el post del bicentenario

darwinretratoHoy Darwin cumple 200 añazos, como bien sabréis. Con esta efeméride damos el pistoletazo de salida de las entradas conmemorativas que se dedicarán en DDUC al barbudo inglés. Para la ocasión he trabajado en un artículo que se publicará en el próximo número de la revista Alkaid. También está incluido en el «carnaval bloguero» de Blog for Darwin, al que se unen muchos otros blogs de todo el mundo.

Sobre Darwin es casi imposible decir nada nuevo, pero aún así he intentado combinar divulgación y rigor sobre los puntos que me parecen básicos para entender a Darwin en la historia de la ciencia procurando ser conciso y sintético. No es un formato muy habitual para un blog (muy formal, para lo que os suelo traer aquí) pero he pensado que la ocasión merecía algo especial.

Los comentarios y críticas a los postres. Si os interesa recordad que hay mucha información en la página especial de DDUC dedicada al año Darwin donde recopilaré también la actividad del día en la blogosfera hispana. Y si queréis más información sobre la revista Alkaid, visitad su web.

¡Feliz bicentenario a todos!

Darwin, 200 años después

En 2009 se celebra el bicentenario del naturalista inglés y los 150 años de la publicación de “El origen de las especies”

La imagen de anciano de gesto serio y superlativa barba blanca permiten su reconocimiento instantáneo cuando nos topamos con algún retrato de la última época de su vida: Charles Darwin. En 2009 se celebran dos importantes efemérides relacionadas con este personaje: el 12 de febrero se cumplen doscientos años de su nacimiento; el 24 de noviembre serán ciento cincuenta los que han transcurrido desde la publicación de “El origen de las especies”, la obra que instituyó el paradigma de la teoría evolutiva actual y que provocó un punto de inflexión en la historia de la biología y del pensamiento humano. Más allá de su papel en el siglo XIX, su figura ha trascendido para convertirse en un icono de la ciencia, pero esa aparente celebridad no parece corresponderse con un conocimiento verdadero sobre qué debería representar Darwin en el siglo XXI, doscientos años depués.

Lo cierto es que, más allá del icono del anciano barbudo, parece ser que Darwin ha calado poco en la cultura colectiva. Si preguntáramos por la calle muy pocos serían capaces de dar algún dato concreto sobre sus descubrimientos o comentar dónde radica el impacto de su aportación. Con suerte alguno de los encuestados nos diría que Darwin fue “el que dijo aquello de que el hombre viene del mono”, y a eso quedaría todo reducido. La falta de conocimiento sobre la evolución de nuestra sociedad es preocupante, especialmente cuando ciertas regiones de Occidente están sufriendo un repunte de fanatismo religioso que tiene precisamente como objetivo el menoscabo del conocimiento científico: la puesta en duda de la evolución y la inclusión del creacionismo en el programa de las clases de ciencias. Esta es una buena ocasión para escuchar aquello que Darwin, familiar aunque desconocido, puede seguir aportándonos.

Charles Robert Darwin (1809-1882) nació en el seno de una familia acomodada de la Inglaterra victoriana. Desde niño mostró mucho interés por la observación y recolección de plantas y animales y por el aprendizaje y la experimentación científica en una época en la que estos conocimientos iban siendo crecientemente valorados por la sociedad (quizá uno de los motivos por los que Inglaterra se había constituido en una potencia científica mundial). Pese a los desvelos de su padre por convertirle en un hombre “de provecho”, sus intentos de formación como médico no llegaron a materializarse, ya que su hijo sólo podía apasionarse con la Historia Natural, leyendo los relatos de viaje de Humboldt o la Teología Natural de Paley, coleccionando escarabajos o interesándose por la clasificación de las plantas.

No es de extrañar que cuando en 1831 recibiera a través de una carta la oferta para embarcarse en una circunnavegación del mundo a bordo del H.M.S. Beagle, reaccionara con enorme entusiasmo. Se trataba de un puesto no retribuído como acompañante del capitán, pero a efectos prácticos constituía la posibilidad de ser el naturalista de a bordo en una expedición de gran magnitud durante una época en la que el mundo era mucho más grande e inabarcable que ahora. Podemos imaginarnos el profundo impacto que tuvo en el joven Darwin descubrir grandes fósiles en Sudamérica, recorrer las costas de Tierra del Fuego, explorar la fauna de las Galápagos y admirarse con los arrecifes de coral indopacíficos. Si para cualquier persona una experiencia así puede ser gratamente inspiradora, cuánto más impactante lo sería para una mente de 22 años con demostrada sensibilidad y capacidad de observación de los organismos vivos; el viaje del Beagle cambiaría la vida de Darwin para siempre y prendería la mecha de una larga serie de reflexiones. Unos meses después de regresar del viaje ya comenzó a plasmar en algunos cuadernos ideas sobre la “transmutación” de las especies. Es imposible ser exagerado a la hora de dar la importancia que tuvo para nuestro protagonista su viaje alrededor del mundo: sin el Beagle probablemente Darwin habría pasado toda su vida como un modesto pastor anglicano de la Inglaterra rural con una curiosa afición por los escarabajos.

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A partir de entonces Darwin empezó a dedicarse en exclusiva a las ciencias naturales (posibilidad favorecida, no hay que olvidarlo, gracias a su privilegiada condición social), entró rápidamente a formar parte de prestigiosas sociedades británicas de la época y muy pronto empezó a ganarse una merecida fama por su solvencia científica y sus contribuciones tan diversas como una teoría sobre la formación de los arrecifes de coral o la taxonomía de los crustáceos cirrípedos. Posiblemente esos méritos hubiesen bastado para que Darwin recibiera un reconocimiento científico notable, como ocurre con muchos contemporáneos suyos que nutrían los fértiles gabinetes de la Inglaterra victoriana, pero de hecho su fama se debe a su teoría evolutiva presentada en “El origen de las especies”, publicado más de 20 años después del viaje del Beagle.

Es bien conocido que para entonces Darwin ya tenía perfectamente definidas sus propuestas sobre la evolución, ¿a qué se debió por tanto ese retraso en publicar sus ideas? Mucho se ha escrito sobre este asunto, pero se podría resumir en que, pese a que siempre había defendido sus descubrimientos e investigaciones (hasta el punto de poder calificarlo como una persona bastante ambiciosa, al menos en algunas épocas de su vida), Darwin era consciente de que su teoría albergaba elementos que escaparían de la mera trascendencia científica y que podían conmocionar la rígida sociedad decimonónica. Ello le llevó a “hacerse el remolón” y retrasar la publicación de sus ideas evolutivas tras la excusa de constantes e interminables correcciones hasta el año 1859.

Ahora bien, ¿en qué consiste el darwinismo? ¿por qué supuso esa revolución científica? En el origen se establecen y se discuten extensamente los fundamentos de esta teoría. Para la reflexión que nos ocupa, podríamos condensar el darwinismo “original” en tres puntos fundamentales:

darwinbLos seres vivos evolucionan en el tiempo. Las especies no son fijas, sino que se transforman en otras, se extinguen, se diversifican constantemente, se sustituyen unas a otras a lo largo de las generaciones. Darwin no fue, ni mucho menos, la primera persona que habló de evolución (o “transmutación”, como era más habitual denominarla entonces), pero sí que fue pionero en explicar que no somos conscientes del proceso porque se trata de un devenir lento y gradual, a una escala tan vasta que la vida humana es incapaz de percibirla.

Otra dimensión igualmente importante del darwinismo es el origen común de todos los seres vivos. Desde las bacterias del azufre al pingüino emperador, pasando por el drago canario y los salmones de Alaska, todos los organismos de la Tierra descendemos de un mismo ancestro. De esta forma Darwin explica por primera vez las conocidas relaciones de equivalencia anatómica (homología) entre distintos linajes como una consecuencia de parentesco, de derivación a partir de una forma ancestral común.

La “fuerza” principal que impulsa la evolución es la selección natural. Este término acuñado por Darwin no se refiere a ningún tipo de impulso programado con una finalidad, con un objetivo para los distintos linajes de los seres vivos, sino que es una consecuencia propia de la dinámica de los organismos. El enunciado de la evolución por selección natural (que sí suele resultar al menos vagamente familiar) se deriva de una serie de observaciones experimentales y deducciones realizadas sobre ellas, a saber: 1) Las poblaciones de organismos tienen la potencialidad de crecer exponencialmente, sin embargo, en la naturaleza las poblaciones tienden a permanecer estacionarias. 2) Los recursos naturales (el alimento, el espacio, y otros factores de los que depende el crecimiento de las poblaciones) son limitados, de lo que unido al punto anterior se deduce que existe una competencia por los mismos. 3) Variabilidad de la descendencia de los organismos y heredabilidad comprobada de algunos de estos caracteres de variabilidad individual. 4) Supervivencia diferencial: los organismos sobreviven en función de sus caracteres individuales, que son heredados por la descendencia (selección natural). 5) Evolución de las especies a lo largo del tiempo como consecuencia de la selección natural sostenida durante un número suficiente de generaciones.

Es importante incidir en la ausencia de objetivos o finalidades en este proceso, como muchas veces se piensa erróneamente. La selección natural no actúa favoreciendo la mayor complejidad, ni la mayor fuerza, ni el mayor tamaño, sino aquello que circunstancialmente, en un momento y un lugar determinado, se traduce en un éxito reproductivo, el llamado “fitness”, la “adecuación” al entorno en su sentido más amplio. En muchas ocasiones esa “adecuación” puede proceder de un mayor tamaño o complejidad, pero en otras puede tratarse de una reducción o atrofia de ciertos órganos, un cambio de coloración o un ciclo de vida más corto.

Antes de justificar por qué el darwinismo se califica de revolucionario, debemos detenernos para reconocer el papel de otros grandes personajes cuyas aportaciones fueron vitales para su desarrollo. Nadie puede ser valorado sin tener en cuenta el ambiente en el que vivió, y el darwinismo no es sólo obra de Darwin, sino también consecuencia de una época de titanes de la ciencia que hacían bullir las ideas sobre un mundo que necesitaba ser explicado a la luz de la razón. De entre todos los contemporáneos que más influyeron en el largo parto del origen podríamos destacar a tres.

Charles Lyell (1797-1875), geólogo escocés que realizó con su disciplina una revolución equivalente a lo que supondría después el darwinismo para la biología. Obviamente, la equivalencia no es casual: Darwin llevaba consigo un ejemplar de los Principios de geología de Lyell que dio junto a él la vuelta al mundo a bordo del Beagle y constituyó una lectura realmente inspiradora a lo largo de su vida. El naturalista inglés, de alguna forma adaptó un elemento fundamental de la teoría de Lyell: el actualismo (o uniformismo). En el campo de la geología este término afirma que los procesos geológicos, tanto internos como externos, que han levantado cordilleras y abierto inmensos cañones no se producen por fuerzas o acontecimientos extraordinarios que tuvieron lugar sólo en determinados momentos del pasado, sino que son consecuencia de los mismos eventos que percibimos en la actualidad acumulados a lo largo de las eras. En otras palabras, que es la escala temporal humana la que nos impide darnos cuenta de que la elevación de las montañas o la erosión de las costas son procesos cotidianos, continuos y graduales cuyas huellas se hacen espectaculares tras millones de años.

El actualismo se contrapone al catastrofismo, defendido por naturalistas de la talla del francés Georges Cuvier, que explicaba los grandes acontecimientos geológicos mediante sucesos violentos y concretos (catastróficos, de hecho) que provocaban colateralmente extinciones masivas. Como es fácil suponer, el trasplante del actualismo a una teoría sobre la trasmutación de las especies se hace casi por sí sola: las especies evolucionan en el tiempo de forma tan lenta y tan gradual que es imperceptible al ojo humano, pero la selección natural actúa cotidiana e inexorablemente como las gotas de lluvia que moldean un karst. Irónicamente el tiempo nos ha hecho ver que, de hecho, sucesos puntuales «catastróficos» también han afectado la historia de la vida, si bien en un sentido distinto al que se refería Cuvier.

Thomas Malthus (1766-1834), economista inglés autor del Ensayo sobre el principio de población, es también una fuente imprescindible para comprender el nacimiento del darwinismo. A él corresponde la perspicacia de descubrir que los seres vivos tienen la potencialidad de aumentar en número de forma exponencial; potencialidad que se ve limitada por la disponibilidad de distintos tipos de recursos, por los cuales, llegado el caso, llega a haber competencia. Dice Darwin explícitamente en su autobiografía que fue leyendo el ensayo de Malthus en 1838 cuando se le ocurrió la idea de que la supervivencia diferencial de los organismos mejor adecuados al medio sostenida en el tiempo sería el motor que daría lugar a especies nuevas.

Alfred Russel Wallace (1823-1913) tiene, por último, un puesto muy destacado en esta historia, no ya como inspirador de la teoría evolutiva, sino como codescubridor de la misma. Este compatriota de Darwin también tuvo la suerte de, siendo aficionado a la Historia Natural, realizar durante su juventud algunos viajes a lugares exóticos, el más fructífero de los cuales fue el que le llevó al archipiélago indomalayo durante ocho años. Allí, entre orangutanes y aves del paraíso, llegó a unas conclusiones equivalentes a las que Darwin llevaba una veintena de años dando vueltas. Al igual que cuando Leibniz y Newton describieron paralela e independientemente el cálculo infinitesimal, nos encontramos ante uno de esos raros casos de un descubrimiento simultáneo. Imaginémonos la cara de pasmo que puso Darwin cuando el joven Wallace le remite en 1858 desde la otra punta del mundo una sinopsis de sus propias hipótesis. En un admirable gesto de colaboración científica, la evolución por medio de la selección natural fue presentada públicamente mediante un artículo conjunto en la Sociedad Linneana ese mismo año.

El temor de que su inmensa recopilación de evidencias no le fuese reconocida fue el detonante final que hizo a Darwin decidirse a poner en negro sobre blanco lo que llevaba mascando dos décadas; un año más tarde nacería El origen de las especies, planteado como un simple resumen de una obra más completa que nunca llegó a escribir. La expectación levantada debido a la fama de Darwin y al adelanto compartido con Wallace el año anterior provocó que los 1250 ejemplares de la primera edición se agotaran en un solo día. Fue un “bestseller” desde el primer momento.

Ahora bien, ¿Por qué decimos que la publicación del origen dio lugar a una revolución científica? ¿Cómo pudo ser tan trascendente una obra que podría pensarse a priori confinada a los gabinetes de historia natural? En primer lugar podríamos considerar que su impacto radicara en la descripción del hecho evolutivo en sí: la defensa de que las especies no permanecen inalteradas en el tiempo (fijismo), sino que evolucionan. Sin embargo ya hemos dicho que, pese a los malentendidos que pueda haber, Darwin no fue un pionero en la defensa del evolucionismo, ni mucho menos su descubridor. Naturalistas de renombre anteriores a él como Buffon, Lamarck, Grant o su propio abuelo Erasmus ya desarrollaron esa posibilidad. No corresponde a Darwin, por lo tanto, originalidad alguna en este aspecto, pero no es menos cierto que apostar por la evolución en aquel tiempo era heterodoxo y contrario a la corriente principal de pensamiento que asumía que todas las especies fueron creadas en la primera semana de historia de la Tierra.

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Por otra parte, la ascendencia común de todos los organismos, sí que fue un elemento propiamente darwiniano. En el darwinismo todos los seres vivos están emparentados de una u otra forma y toda la vida sobre la Tierra comparte un ancestro común, y así se sigue pensando en la actualidad. Pero este elemento de la teoría, aunque innovador, tampoco justifica por sí solo una revolución científica. ¿Dónde radica la misma?

Obviamente la respuesta debe buscarse en la selección natural. El concepto como tal podría parecer estrictamente académico y sin posibles repercusiones más allá de la biología, pero se trataba de la primera vez que la transmutación de las especies recibía una explicación estrictamente materialista, es decir, que no necesitaba de agentes externos que dirigiesen el proceso evolutivo, sino que este tenía lugar simplemente por las propiedades intrínsecas de la materia viva. El materialismo de la evolución estableció cierto nexo de unión entre la biología y las “ciencias duras”: al igual que un ácido reacciona con una base al mezclarse o que las manzanas caen al suelo por la ley de la gravedad, los seres vivos evolucionan con el tiempo sin la necesidad teórica de que haya nadie vigilando el proceso, diseñando los nuevos órganos, o planificando el camino a seguir. Ilustrar el darwinismo con la típica imagen de una “escala evolutiva”, de una procesión de simios progresivamente más erguidos hasta llegar a un imberbe, erecto y culminante ejecutivo es, en realidad, la antítesis del darwinismo. Por el contrario, en términos evolutivos, la vida es un tupidísimo arbusto que se ramifica impredeciblemente en todas direcciones, y no un abeto plantado para poder poner una estrella en su vértice.

Si comparamos el darwinismo con el lamarckismo (la teoría evolutiva más compleja y audaz que existía a mediados del siglo XIX), esta diferencia se pone de manifiesto. El hecho de que Lamarck insistiese en la herencia de caracteres adquiridos suele ser la diferencia entre ambas teorías que más se destaca pese a que Darwin no llegó a desecharla completamente, pero no es la que marca la diferencia cualitativa. Sí lo es el hecho de que Lamarck defendiera que la evolución la mueve una fuerza externa (divina incluso, según muchas interpretaciones) que dirige a los seres siempre hacia una mayor complejidad y perfección, léase, eventualmente hacia el ser humano. Darwin, sin embargo, derrumba por completo esta fuerza con su materialismo: es la propia dinámica de la vida la que origina nuevas especies en un mundo cambiante de recursos limitados. No hay dirección, no hay finalidad, no hay cumbre; cada especie es el producto de una historia contingente, de una ramificación producida por los avatares y casualidades de la historia de la vida: el ser humano no es la cima de la evolución porque la evolución carece de cima. Es aquí donde radica la naturaleza revolucionaria del darwinismo; de golpe y porrazo Darwin arroja al ser humano de su trono. El impacto de esta perspectiva sólo es comparable al causado por Copérnico al afirmar que la Tierra no es el centro del universo, pero así como Copérnico nunca tuvo que lidiar en vida con los ardores de estómago que su teoría heliocéntrica tuvo en los estamentos más religiosos de su sociedad, Darwin sí que sufriría las consecuencias de su atrevimiento.

En efecto, la polémica producida por el darwinismo no tardó en saltar a escena enfrentando a los sectores más conservadores de la sociedad con aquellos a los que las argumentaciones de Darwin habían convencido llegando a sobrepasar los marcos estrictamente científicos. A pesar de todo, él se esforzó mucho en intentar mantener la controversia dentro del campo de la ciencia, basándose en sus datos recopilados durante años de trabajo, y ciñéndose estrictamente al método científico. De hecho dedicó un capítulo completo de el origen a explicar con sinceridad los puntos flacos de su propia teoría y las incógnitas a las que no podía responder como gesto de apertura a que el trabajo de otros pudiese mejorar o sustituir sus explicaciones. El debate científico no era lo que le sentaba mal, sino las temidas consecuencias sociales, por así decirlo, que desde siempre se temió, y en concreto aquellas que podían afectar al poder religioso. Se sabe que él mismo se sentía incómodo por ese tipo de conclusiones extraídas de su trabajo, especialmente porque podían herir a seres queridos para él (como su esposa, una creyente convencida), por lo que la defensa de sus propios argumentos debe ser entendida como una notable honradez hacia sí mismo y hacia los demás, al intentar defender lo que la evidencia científica le hacía pensar que era la verdad, aunque resultara dolorosa para algunos.

Con mayor fervor que él mismo, fueron sus más cercanas amistades (Lyell, Hooker, Asa Gray, el propio Wallace y muy especialmente, Huxley) quienes le ayudaron a defender su teoría, incluso pese a que ellos mismos mantuvieran a veces ciertas diferencias. Wallace, por ejemplo, nunca fue capaz de asumir enteramente el materialismo de la selección natural pese a haber sido su codescubridor. No tardaron en llegar las ridiculizaciones y las caricaturas: a su pesar, la controversia le acompañaría durante el resto de su vida. Hay que insistir en que Darwin nunca disfrutó con la beligerancia extracientífica, y que aunque él mismo se declaraba agnóstico, no se hubiese sentido cómodo como abanderado del ateísmo militante, papel que muchos quieren darle en la actualidad.

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Darwin murió en 1882 y fue enterrado en el lugar más prestigioso donde puede descansar en paz un británico: la abadía de Westmister, reconciliándose de alguna forma con su país, que le daba el reconocimiento de facto como celebridad histórica. En realidad, la controversia darwinista no había hecho más que empezar; a partir de entonces no le faltaron detractores y partidarios, y durante largos periodos el darwinismo estuvo casi relegado al olvido o relacionado injustamente con prácticas que nada tienen que ver con la explicación científica de la evolución, como la eugenesia. El paso del tiempo y los fructíferos descubrimientos a lo largo de todo el siglo XX y lo que llevamos de XXI (desde las leyes de Mendel hasta la secuencia del genoma humano) nos han permitido tener una perspectiva de la evolución y la vida sobre la Tierra mucho más amplia de la que nunca tuvo Darwin. Gracias a ello podemos señalar bastantes aspectos en los que andaba equivocado. Hoy sabemos que la selección natural debe ser entendida como un proceso más amplio que la mera “lucha por la supervivencia” a la que tan frecuentemente se le ha reducido, que hay que integrar los procesos de simbiosis, de interrelación con otras especies, que la adaptación al medio no es la única explicación de la morfología de los organismos y tantas otras cosas. Por si esto fuera poco, muchos de los aspectos de la evolución son objetivo de un intenso debate científico en nuestros días, reflejando que aún le queda a la biología mucho camino por recorrer, como cuál es el verdadero ritmo al que acontece la evolución o el papel del intercambio de material genético entre distintos linajes, y por supuesto, miles de detalles sobre cuál fue la historia evolutiva concreta de esta o aquella rama del árbol de la vida están aún sin resolver correctamente asegurando el trabajo de varias generaciones de biólogos al menos para otro siglo y medio.

Como resultado, la teoría evolutiva con la que se trabaja en la actualidad (conocida como teoría sintética, es decir, que sintetiza el darwinismo y los hallazgos posteriores aportados principalmente por la genética), va mucho más allá de el origen escrito por Darwin. La evolución, actual piedra angular de todas las disciplinas biológicas, no es un producto de una sola persona. A Darwin nada más (y nada menos) le corresponde el honor de iniciar el punto de inflexión que nos ha llevado donde estamos, porque el contenido esencial, revolucionario del darwinismo (origen común, materialismo y selección natural) se ha reforzado con el tiempo a base de observaciones, enriquecimiento del registro fósil y el desarrollo de nuevas disciplinas biológicas. El paradigma darwiniano ha resistido siglo y medio de progresos y hallazgos manteniéndose, al menos de momento, como el que mejor explica la biodiversidad de nuestro planeta.

Resulta descorazonador observar que, después de esta odisea del conocimiento que hemos recorrido, fruto del tesón y del genio, no sólo de Darwin, sino de tantos otros científicos y pensadores, la evolución se haya convertido en la víctima de ataques malintencionados de grupos de presión que no saben apreciar el valor de la ciencia. El creacionismo, o su versión más maquillada conocida como “diseño inteligente” niegan el materialismo darwiniano de la evolución y afirman la necesidad de que exista una fuerza directora de este proceso que le dote de finalidad y objetivo. Esto no tendría nada de malo si realmente sólo fuese una hipótesis científica que quisiera “medir sus fuerzas” con el paradigma darwiniano, pero no es esa la intención. Los impulsores del diseño inteligente realmente asimilan esa fuerza directora con una fuerza divina y por lo tanto se alejan del campo de la ciencia (la existencia de divinidades no puede ser demostrada ni falsada por el método científico, por lo que no pertenece a ella). El objetivo que se esconde detrás de estas iniciativas no es el de aportar explicaciones alternativas del hecho de la evolución, sino poner en igualdad de condiciones un conjunto de conocimientos fruto del esfuerzo y el trabajo que generaciones de científicos han aportado a la humanidad y un credo religioso, que por muy respetable que pueda ser, no tiene cabida alguna en unas clases destinadas a la formación de los estudiantes en la ciencia.

De igual manera que sería impensable que en una clase de derecho se colocasen los diez mandamientos como alternativa al código civil o que en un examen de física se pregunte cómo convertir el agua en vino, la mitología de las distintas religiones sobre el porqué de los seres vivos debe permanecer al margen de las clases de ciencias. Flaco favor estaremos haciendo a las futuras generaciones si toleramos esta intrusión inadmisible, especialmente en las edades en las que los estudiantes están más indefensos ante las manipulaciones. La sociedad debe garantizar que los estudiantes tengan acceso al conocimiento científico sin intromisiones religiosas, y para ello es necesaria la colaboración y vigilancia de todos los implicados: científicos, docentes, padres y los propios estudiantes. Esta tarea no se ve facilitada si la evolución sigue siendo una gran desconocida para el ciudadano medio y el verdadero papel de Darwin motivo de confusión o errores, como parecen corroborar las encuestas que se están publicando este año.

De momento este fundamentalismo no parece repercutir especialmente en Europa, como sí ocurre en ciertos países de América, pero el interés con el que los creacionistas pretenden abrir su hueco en nuestro continente se manisfiesta con panfletos y conferencias que están dirigidos por los mismos grupos de presión que han conseguido tener éxito, por ejemplo, en varias zonas de Estados Unidos. Es por ello que, en realidad, Darwin sigue siendo necesario. El año del bicentenario es una buena ocasión (tan buena como cualquier otra) para esforzarse en divulgar y recordar a Darwin, no sólo por la revolución científica que encabezó, sino como representante del compromiso con unos valores muy concretos que siguen siendo preciosos en la ciencia de nuestros días: la capacidad de observación, el trabajo constante y la búsqueda sincera, honesta del verdadero porqué de las cosas. Feliz cumpleaños, señor Darwin.

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29 comentarios en “Día de Darwin 2009: el post del bicentenario

  1. Soberbio post. Un solo matiz: siendo verdad el enorme desconocimiento existente respecto de la figura de Darwin y su aportación a la ciencia, no estoy seguro de que sea ninguna excepción. Si se preguntara, por ejemplo, por alguna característica de la física contemporánea, creo que la respuesta mayoritaria sería algo así como «ah, sí, eso que dijo Einstein de que todo es relativo».

    Por cierto, en la BBC se toman mínimamente en serio las efemérides relacionadas con sus glorias nacionales: http://www.bbc.co.uk/radio3/speechanddrama/darwin2009/ No me imagino yo algo así en este país de tertulianos, grandeshermanos y salsarrosas diversas.

    Un saludo, y una vez más felicitaciones por el post!

  2. Sobre el matiz del Dr. Moriarty: pues bien pensado tienes toda la razón. Quizá la singularidad no radica en la persona sino en el tema. Me explico. No sabría decir por qué pero parece que la evolución molesta, ahora, en 2009 y a muchos. La mecánica cuántica o la relatividad, siendo teorías de grandísimo impacto no provocan las pseudocontroversias (ideológicas, en realidad) que sí hay sobre evolución (y no me refiero sólo al creacionismo, aunque de eso hablaremos otro día). ¿Será porque a la gente le sigue molestando oir que, en el fondo, somos monos? ¿Que no hay nada que haga pensar, desde la biología evolutiva, que la «hominización» fue intrínsecamente diferente a cualquier otro suceso de especiación? Si es así, realmente esa parte de la humanidad sigue con el examen de 1859 pendiente de aprobar.

  3. Moriarty tiene toda la razó. Y es curioso, porque despues de todo, la relatividad implica una cosas muy muy raras y contra toda razón y logica aparente. En cambio, la evolución es un mecanismo simple, elegante y perfectamente comprensible. Pero esto de que nos destronen de la cumbre de la obra divina los hay que lo llevan muy mal.
    Excelente post, copépodo (como es habitual)

  4. Hola Copepodo, supongo que conoceras eso de la etiqueta de anis del mono, no? Ese pergamino que dice «es el mejor, la ciencia lo dijo, y yo no miento»; y el careto del mono, a quien se parece?

    Y otro comentario: Creo que Lamarck hubiera merecido un parrafito algo mas extenso… pero para gustos… especies! Y ademas ya sabes que por estos lares donde me encuentro Lamarck sigue siendo mucho Lamarck.

    Saludos.

  5. Desde que me he enterado de que Don Carlos «el naturalista» se paseaba por la pampa con los gauchos como si tal cosa, el señor con barbas que me venía a la cabeza cuando alguien pronunciaba su apellido se ha transformado en una especie de superhéroe de la Marvel.

  6. La verdad es que, aunque recuerdo de mi época escolar la diferencia entre Lamarck y Darwin y la importancia de la «selección natural» dentro del darwinismo, nunca se me ocurrió que los postulados de Lamarck no excluyeran, como los de Darwin, la necesidad de un Dios, ni que esta falta de necesidad de Dios fuera el principal motivo de colisión con la sociedad victoriana (tendía al simplismo de pensar que les hería la negación de Adán y Eva).
    La comparación con copérnico es muy buena. Tampoco los postulados de Copérnico son hoy aceptados tal cual (por ejemplo, el sol no es el centro del universo), pero su cambio de paradigma (el se excusó diciendo que en realidad no era así, pero que servía para simplificar los cálculos) posibilitó la labor de científicos posteriores.

    Un artículo magnífico.

  7. Aprovecho el final del día para daros las gracias a los que os habéis tomado la molestia de leeros esto y habéis dado vuestra opinión. Los que estéis interesados por Darwin habréis descubierto que digo más o menos lo mismo de siempre, quizá permitiéndome el lujo de incidir en lo que a mí me parece más importante.

    La verdad es que hoy esperaba mucha actividad en el blogoplancton y me ha parecido un día un tanto tibio en el que muchos se quejan de «darwinitis». Yo estoy de acuerdo: precisamente porque la gente (incluso un porcentaje muy alto de los biólogos que se licencian cada año) tiene un cacao mental con Darwin y su verdadero legado en la biología evolutiva actual (sin olvidar el último párrafo) es necesario insistir en una mirada lo más rigurosa al pasado que sea posible.

    Dan: Sí es curiosa esa comparación relatividad-evolución, tienes razón. La una realmente contraria al sentido común, pero aceptable por cualquiera (total, ¿cuándo vamos a viajar próximos a c?) y la otra quizá aparentemente sencilla, pero con «heréticas implicaciones».

    Xist: Buenísimo lo del Anís del Mono, no lo sabía, acabo de verlo en Internet.
    Tienes toda la razón con lo de Lamarck: merece mucho más espacio, quizá un post propio, y lo mismo con Cuvier, ya les llegará el turno. No te oculto mi especial predilección por Darwin (qué poco original por mi parte), pero en la medida en que me permite mi ignorancia, aquí siempre hemos hablado de muchos otros naturalistas del XVIII y XIX (Wallace, Haeckel, Willkomm, Graells, Linneo, Goethe, Owen, Asa Gray, Agassiz, Hartsoeker, por poner una lista de memoria), muchos de los cuales no eran precisamente evolucionistas ni han pasado a la historia por haber acertado con sus hipótesis. No seré yo el que les valore menos por eso (especialmente a Cuvier, dicho sea de paso).

    Nata: ¡Y además don Carlos hablaba español! En sus notas manuscritas, sobre todo a finales de los años 30 todavía se ven palabras y frases en español macarrónico muy divertido.

    Lanarch: Ey, gracias. Podría decir que era una bombita puesta a ver cuándo alguien se daba cuenta, pero no, en realidad pretendo decir que Wallace tenía un Delorean…

    José M: La típica comparación Lamarck/Darwin, con aquello del omnipresente cuento de las jirafas, es otro de los elementos desafortunados en la didáctica de la evolución, precisamente porque no incide en la diferencia esencial teleología/materialismo y porque se olvida que Darwin nunca rechazó la existencia herencia de caracteres adquiridos. Efectivamente, acordarse de Copérnico es inevitable (tampoco he sido nada original con eso). Me alegro de que te haya gustado.

  8. En realidad Copérnico parece que sí se calló sus descubrimientos unos añitos. Inmerso como estaba el pobre en las primeras décadas del luteranismo, no era plan ir por ahí largando audacias dialécticas. De hecho, su obra empezó a publicarse el año en que murió. Por ello, no sufrió represalias.
    No tuvieron tanta suerte otros que divulgaron y desarrollaron el universo coperniquiano, como Galileo, que fue encarcelado en su casa de por vida, y más todavía Giordano Bruno, que fue quemado.
    Pero en fin, eran otros tiempos.

  9. Hola Copépodo, estamos en clase. Te escribo en nombre de mi alumnado,todo espectante a tu artículo sobre Darwin. Ell@s mismos me han pedido q te ponga una nota para decirte q han disfrutado mucho con todo lo q cuentas sobre éste eminente científico.

    (por orden de asentamiento en el aula de proyección)un abrazo de Carmen, Marta,Paqui, Alberto G., Juanvi, José Miguel,Lydia, Paloma, María, Fidela, Sofía, Juan C.,José Antº, Alberto P., Juanjo, Alfonso y la sufriente maestra q los aguanta a diario (con mucho gusto, dicho sea de paso) >:o]

  10. Feliz cumpleaños!

    Gracias por esta lectura tan gratificante y enriquecedora. Ahora sé un poquito mejor quién fue Darwin y qué hizo por la ciencia.

    Juan,
    un seguidor ya no tan anónimo de tu blog.

  11. Muuuuy bueno el post. Solo un comentario acerca de esto que dices: «La mecánica cuántica o la relatividad, siendo teorías de grandísimo impacto no provocan las pseudocontroversias (ideológicas, en realidad) que sí hay sobre evolución»

    Uy, eso no es cierto. Los filósofos flipan literalmente con ambas teorías. De la relatividad se podría decir que el tiempo es «lo mismo» que el espacio y que el espacio-tiempo puede deformarse con la materia. Casi nada. De ahí tenemos el punto de partida del Big Bang, las teorías cosmológicas, y la astrofísica que, de nuevo, vuelven a situar al ser humano como una mierdecilla al fondo a la izquierda. Hay que recordar que este año 2009 es, además del aniversario de Darwin, el año internacional de la Astronomía.

    Y sobre la mecánica cuántica, se puede decir de todo, con mayor o menor acierto. Por ejemplo, que la materia es intrínsecamente probabilística y que de la «nada» puede surgir materia (es la «nada» nada o no es nada? ¿qué coño es la «nada»?) ¿Sabéis lo que es el «enmarañado«? Pues flipad en colores. Es lo más cercano a algo parecido a la «telequinesis» que hay en la ciencia. Y se observa en un laboratorio, oiga.

    La influencia de los modelos del universo sobre las creencias religiosas son tan fuertes como los puede ser la teoría de la evolución. Y es posible que la aceptación de la evolución haya venido acompañada de los descubrimientos en astronomía. Una vez que se ha visto lo que es el espacio exterior, que nuestra galaxia es una más entre millones, y que nuestra estrella es una más entre más millones dentro de una galaxia, es más fácil asumir que no hemos sido creados «a dedo». Es más, la teoría del Big Bang tal vez deja el último resquicio científicamente posible al «creador», antes de que existiese el tiempo y el espacio.

  12. Eulez. Sólo un matiz: no creo que ningún astrofísico haya tenido que dormir en el sofá porque sus publicaciones disgustaran a su cónyuge. :-))

  13. Jmongil, eso habría que estudiarlo, seguro que algún cosmólogo tiene alguna anécdota similar. Que eso de afirmar que el universo tiene 15.000 millones de años contradice muchas cosas de la Biblia, eh?

  14. Jmongil: a eso me refería precisamente con que Copérnico no tuvo que lidiar en vida con su «herejía». Muy inteligente por su parte eso de morirse primero y revolucionar el mundo después, aunque claro, efectivamente eran otros tiempos.

    Chiquillería de Córdoba: ¡Sonreíd, estáis en el aire!

    Juan: El economato no dura para siempre… ¡un saludo!

    Eulez: la evolución, teniendo sus dificultades de comprensión, es infinitamente más asumible que la relatividad y la mecánica cuántica, que escapan totalmente al «sentido común» (si es que hay tal cosa). Por supuesto que las discusiones filosóficas y metafísicas que pueden originar van a ser de aúpa, yo lo que quiero decir es que la evolución parece algo mucho más «visceral», que toca la fibra sensible de los obispos y los predicadores, cuyo proselitismo cotidiano no parece verse muy afectado por el hecho de que no haya diferencia entre espacio y tiempo.

    Bueno, y ya sé que es el año de Galileo y que también se cumplió el bicentenario del nacimiento de Lincoln, pero cada uno barre para lo suyo, lógicamente :-P

  15. «seguro que algún cosmólogo tiene alguna anécdota similar. Que eso de afirmar que el universo tiene 15.000 millones de años contradice muchas cosas de la Biblia»

    Pues en ese caso estaríamos ante un «casuus divorcii» (o como quiera que se diga)
    :-))

  16. Llego muy tarde, pero no me resisto a participar. Un post estupendo que pienso recomendar.

    También quería contarte un detalle que me resultó muy curioso y revelador. En La Academia de Ciencias de San Francisco hubo una conferencia de un paleontólogo sobre evolución y los problemas actuales de la lucha contra el diseño inteligente. Este hombre (cuyo nombre no puedo recordar, lo siento)comentó que una de las cosas más criticadas a Darwin es, en realidad, una cuestión lingüística erróneamente interpretada. El concepto de «cambio gradual» es actualmente entendido como que las modificaciones se acumulan progresivamente hasta generar una divergencia tal que suponga una nueva especie. Pero parece que en el siglo XIX la acepción del término «gradual» en inglés no era la misma que hoy en día.
    Darwin tuvo ocasión en su viaje de presenciar los efectos de un terremoto en Valparaíso (Chile) y el impresionante elevamiento de la placa terrestre resultante del mismo. Pues bien, este fenómeno fue descrito por Darwin como «gradual»!!! Que evidentemente no puede significar paulatino, ni progresivo, ni suave. Se refiere a todo lo contrario, gradual es/era «por grados» o incluso cuántico, si quieres.
    Luego el lenguaje siguió «evolucionando» perdiendo y ganando acepciones y vocablos. Darwin siguió siendo leído y releído por tantos, interpretado, promocionado y denostado por tantas voces y en tantas lenguas, que tal vez hemos perdido la literalidad de alguno de sus pensamientos.
    Me pareció una bonita historia y te eché de menos para contértelo.

  17. Gracias Ofelia

    La de ríos de tinta que ha hecho y aún hace correr aquello del «gradualismo». Me gusta la explicación que cuentas, estaría bien saber quién es ese paleontólogo. Discusiones semánticas al margen, yo creo que el problema del gradualismo en la evolución acaba siendo un problema de escalas. Aunque hay sucesos que son realmente puntuales e inmediatos (del tipo de la duplicación de un gen o alguna barrabasada durante la meiosis), otros muchos pueden ser cuantitativos sin ninguna restricción y por lo tanto, más o menos graduales, en cualquiera de los dos sentidos. Pero es que además mucha gente se lía cuando se habla de equilibrio puntuado y de «saltos bruscos» en la evolución. Lo mismo el lapso de tiempo entre el fósil A y el B que parece instantáneo estratigráficamente puede llevar 10.000 años, que viene a ser un parpadeo. Pero en 10.000 años, anda que no caben generaciones que conecten una forma con otra, bien en un contínuo, bien mediante distintos «grados». No acabo de ver el problema. Daniel Dennett es muy crítico con el «equilibrio puntuado» y llega a decir que los saltacionismos no existen cuando se miran suficientemente de cerca (los hay más darwinistas que Darwin).

    La aclaración sobre el significado para Darwin de «gradual» me parece muy reveladora. Volver a retomar al Darwin original con la cosa esta del bicentenario me está sirviendo para descubrir que el tío era aún más espabilado de lo que me creía, y que muchos de los problemas que se encaran hoy día ya los tenía en mente él hace siglo y medio.

    Saludos

  18. Pingback: Darwin y la religión: una controversia larga, estéril y cansina « Diario de un copépodo

  19. Joder! Abrumador el post! Qué cantidad de información interesante!
    De acuerdo con Kike en la valoración, y de acuerdo con casi todo lo que veo… Gran nivelazo
    Algún día me atreveré yo a hacer algo parecido? No!
    Yo solamente puedo opinar desde mi punto de vista de biólogo, evolucionista declarado y puntualista convencido, y creo que el blogoplancton se sale, es sencillamente GENIAL.
    Ahora mismo no debo hablar mucho pq estoy dopado con el myolastan, pero muchos otros paleontólogos y muchos libros (de texto también) actuales, incluido mi adorado Gould, no creen que Darwin se refiriera a unos grados sino a un cambio imperceptible en el tiempo que se haría notable al cambiar la escala temporal.
    De todas formas hay unos ensayos divertidísimos que leí hace poco acerca de cuando Darwin peleaba en la Inglaterra Victoriana para defender su teoría, y había gente que decía, por ejemplo, que Adán no debía tener ombligo, puesto que no había nacido de ninguna mujer; pero hete aquí que otros decían que sí, que debía tener ombligo puesto que dios había creado a los seres desde el principio iguales a los de la misma especie que iban a seguir posteriormente viviendo sobre la tierra. Bueno, la cuestión es que se hacían unas pajas mentales bestiales, porque no sabían cómo ajustar el fijismo con la edad de la Tierra, o con el catastrofismo y la gran inundación de Noé, etc., con los nuevos datos que se iban publicando. (Ver «La sonrisa del flamenco», Stephen Jay Gould. Ed. Crítica.)
    Lástima que Darwin muriera antes de que los datos de Mendel se hicieran famosos y le ayudaran a demostrar su teoría (por cierto, creo que el padre de la Genética murió sin que se le reconociera su labor). Decía lo de antes porque según creo, el darwinismo se ha completado con los conocimientos de Genética (mutaciones efectuadas antes de la selección natural, o sexual), con lo que entraría el concepto que algunos llaman abaptación (los cambios en genética o mutaciones son realizadas antes de que haya un cambio en el ambiente, con lo cual los individuos estarían algo así como preadaptados -y ellos sin saberlo-), más las teorías de las mutaciones neutras y/o silenciosas, más algo de saltacionismo, por lo menos en cuanto a la macroevolución o evolución de grandes grupos (y yo creo que también a nivel de aparición de órganos en una especie). A mi entender, esta sería la postura oficial de la evolución, pero claro, no tiene por qué ser la de mucha gente ya que hay tantas teorías como casi hay paleontólogos.
    Seguid así, hijos míos (a todos los blogueros de este blog, incluido el Hermano Mayor de la cofradía, Supercopépodo)
    Saludos y perdonad una incursión tan larga en el mundo blogeo, pero me parece un tema apasionante. Por cierto que también recomiendo el catolicismo explicado a las ovejas, de Juan Eslava Galán, divertidísimo.

  20. Gracias por los comentarios, Joselez. A todos nos pica la curiosidad de qué habría pasado si Darwin y Mendel se hubiesen intercambiado un par de cartas. Pone los pelos de punta pensarlo. Por lo demás, tampoco te creas que aquí se dice nada nuevo, y de cofrades (por suerte) tenemos poco.

  21. Pingback: Bicentenario de Darwin: epílogo « Diario de un copépodo

  22. Me gusto mucho una expresion que lei el año pasado en la epoca del bicentenario de Darwin en la que decia que el hombre es otro animal pero algo asi como mas crecido, mas convencido de su superioridad. Si alguien recuerda esta expresion se la recomiendo y de antemano le agradezco me la reenvie. Es una expresion que pone al ser humano en el mismo paquete de los seres que todos los dias evolucionan sin importar su grandeza..

  23. Pingback: Día de Darwin 2011. Una carta a Hooker « Diario de un copépodo

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